“Los humanos somos absolutamente incoherentes”
Manuel Vilas ha publicado este año un libro de relatos y un poemario
Manuel Vilas (Barbastro, 1962) pasea 700 millones de rinocerontes, ¿o son ellos los que le pasean a él? En realidad, es el título de su último libro de relatos, una de sus dos publicaciones de este año: un poemario, El hundimiento, y un bestiario postmoderno, Setecientos millones de rinocerontes. Se define como un artesano, por su manera de escribir: "Imprimo, releo, cambio una palabra y vuelvo a imprimir". En esta ocasión, la palabra comodín es rinoceronte; con todo el enigma y la incertidumbre que puede conllevar una palabra que valga para varias circunstancias sin ser polisémica.
Se reúne con EL PAÍS "para hablar de sus libros", cual Francisco Umbral, al que menciona en su obra como "el último rinoceronte negro". El lugar es una cafetería frente a la Biblioteca Nacional, desde donde el retrato de este Premio Cervantes, si el madrileño tráfico del Paseo de Recoletos lo permite "escuchará" la charla. Vilas no conoce la galería en la que están representados los galardonados con el máximo premio de las letras españolas, pero muestra interés en ella. "Sin Cervantes no sabría moverme. Aúna todos los ingenios narrativos". Pero desacraliza El Quijote: "No hay que idolatrarlo entero. Es como una vaca, lo que nos gusta es el solomillo".
Las dos obras son "muy autobiográficas, pero mi poesía es más confesional que mi narrativa". Para Vilas escribir es vivir, "es curativo". Trata los mismos temas: "Los fracasos amorosos, el alcoholismo y la muerte de los padres". Setecientos millones de rinocerontes habla del estado de la condición humana en 2015 y de cómo se ve el autor. El número iba a ser 45 millones como el de españoles, pero necesitaba más. "Es una exaltación de lo colectivo, un himno a la potencia de la naturaleza. Vivimos un momento curioso e ilusionante. Hay que señalar que los problemas se han resuelto dentro de la democracia, a la que no hay que tener miedo. Ya no. El único totalitarismo es la corrupción".
A la vez, Vilas se manifiesta obsesionado con la ingravidez y con su contrario, con perdurar. De ahí la elección de ese enigmático animal, casi sin mirada, hierático, “una grieta en la naturaleza”, pero que tiende hacia la tierra, que pesa, que permanece. “¿Misterioso? Sí, pero como los humanos”.
No es la primera vez que Vilas escribe a retales. En Setecientos millones... cada pieza unida a otra va formando el mueble. Al final sale, aunque al empezar a construirlo la forma ni siquiera se intuye. Esa es la magia de Ikea. Metáfora tan pegada a la realidad que el autor no puede estar más de acuerdo. Sus relatos son escenas totalmente realistas, reconocibles, cada lector tiene una colección igual. Vilas las une, les da una coherencia. De repente, ¡zas!, bofetón a la lectura. Sitúa cualquier escena aparentemente corriente en un tiempo sorprendente, como la que transcurre en el año 2666. “Dinamito el tiempo. Soy un ser lleno de contradicciones, están en mi vida, en mi literatura. Los humanos somos absolutamente incoherentes, de esta nos salvan los sentimientos amorosos. Se perdona por amor”.
Sus libros están repletos de fragmentos, ya lo hizo en Listen to me, obra en la que Vilas recopila cinco años de publicaciones en su Facebook y en su blog. "Un escritor tiene que hacer literatura en cualquier soporte, ya sea con pluma, con teclado o sobre tablilla de arcilla". Considera las publicaciones en las redes sociales como un deseo de estar con alguien de manera desesperadamente urgente.
"Hay mucho pudor en la literatura", y, en su opinión, es impúdica por naturaleza. Pasa temporadas en Estados Unidos y dice que allí no ocurre. Quiere quitarse esos pudores, "contar la verdad". A este respecto resalta un proyecto literario que le fascina, el del escritor noruego Karl Ove Knausgård.
De un escritor que es capaz de hacer un combinado con rinocerontes es obvio que mezcla las artes. Entran y salen cual escena berlanguiana. Recita parte de 'El IV Reich', poema de El hundimiento dedicado a su homónima película: "... Parecen gente importante, hundiéndose. / Nosotros nos hundimos igual, pero no somos importantes...". Vilas no fue músico porque "no tenía facultades". Le dedica un relato a Elvis Presley, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison... Todos conviviendo juntos tras sus muertes. ¿Quién no ha pensado en ese lugar recóndito al que marcharon todos los inmortales que murieron demasiado pronto? Una más de sus historias irreales que, sin embargo, están en el imaginario colectivo. Pero este relato es especial por lo seguidor que es de algunos de sus protagonistas, tanto que mientras el fotógrafo le retrata para ilustrar esta entrevista le pregunta por los músicos a los que ha fotografiado, sobre todo por uno, Lou Reed.
Y otro salto temporal, de su obra pasada a su novela futura: en primera persona. "Muy verídica, muy cercana. Me interesa mucho España, dibujar este país. No me gusta la imagen que damos fuera. Hay muy poca presencia de la cultura española, bueno, dentro también". Vilas manifiesta que hay que tener en cuenta que la cultura es una inversión, una industria que genera dinero. Y la literatura en particular es una cesión del tiempo y del dinero del lector. Él en esta ocasión le paga con una cantidad peculiar: Setecientos millones de rinocerontes.
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