Cervantes y su oscura experiencia de Argel
La forma en la que el escritor se libró de haber organizado cuatro fugas en su cautiverio enfrenta a los expertos sobre si fue pasto de favores o abusos sexuales o no
Cuando Cervantes desembarcó en Argel, se topó con una ciudad espesa, cuentan las Topografías de la época. Su laberíntica, apretujada y caótica fisonomía conformaba una metrópoli habitada por 100.000 almas de las que 25.000 eran esclavos. La economía de aquel zoco por donde serpenteaban en pos de su supervivencia cautivos de todo el Mediterráneo, además de saldos apresados en encarnizadas batallas y escaramuzas navales, se basaba en el tráfico de seres humanos.
Lo dominaban auténticos portentos en el negocio. Como llevaba cartas de recomendación de don Juan de Austria y el duque de Sessa encima cuando lo asaltaron en alta mar, ya cerca de España, su primer tratante, el renegado griego Arnaut Mami, pensó que había cazado una buena pieza. Así que tiró por lo alto y puso 1.000 escudos de oro en precio a su cabeza.
Jorge García López en su espléndida biografía Cervantes, la figura en el tapiz, esgrime un cálculo y lo coloca entre 150.000 y 200.000 euros actuales. Demasiado para su familia en España, aunque se endeudaron hasta las patas para librarle tanto a él como a su hermano Rodrigo.
Poco podía sospecharlo el escritor. Así que desde el primer día se puso a planear su fuga y la de otros tantos. Cuatro intentos, mínimo, se le contaron. ¿Cómo es posible que se librara de acabar empalado? Los biógrafos no hacen más que darle vueltas. Además, al pasar la custodia de Arnaut Mami a la de otro traficante, crecen las sombras. Al parecer, su segundo dueño, Hasan Agá, era, según describen, “sodomita en dos maneras” (bisexual).
Nada que objetar. Lo malo es que, sobre todo, pasaba por cruel y sanguinario. En los baños, no pocos esclavos de ambos sexos acababan como pasto de orgías. La últimamente muy cacareada homosexualidad del autor ha enfrentado a muchos hispanistas. Unos empeñados en probarla, otros en espantarla… Nada existe determinante ni en uno ni en otro sentido.
La laberíntica, apretujada y caótica fisonomía de Argel conformaba una metrópoli habitada por 100.000 almas de las que 25.000 eran esclavos"
Convengamos que, para sobrevivir, fuera sometido a experiencias ajenas a su voluntad. Algo más que comprensible. Que los 2.000 palos a los que le castigó Agá por algún intento, no fueron tales. Habría muerto, tal como apuntan Jordi Gracia y Jean Canavaggio. Que algo capaz de torcer la voluntad de un mercenario tratante de carne humana le ablandara los ánimos…
Planeó escapadas, dio la cara por otros fugitivos. Al salir, como bien prueba Isabel Soler en Miguel de Cervantes, los años de Argel (Acantilado), realiza un pliego de descargos que le ahuyente todas las sombras cernidas sobre él para poder labrarse un futuro en España. Sin asomo de dudas sobre su fidelidad a la cruz, dedicando poemas a la Virgen, espantando brumas inquisitoriales, salva el tipo y, de paso, sostiene la estudiosa, crea una de sus obras maestras narrativas.
De no haber penado en Argel, Cervantes se hubiese convertido en un escritor diferente. Ensanchó su compasión y su capacidad de entendimiento hacia el prójimo. Agudizó el ingenio y tiró del saco de sus experiencias para redondear su obra. La magistral ambigüedad y la riqueza con la que construía literariamente el amor, es su mejor prueba.
Este vino más tarde, ya en Esquivias, cuando conoció a la joven Catalina de Salazar, que no llegaba a 20 años, con quien se casó en 1584. Había gozado, penado y engendrado hijos reconocidos e ilegítimos. Pero la vida matrimonial en un pueblo perdido de Toledo, se le debió tornar tan cautiva como su experiencia en Argel. Eligió de nuevo una vida nómada y dejó a su esposa plantada en casa, esperándole. Iban, venían… Se fueron soportando hasta la muerte del genio con un cariño sincero en el que mediaron, para mantenerlo firme, largas ausencias.
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