Un gran edificio de hace 2.500 años abre los secretos de la cultura tartésica
Investigadores del CSIC excavan en las Vegas del Guadiana la construcción más grande y mejor conservado hallada hasta ahora de la mítica civilización prerromana
En mitad de un paisaje amarillo y polvoriento de finales de septiembre, entre campos de tomates y de maíz trabajados por modernas máquinas que se pueden controlar a distancia, dos arqueólogos del CSIC rascan pacientemente la tierra con pequeños paletines. Pero, al contrario de lo que suele pasar en esta clase de excavaciones —esta de la comarca de las Vegas del Guadiana (Badajoz) corresponde a una gran construcción de hace 2.500 años—, no tienen que esperar mucho para que vayan apareciendo contornos que acaban resultando ser puntas de lanza, vasijas, anzuelos, hasta una insólita parrilla y un gigantesco caldero de bronce…
La habitación que se está excavando estos días destaca precisamente por “la cantidad de bronces”, explica el investigador del CSIC y director del Instituto de Arqueología de Mérida, Sebastián Celestino. Acaba de desenterrar una pieza metálica decorada en un extremo por dos palomas que flanquean una piel de toro, símbolos divinos típicos de la cultura de Tartesos, esa civilización prerromana que ocupó el suroeste de la Península Ibérica y cuyas incógnitas sobre su nacimiento, su desarrollo a lomos del comercio de minerales con los fenicios y su misteriosa desaparición (quizá arrasada por sus enemigos, por un cataclismo o, simplemente, por su declive económico) han sido rellenadas durante largo tiempo por mitos y leyendas. Pero la ciencia, aunque poco a poco y seguramente con menos alharacas, también las va contestando, y este yacimiento del Turuñuelo, que corresponde al edificio más grande (algo más de una hectárea) y mejor conservado de aquella época, tendrá sin duda mucho que aportar.
“Estamos al final de la época tartésica, en el siglo V antes de Cristo”, empieza Celestino. “El núcleo central está en el Guadalquivir y Huelva, pero después de una crisis económica en el siglo VI, hay un gran movimiento de población hacia el interior. Y esa gente que se instala en el Guadiana construye estos enormes edificios”, continúa. Habla de tres: el santuario de Cancho Roano (en Zalamea de la Serena, que el propio Celestino excavó durante más de dos décadas); La Mata (en el municipio de Campanario), que tenía un perfil más económico; y este del Turuñuelo, cuya función aún se desconoce porque los trabajos no han hecho más que empezar; han desenterrado menos del 10%. “De momento, podemos decir que tiene un sentido de culto clarísimo”.
Un violento final
Lo que sin duda comparten los tres edificios, aparte de la época, es un violento final: fueron destruidos por sus propios moradores, incendiados y después sellados con arcilla. “A finales del siglo V, principios del IV a. de C., empiezan a llegar los pueblos del norte, de etnia céltica, así que los destruyen para preservarlos de las invasiones, para que pasen a la posteridad sin que sean violados”, explica Celestino.
Y no solo ocurrió con esas grandes construcciones, pues el resto de las documentadas en el Valle Medio del Guadiana “parece que también cuentan con este nivel de incendio”, asegura la codirectora de la excavación del Turuñuelo, Esther Rodríguez. “El hecho de que se abandonasen a la vez indica que forman parte de un mismo sistema político. Parece que el territorio en esta época se organizaba alrededor de estos edificios como el Cancho Roano o el Turuñuelo y que a partir de ellos se articulaba la explotación del entorno. Existía, además, un yacimiento de mayor envergadura, el Tamborrio, en Villanueva de la Serena, que tendría una capacidad política mayor; lo que todavía es complicado de determinar es qué relación existía entre unos y otros centros”, añade.
Pero ese final autoinfligido no solo da pistas sobre la organización política, sino que ha conservado formidablemente su interior en esa especie de urna de arcilla. “Conocer la cultura tartésica es bastante complicado por todas las incógnitas que giran en torno a esta, pero sí es verdad que los restos materiales del Valle Medio del Guadiana nos permiten documentarla por su buen estado de conservación”, asegura Rodríguez. De ese modo, los vestigios de toda esa zona ayudan a conocer mejor cómo fue aquella cultura que floreció en torno al Guadalquivir desde el siglo X antes de Cristo: “Podemos concluir que serán estas poblaciones […] las únicas herederas de la cultura tartésica una vez que se desdibuja su presencia en el Bajo Guadalquivir a partir del siglo VI a. C.”, dice la tesis de la arqueóloga, defendida hace unos pocos meses. Pero, además, esos restos “permiten entender el regionalismo de cada territorio, pues cada uno mantiene elementos que son propios del lugar”. En este caso, una rica mezcla formada por el choque de tradiciones procedentes del Atlántico con las mediterráneas que llegan desde el Guadalquivir.
Celestino y Rodríguez (con la inestimable colaboración de Melchor, un obrero especializado en este tipo de trabajos desde hace dos décadas), desbordados por los constantes hallazgos, están a punto de terminar la segunda acometida a la excavación del Turuñuelo (la primera fue el pasado año y entonces contaron con la ayuda de alumnos de varias universidades españolas). Tras descubrir una habitación principal de 70 metros cuadrados, han encontrado un gran pasillo, que da a una serie de habitaciones, de las que han excavado una.
Ahora, preparan un plan para ver qué inversión se necesita para seguir adelante cuando se acaben los fondos que les ha aportado este año el Plan Nacional de Investigación y la Junta de Extremadura, teniendo en cuenta “que hay que reservar un dinero importante para los diferentes análisis y para restaurar todo lo que está saliendo, que es muchísimo”, señala Celestino. Completar la excavación de un yacimiento tan grande puede tardar años. “Estamos hablando de mucho tiempo, dependiendo de la inversión. Si es fuerte, pues serán menos años”, remata.
Semillas, platos, anzuelos, ‘bañeras’... de hace 2.500 años
El yacimiento del Turuñuelo ya ha empezado a dar sorpresas a los investigadores. No solo por una riqueza tal que los desborda (acabados los contenedores que llevaban, han tenido que empezar a usar cajas recicladas de helados o de gominolas que les acaban de dar en el bar del pueblo), sino por lo sorprendente de algunos descubrimientos. Junto a vasijas y platos de imitación (los lugareños remedaban las vajillas llegadas a través del comercio fenicio desde Grecia o Etruria), semillas, restos de alfombras de esparto y otros tejidos, han hallado, por ejemplo, una parrilla de bronce y un caldero del mismo material tan enorme como único.
Además, han encontrado una rarísima bañera de 1,70 metros de largo. “Lo llamamos bañera o sarcófago por su forma. Está hecho con un material extraño a base de cal y no sabemos qué contenía; no tiene ningún orificio de salida y, por lo tanto, puede ser para contener agua, para hacer algún tipo de ritual que se nos escapa”, explica el investigador Sebastián Celestino. La encontraron en uno de los tres ámbitos en los que se divide la habitación principal, en cuyo centro se levantó un altar de adobe en forma de piel de toro extendida.
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