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Viaje al origen de la guerra

Nuevos hallazgos indican que los conflictos bélicos son anteriores a las sociedades organizadas

Guillermo Altares
Representación de los arqueros de la cueva del Civil (Castellón).
Representación de los arqueros de la cueva del Civil (Castellón).EL PAÍS

La guerra forma parte de la cultura de la humanidad. Las sociedades veneran a sus guerreros, les dedican monumentos y nombres de calles (una nomenclatura no siempre libre de polémica, como se puede comprobar en Madrid). Los textos literarios más remotos, el Antiguo Testamento, el poema de Gilgamesh y, sobre todo, la Ilíada, hablan de combates y de hazañas bélicas. Tal vez por eso, los historiadores asociaban siempre la guerra a la cultura y sostenían que, en la larga época en la que los hombres subsistían como bandas dispersas de cazadores-recolectores, se podía hablar de violencia entre individuos, pero no de guerra. Eso ha cambiado.

El reciente descubrimiento de una matanza de hace 10.000 años, cerca del lago Turkana, en Kenia, puede confirmar las sospechas que cada vez más científicos barajaban, basadas también en la evidencia de que los chimpancés organizan batidas contra otros grupos: la guerra es tan antigua como nuestra especie, antes de que hubiese propiedades y territorios que defender, ya existían conflictos. "Los neolíticos no inventaron la guerra. Los cazadores recolectores del Paleolítico o del Mesolítico ya combatían", escribe el investigador Jean Guilaine, del College de France, en su último ensayo, Caïn, Abel, Ötzi: L'héritage néolithique.

Este profesor, uno de los máximos expertos en el Neolítico —el momento en que la humanidad domesticó las plantas y los animales y comenzó la agricultura y, por lo tanto, la cultura moderna, hace unos 12.000 o 10.000 años— cita otros casos de matanzas y brutalidades en la prehistoria. El más famoso es Jebel Sahaba, en Sudán, un enterramiento del 12.000 a.C., en el que una veintena de los 59 cuerpos encontrados mostraba signos de violencia. Sin embargo, al tratarse de un cementerio es posible que fuese una cultura con algún tipo de sedentarismo. El caso de Turkana, desvelado por Nature en enero, es diferente porque está claro que eran sociedades de cazadores nómadas con un grado de violencia organizada tremendo.

Juan M. Vicent, experto del CSIC y uno de los máximos investigadores del arte parietal, explica que la guerra en la Prehistoria es "uno de los debates fundamentales de la antropología". Se trata de una discusión que replica la diferencia crucial entre Thomas Hobbes y Jean-Jacques Rousseau, entre la idea de unos seres violentos por naturaleza —"El hombre es un lobo para el hombre", defendía el primero— y la del buen salvaje del filósofo suizo.

División radical

"La historia de la guerra se inicia con la escritura, pero no podemos olvidar la prehistoria", escribe el historiador militar John Keegan, fallecido en 2012, en su clásico Historia de la guerra. "Los prehistoriadores están tan radicalmente divididos como los antropólogos respecto a la cuestión de si el hombre era o no violento con su propia especie".

Turkana puede poner fin a esta polémica y darle la razón a Hobbes. "Este hallazgo demuestra que la violencia letal entre grupos es anterior a la agricultura", explica Luke Glowacki, investigador en Biología Evolutiva Humana en la Universidad de Harvard. "Muchos antropólogos creen que las primeras sociedades humanas tenían algún tipo de enfrentamiento bélico, pero hasta ahora no existían datos que apoyasen este presentimiento", prosigue.

Vicent, en cambio, es menos rotundo: "La primera cuestión que hay que tener en cuenta es que las sociedades de cazadores-recolectores no son un tipo específico de sociedad, distinta en su organización y en sus prácticas culturales de otras organizaciones primitivas (un término también debatido) de agricultores sedentarios o móviles, ganaderos, horticultores...", asegura. "También depende de qué signifique el término. Si entendemos guerra en el sentido de violencia intercomunitaria o interpersonal como forma de solución de conflictos, entonces no hay ninguna sociedad humana en la que no se haya dado. Si entendemos guerra en el sentido de una práctica social sistemática, como continuación de la política por otros medios, entonces no. La guerra así entendida es un epifenómeno del Estado, y las sociedades primitivas son justo eso: sociedades sin Estado", agrega.

"La guerra en la humanidad siempre se ha relacionado con sociedades sedentarias. Por eso el hallazgo de Turkana es tan llamativo", explica Antonio Rosas, profesor de investigación del CSIC y paleobiólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales, autor de Los neandertales.

Las guerras entre grupos de chimpancés, sobre las que hay ya una amplia documentación, llevan también a muchos investigadores a pensar que es un patrón de violencia organizada que ha continuado hasta nosotros. Glowacki, sin embargo, hace otra lectura: "Los orígenes de la violencia humana son seguramente similares a los que podemos observar en esos primates. Pero no hay que olvidar que los chimpancés y los humanos son únicos también por su capacidad de solidaridad entre grupos. Los intercambios y la cooperación han sido mucho más importantes en la evolución humana que la guerra".

El misterio de los arqueros

Una de las representaciones más antiguas de lo que parece un conflicto prehistórico se encuentra en el arte levantino (Patrimonio de la Humanidad de la Unesco), como la Cueva del Civil del barranco de la Valltorta, en Tírig, o en el Abric de les Dogues, en Ares del Maestre (Castellón), que muestra a arqueros enfrentándose. Sin embargo, es muy posible que estas pinturas hubiesen sido realizadas ya durante el Neolítico y, sobre todo, como explica Vicent, "la interpretación directa del arte prehistórico es siempre una ingenuidad". "No tenemos ni idea de qué significan las representaciones, más allá de los elementos reconocibles que intervienen en la composición de las escenas", agrega. ¿Se trata de una guerra o de una danza? ¿Fueron pintados todos los arqueros a la vez? En realidad, estas preguntas se pueden formular en casi todos los hallazgos del pasado remoto: la violencia es indiscutible, la guerra se pierde en la niebla del tiempo.

Una de las hipotesis que se han barajado sobre la desaparición de los neandertales es que hubiesen sido exterminados por los sapiens, la especie humana —la nuestra— que les remplazó. Antonio Rosas lo niega: "No hay ninguna evidencia de coexistencia entre esos dos grupos. La extinción de los neandertales no se produjo por violencia, sino por desplazamiento ecológico".

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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