“En España hemos echado tierra, y algunos cal, sobre el pasado”
El director asturiano estrena 'Neckan', una trama de niños robados por franquistas en Marruecos
Los oscuros secretos del franquismo no solo se ocultan en la Península. Al menos no en el segundo largometraje de Gonzalo Tapia, que viaja hasta Marruecos para contar la historia de unos niños robados durante la represión previa al levantamiento de 1936. El director asturiano explica por qué: “El protectorado español [del norte de Marruecos] se convirtió en la retaguardia del régimen. Allí se pasó por armas a militares, sindicalistas, maestros…a todo a todo aquel que pudiera tener un mínimo de voluntad organizativa de sublevación”. En Neckan, un thriller con aire de cine negro que se estrena este viernes, un joven abogado de la élite franquista llega a Tetuán en 1956 para buscar a una familia que murió en un supuesto incendio veinte años atrás. Allí, en el cementerio, se percata de que falta una de las tumbas: la de uno de los hijos del matrimonio.
Santiago, interpretado por Pablo Rivero —Toni, en Cuéntame—, comienza a desentrañar un pasado macabro relacionado con la élite a la que pertenece que le lleva a replantearse su propia identidad. “Llega a Tetuán en una posición de poder, pero tiene una serie de vivencias por las que ese poder que siente tan profundamente dentro de sí le hace migajas, y tiene que reconstruirse. Llega y se va igual por fuera, pero por dentro cambia profundamente”, explica el cineasta.
“La guerra la ganaron los curas, y la perdieron los maestros”. Tapia, nieto de un masón que trabajó en las Misiones Pedagógicas de la Segunda República, concuerda con esta frase de su película. Aún recuerda cuando su madre encontró el mandil de su abuelo en los años 50. “Fue corriendo a quemarlo”, dice el director, quien ha plasmado parte de esta vivencia en una de las escenas del filme, que ilustra el mundo de la masonería entre los maestros republicanos. “De los que trajeron la República a España, la gran mayoría estaban ligados a la educación. Eran maestros o personas que veían la reforma educativa como algo fundamental y la única forma en que este país fuera democrático y libre”. La contienda la ganó, en cambio, “una alianza entre los nazis y la Iglesia”, según el cineasta. “La Iglesia fue la mayor opositora a la República”.
Para ilustrar la crisis identitaria de un joven al descubrir que fue robado en la cuna, el conflicto principal de la película, Tapia se documentó al otro lado del Atlántico: “Nos basamos en experiencias de los niños robados argentinos. Allí sí que existen niños que tuvieron que enfrentarse a que sus padres adoptivos se habían cargado a sus padres biológicos, o eran cómplices de ello”. En España, según explica el director, también existen niños robados durante el franquismo, pero los del momento de la represión política en 1936 no se enteraron hasta que tuvieron “60 o 70 años, cuando comenzaron a salir los casos”.
Tras la dictadura de Jorge Videla (1976-1981), algunos niños ni siquiera querían oír la verdad por el shock que les producía. “¿El señor barbudo al que tiraron de un avión en los años 70 es más padre que este señor que me ha querido, me ha cuidado, me ha aguantado mis perretas, me ha llevado al circo…? ¿Quién es mi padre?”, se pregunta Tapia, poniéndose en el lugar de aquellos menores. Este conflicto personal, irresuelto en la película, funciona como un símil del modo en que España ha despachado históricamente el franquismo, según el cineasta. “¿Qué ha ocurrido aquí? Hemos echado tierra, y algunos han echado cal, sobre el pasado”, opina Tapia, que recuerda que “España es, detrás de Camboya, el país con más casos conocidos de desaparecidos”.
En el campo de concentración de El Mogote, en Tetuán, donde en el filme y en la historia el régimen fusiló a docenas de sindicalistas y maestros, aparece en la ficción una palabra hebrea que da nombre a la película: Neckan. Es lo que gritó Jacques de Molay, el último gran maestre templario, antes de ser quemado en la Plaza Dauphine, frente a la Catedral de Notre Dame, en París. "Se dice que lo último que gritó fue Neckan, Adonae. Significa 'Justicia, señor', pero también 'Venganza", aclara Tapia. "Tiene un sentido simbólico de pedir que las cosas vuelvan a ser como estaban. Clamar que se restituya la verdad".
La larga odisea de una producción mediana
Corría 2004 cuando Gonzalo Tapia comenzó a alumbrar la idea de Neckan. "Empezó siendo una pequeña historia que pasó por varias manos", dice el director, que asegura que el proyecto no cobró cuerpo hasta que, hace unos cinco años, comenzó a reescribir el guión con Michel Gaztambide, ganador del Goya al mejor guion en 2012 por No habrá paz para los malvados. Se rodó en 2013, pero el filme llega a las pantallas comerciales, después de pasar por varios festivales internacionales, este viernes 3 de marzo.
"Las películas pequeñas y sin el apoyo directo de un gran medio de comunicación, como Antena 3 o Telecinco, son difíciles de llevar adelante. Antes había producciones medianas, distribuciones medianas, exhibidores medianos, pero ahora mismo todo se ha concentrado".
Finalmente, Tapia consiguió el apoyo de las productoras valencianas Gaia Audiovisuals y Loto Films, en coproducción con Acacia Films y Doblefilo, y ha contado, además, con las ayudas a producción de largometrajes que convoca anualmente la Conselleria de Cultura de la Generalitat de Valencia, comunidad donde se grabaron algunas escenas.El presupuesto fue de tres millones de euros, aunque lo gastado no pasó de unos 700.000. "Una cosa es lo que quieres, que es el presupuesto, y otra lo que tienes", bromea el director.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.