“En México hay un odio muy fuerte al pobre”
El escritor mexicano afincado en Barcelona presenta en su país 'No voy a pedirle a nadie que me crea', una novela humorística sobre los tentáculos de la narcopolítica entre las élites catalanas
Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) hace humor con cosas serias. Un mafioso ordena matar a un anciano con tres tiros en la cabeza y lo cuenta como si fuera un chiste. Un veterinario recibe en la consulta al son de “un moro y un gitano entran en un bar…”. Un argentino cocainómano se mofa de los catalanes –“Barcelona es una mina muy puta”– mientras intenta levantarle la novia a un amigo. Un camello de Hospitalet bromea sobre judíos leprosos.
Como salvoconducto, el personaje de su última novela se llama Juan Pablo y es un joven mexicano aspirante a escritor, pusilánime y cínico, que tiene una dermatitis nerviosa que le pone la piel como la de un perro con sarna. No voy a pedirle a nadie que me crea –premio Herralde 2016– es una reflexión en espiral sobre lo límites, los resortes y las funciones del humor. O como dice Juan Pablo –el autor– “si vas a reírte de todo de lo primero que tienes que reírte es de ti mismo”. O como le dice Juan Pablo –el personaje– al camello de Hospitalet: “Dime con quién ríes y te diré quien eres”.
Pregunta. ¿De qué está permitido reírse y de qué no?
Respuesta. Los límites son difusos y es lo que hace fascinante el tema. Uno muy claro es quien hace el chiste. El emisor determina en buena medida que ese chiste acabe siendo aceptable o no. Woody Allen hace humor con judíos. También Albert Cohen, pero en los 40 ya había trazado un límite. No hay una respuesta clara. En mis libros hay esa exploración y ese riesgo de que el lector no perciba que hay una ironía. Si no la ve, cree que estoy haciendo humor racista, homofóbico o machista.
Pregunta. ¿Le ha pasado?
Respuesta. Al hacer humor con temas como violencia, desigualdad, memoria, lo que busco a veces es que ciertos personajes tengan un carácter grotesco. Aspiro a un humor problemático, que pueda resultar incómodo y que sea capaz de apropiarse de la realidad y haga reflexionar sobre ella. Me he encontrado con lectores que solo ríen sin ver que se trata de un espejo deforme, que hay una intención crítica. Pero yo defiendo la inteligencia del lector. Por cada uno que puede malinterpretar tu obra hay 10 que sí han entendido la propuesta.
El humor es el tono, la envoltura. Por debajo, hay una novela negra con el telón de la narcopolítica viajado de México a Barcelona, diarios de una exnovia desnortada, cartas de una madre que le pide a su hijo nietos europeos para “mejorar la raza”, autoficción y mucha metaliteratura. Todo eso, a cuatro voces.
Hay una voluntad de desmitificar a las élites
Como el protagonista, Villalobos dejó su país para hacer un doctorado en Letras en Barcelona hace más de 10 años. No voy a pedirle a nadie que me crea es la primera de sus cuatro ficciones que sale –en parte– fuera de México. “Tenía la necesidad de incorporar mi realidad a mi obra. Estrictamente, ya no soy un escritor mexicano. Por supuesto que lo que hago es literatura mexicana, pero quería narrar desde otro lugar, intentar reconocer lo que veo al salir a la calle en el barrio de Gracia”
P. ¿Y qué ve?
R. Mucha oralidad, mezcla lingüística. Me interesa mucho cómo nos vemos unos a otros siendo diferentes, ese juego de espejos a través de los clichés: el argentino farlopero que no para de hablar, el pakistaní que vende cervezas pero que es un disfraz, el chino que fuma y fuma. Con estos estereotipos que pongo a jugar en la novela enfrentados unos a otros busco por una parte un efecto humorístico, pero también aspiro a que el lector se reconozca en la realidad que yo vivo. La Barcelona de la inmigración.
P. ¿Para qué más sirve el humor?
R. Hay una voluntad de desmitificar a todas las élites. En México padecemos un clasismo brutal, que es quizás más grave que el racismo. Aquí hay un odio al pobre muy fuerte. Hay una voluntad de humanizar a estas élites que han controlado el país económicamente y también culturalmente, quitarles poder y reivindicar un espacio en el que otros quepamos.
Un frase de Augusto Monterroso –“el humorismo es el realismo llevado a sus últimas consecuencias”– sirve de epígrafe a la obra. Un libro de Jorge Ibargüengoitia –La ley de Herodes– desatascó al autor en un momento de bloqueo narrativo. Esa es la tradición irreverente, caustica y antisolemne que reivindica Villalobos como llave para hablar del nosotros. La risa como conmoción. “Hay una voluntad de que el lector ría para algo. No solo la tragedia o el melodrama pueden lograr el efecto de conmoción. Soy un gran admirador de Ibargüengoitia y creo que hay una conexión en esta manera de retratar lo mexicano de un modo muy ácido, muy sarcástico, utilizando un ironía feroz”
P. Ibargüengoitia siempre ha sido muy leído pero ha tardado en ser reconocido por la crítica. ¿Por qué ese ninguneo al género humorístico en México?
R. Durante muchos años el poder que ejercieron instituciones como Octavio Paz o Carlos Fuentes era brutal. Definían lo que debía ser celebrado o marginado. Funcionaban como censores, canonizadores ideológicos. La desaparición de estas figuras tutelares no ha sido relevada. Y eso me parece una gran noticia.
Villalobos no quiere ser el novelista al que le ponen una estatua en el parque. “Prefiero ser la paloma que se caga en la estatua”. Final del chiste, ya pueden reírse.
Babelia
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