Vendavales
En la Patagonia, viento es el nombre transparente de un dios gélido e intenso que suele volar techos, arrancar puertas y hostigarte en sus paseos, a más de 100 km por hora
Creo en lo invisible. Y antes de que me cuelguen el sambenito de esotérica o piensen que es atracón de Stranger Things, la serie de ciencia ficción que está en boca de todos, aclaro que mi conversión es pura experiencia terrenal: en la Patagonia, entiende el que ha pasado por el fin del mundo, viento es el nombre transparente de un dios gélido e intenso que suele volar techos, arrancar puertas y hostigarte en sus paseos, a más de 100 km por hora. Kosten lo llamaban los aborígenes tehuelches y aún manda.
Para quien no está acostumbrado, su persistencia de matón puede ser enloquecedora y, a la vez, una escuela en el filo del aire. Ulula en bucle hasta ensordecerte y duele el cuerpo sólo por caminar contra él, como si el muy canalla lo hubiera masticado mientras te soplaba arena en los ojos. Llega a levantar tus pies del piso en una enorme ola seca y a birlar todo lo que no has sabido aferrar, de las gafas a los alambrados. Serial killer de veletas, el viento cruza el sur, sur a el sur y su indómita belleza. Te educa en el sino de la tormenta perpetua.
Algo de esas sensaciones corre en la familia, pues de todo el parque de recuerdos del marketing patagónico (¿peluches de pingüinos?, ¿dulce de ruibarbo?, ¿fotos del sitio donde Leo DiCaprio filmó parte de El renacido?, ¿chocolate en rama?), mis niños, exploradores de 10 y 7 noviembres, escogieron como souvenir de verano una réplica de señalética vial que aún los impacta.
En ella, una palmera combada se desmelena hacia un lado, carne de vendaval, casi en homenaje cinéfilo a la Julieta Serrano de velocidad y motoreta ¿los pelos paralelos al suelo? de Mujeres al borde de un ataque de nervios. En esa estepa, sin embargo, no campean excesos almodovarianos sino un fervor cristalino made in natura que ruge sin aviso y puede voltear un coche si lo embate de costado.
Del peligro de esos vientos laterales advierte la señal vial cuya réplica se enseñorea en la puerta de mi nevera, mientras los expertos estudian cómo aprovechar los corcoveos de Eolo. A los coleccionistas de rarezas les encantará este detalle: en el último confín de la Tierra, desde 2010, el Global Energy Council distingue a quien se destaca promoviendo esa energía no renovable. Lo nombran, poéticamente, Embajador del Viento. Mis hijos ya colgaron su vocación de rockeros para postular al empleo.
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