Vila-Matas flotando por México
Tras los pasos en zapatillas deportivas del escritor estrella de la FIL 2015
Enrique Vila-Matas recibió el sábado el premio de la Feria del Libro de Guadalajara vestido de traje oscuro y con unas estilosas zapatillas de running, color vino. Él aplica a su atuendo el principio que aplica a la escritura: “Hacer lo que me da la gana”, como dijo el lunes por la tarde en un encuentro con adolescentes al que acudió con la misma combinación. “Estas zapatillas son un gran regalo que me hizo una amiga en Barcelona. Son un hallazgo”, comentó saliendo del hotel hacia el acto. “Voy como flotando, y adelanto a la gente por la calle, cosa de la que nunca había sido capaz. Creo que no podré volver a usar zapatos”.
El acto con los muchachos era el que le resultaba más incierto de todos los que le habían programado para sus cinco ajetreados días en la feria. “Hace años tendría que haberme tomado pastillas para calmarme. Pero ahora no. He aprendido a estar tranquilo en público”, dijo al pie del escenario. El escritor barcelonés de 68 años cautivó a su audiencia juvenil. Miraban atentos a aquel señor de presencia tímida y vacilante, frente alta y rasgos pequeños que decía cosas que cualquier adolescente podría suscribir: “Empecé en la escritura para aislarme de la familia y después he seguido escribiendo para aislarme de la familia mundial, es decir: para aislarme de todo”. Luego dijo otra frase, hija del gusto vilamatiano por la disolución de la identidad, que probablemente comprendieron menos: “Yo no me creo mi nombre. Me faltan datos para saber quién soy”. Pero entendieron esta: “Cuando escribo, necesito ponerme a leer. Y cuando leo, necesito ponerme a escribir. Es como cuando alguien ve una película pornográfica y entonces quiere ponerse a…”. Risas anchas entre los chavales.
Vila-Matas es un escritor en una fase de reconocimientos al conjunto de su obra. Eso premia el galardón de Guadalajara y premia también el Formentor, que recibió en 2014. Pero los laureles no lo llevan a escamotear detalles a los chicos sobre sus orígenes de plumilla que se inventaba entrevistas. Les contó que en sus años mozos se sacó de la chistera una entrevista falsa con Marlon Brando. Otra con el excelso bailarín Nureyev que tituló “La danza me recuerda a los toros”. Otra con Anthony Burgess en la que al llegar a su cita con el autor de La naranja mecánica le informó de que no tenía ninguna pregunta para él porque ya había escrito la entrevista antes de llegar. “Qué bien”, le respondió Burgess, “entonces tengo una hora libre. ¿Le apetece tomarse un whisky conmigo?”. “Imposible, debo salir inmediatamente hacia la redacción a escribir la entrevista”, respondió con celo profesional Vila-Matas, siempre según el relato del fabulador catalán.
“Yo no me creo mi nombre. Me faltan datos para saber quién soy”, dijo en un encuentro con jóvenes
En el turno de preguntas, una chica con el pelo naranja le preguntó si “el escritor nace o se hace”. “Eso es como preguntar si hay fatalidad o no”, bateó la pregunta el novelista filosóficamente. Una mujer con un gorro de lana negro en tierra de palmeras le pidió que le diera un consejo “a estos jóvenes desencantados”. Se lo dio: “La inteligencia sirve para escapar de todo aquello que nos tiene atrapados. Para crearse una vida propia, personal y atractiva”. Una adolescente en chanclas le preguntó qué hubiera sido si no hubiera sido escritor y Enrique Vila-Matas le dijo que le hubiera gustado ser escritor por las tardes y futbolista por las mañanas. Al día siguiente, en su hotel, le precisó a este periódico en una breve conversación que de ser futbolista hubiera elegido ser extremo derecho, como Garrincha, aquel cojo que hasta a sí mismo se dribló, o como otro del que sólo se acuerda Vila-Matas: Hermes González, un paraguayo que jugó en el Barcelona y en el Oviedo, pero que tuvo una lesión grave, desapareció del mapa y según las averiguaciones del escritor se volvió a Asunción, la capital de Paraguay, y ahí se perdió su talentoso rastro de pelotero averiado con nombre de Dios olímpico.
Por último, un adolescente de flequillo melancólico le preguntó si “Enrique Vila-Matas tiene textos demasiado íntimos como para ser publicados”. El escritor murmuró dos segundos –“mm”– y respondió con cara de estatua: “NO”. Con un ruidito y una negación consiguió la mayor risotada general del encuentro con mil jóvenes, que en realidad no eran mil, pero una feria del libro tiene todo el derecho de permitirse licencias poéticas.
Hasta le dio la risa floja al encargado de seguridad que estaba junto al estrado, y se dio la vuelta tapándose la boca para que no cundiera del todo la sensación de despelote.
Al final de este acto, Vila-Matas firmó libros. Firma dibujando un sombrero abstracto que recuerda al de Fernando Pessoa y dejando correr desde el sombrero hacia abajo una culebra de tinta que en cada firma varía de rumbo y que termina garabateando su nombre.
Después de las firmas salió por un pasillo cerrado al público hacia el siguiente acto. Flotando por un teatral túnel con sus zapatillas cool de atletismo, observó que a un lado había una mesa llena de canapés y con elegancia movió la mano y pescó un bocado sin dejar de andar. Eran las seis de la tarde. Cuando el canapé todavía estaba descendiendo a su estómago, en otro tramo de pasillo más ancho apareció Silvia Lemus sentada con un ramo de rosas en el regazo y alumbrada por los focos refulgentes de una fotógrafa. La viuda de Carlos Fuentes detuvo a Vila-Matas con una sonrisa de actriz de Hollywood y lo invitó a hacerse una foto juntos. Bartleby se apoyó en la silla de Lemus en una postura incómoda, como si fuera a hacer flexiones contra el respaldo, y fueron retratados para la posteridad.
En el siguiente acto, contó cómo lo primero que lo atrajo a la literatura fue la sonoridad de la poesía. Primero, con 15 años, escuchando al poeta y traductor José María Valverde declamar un poema del peruano César Vallejo que en la segunda línea decía “¡Viban los compañeros!”, con esa extraña be en medio reventando la ortografía. Media vida después volvió a tener un acceso de emoción musical oyendo a Octavio Paz en persona decir unos versos de William Carlos Williams.
"'¡Viban' los compañeros!', decía el poema de César Vallejo que enganchó a Vila-Matas a la sonoridad poética
En el turno de preguntas, un asistente de melena vikinga y atuendo death metal le preguntó si se reconocía en la tradición de los autores “excéntricos”. “La literatura que está en el centro es una verdadera idiotez para mí”, fue la respuesta. Terminó el acto y firmó más libros. Un señor bigotudo y de maneras obsequiosas le dio la mano y le dijo sin soltársela: “Maestro, no he leído ninguno de sus libros, pero es un auténtico orgullo saludarlo”.
El martes participó en una mesa sobre clásicos de la literatura. Citó algunos de sus favoritos: Oblómov de Iván Goncharov, sobre un aristócrata ruso tan perezoso que ni siquiera se esfuerza en levantarse de la cama; de Marcel Schwob, Vidas imaginarias y El libro de Monelle; las novelas de Juan Benet; Locus Solus, de Raymond Roussel; y los poetas españoles de la Generación del 27. En esta conferencia, además, contó un chiste de un niño que no hablaba. Su madre lo lleva al médico y el médico le dice que el niño puede hablar. Pero el niño sigue sin hablar. Pasa el tiempo y, cuando el niño tiene ya 35 años de edad, un día, tomando el postre, abre la boca por primera vez en su vida y dice: “Este helado está horrendo”. “Bien”, le dice la madre, “¿pero porque no has hablado hasta ahora?”. “Porque hasta ahora”, concluye Vila-Matas con una sonrisa, “todo estaba perfecto”.
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