“Ya no nos queda ni París”
Gonzalo Suárez publica novela, 'Con el cielo a cuestas', invitación al juego y al recuerdo
Julio Cortázar escribió sobre la obra de Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) que era "un juego sigiloso de una inteligencia irónica". El gran crítico literario Rafael Conte lo definió como "el primer incontrolado de nuestra literatura". Suárez fue un gran periodista deportivo bajo el seudónimo de Martin Girard, es autor de novelas escritas siempre al margen de modas y de inagotables libros de relatos como Gorila en Hollywood y El asesino triste. Ha tocado casi todos los géneros, desde el espionaje en Doble Dos, que relata un complot para asesinar a Franco que luego convirtió en guión junto a Sam Peckimpah, hasta la novela histórica en Ciudadano Sade.
Luego está el Gonzalo Suárez director de cine, realizador de Remando al viento, de Epílogo o de Los pazos de Ulloa, una de las primeras series globales. Todos los Gonzalo Suárez están su última novela, Con el cielo a cuestas, que publica esta semana Random House. "Hay que desordenar el caos", reivindicó Suárez durante una conversación en la que se mezclaron el juego, la memoria, el cine, la literatura y la vida.
Pregunta. ¿Cuál es la génesis de Con el cielo a cuestas? ¿Por qué decidió regresar a París?
Respuesta. Para mí, para muchos de mi generación, todavía creo que puede preservarse una imagen mítica de París. De ese París que todavía era el extranjero. Había que atravesar una frontera para que la cultura y el sexo, valga la redundancia, cobraran carta de existencia. Se trataba, por supuesto, de un París de ensueño en contraste con la sordidez de nuestro contexto. Yo le debo a mi padre el haber soñado con París antes de conocerlo y la novela tiene su génesis en ese París de antaño. El París de los tres mosqueteros y Quasimodo, de Villon y Víctor Hugo. Donde todavía escribía Albert Camus y cantaban Piaf y Brassens y el que Picasso hipnotizaba al siglo XX. Cuando mi mujer y yo, a cara y cruz, vinimos de París a Barcelona, lo primero que hice fue llamar a mi padre para que me enviara de Madrid todo lo que había escrito para quemarlo.
P. ¿Eran sus obras de teatro?
Cadáveres en el Sena
Gonzalo Suárez ha tomado prestado el título de su nueva novela a un viejo amigo, el gran poeta Claudio Rodríguez (1934-1999), compañero de la facultad y alumno de su padre en el instituto en Zamora. Con el cielo a cuestas debe también mucho a su progenitor, Gonzalo Suárez Gómez, estudioso de la poesía francesa de la Edad Media y sobre todo del inmenso François Villon. George Brassens, que también tiene su trozo de cielo en la novela de Suárez, cantó uno de sus más célebres poemas, "La balada de las damas de antaño".
Todo esto forma parte del libro de Suárez, que ya se había atrevido a novelar un mito francés, el marqués de Sade. Con el cielo a cuestas es una novela de aventuras y un juego, es un homenaje a los mitos que forjaron varias generaciones de francófilos, pero es también un recorrido con un país que es más doloroso recordar: el que desató varias guerras coloniales en Argelia e Indochina. "Mientras el café Flore gozaba de una ilustre clientela, llegaron a flotar cadáveres de manifestantes argelinos en el Sena", explica Suárez. El cielo de París no siempre es un espacio de libertad.
R. Preferentemente obras de teatro. Lo quemé y me quedé liberado. Pienso que, de vez en cuando, sería conveniente intentar empezar de nuevo. El pasado es, a veces, un lastre y lo escrito condiciona, a veces, más que lo vivido. En cualquier caso, pedí todo y lo quemé. Entonces me propuse escribir una obra maestra. Yo pensaba que una obra maestra tendría que ser tan voluminosa como el Ulises de Joyce. Así que escribí una novela de 500 páginas. La terminé en el año 60, justo en el mismo día en el que nació mi hija Anne Hélène. Por fortuna, el libro fue rechazado por la censura. Era un mamotreto presuntamente realista, torpemente autobiográfico. Pero lo real deja de ser real cuando lo cuentas. Fue entonces cuando comprendí que la verdadera realidad de la literatura es la ficción. Lo malo es que aquel libro resultaba demasiado gordo y compacto como para quemarlo. Así que pensé en desembarazarme de él tirándolo por un acantilado, pero no quise contribuir a contaminar el mar. El caso es que lo perdí y cuando, cincuenta años después, reapareció, se me ocurrió utilizarlo como si fuera un paisaje. Sólo un paisaje. Así surgió Con el cielo a cuestas.
P. ¿París sigue siendo la Meca de la cultura?
R. A diferencia de España, Francia sigue siendo el país para el que la cultura es su signo de identidad. Por el contrario, nuestro Gobierno es el exponente que corrobora lo que en su día escribió Machado refiriéndose a esa Castilla cerril que desprecia lo que ignora. No sólo desprecian la cultura, sino que tratan de que nadie tenga acceso a ella y no me refiero sólo al 21% de IVA. Dicho esto, debo decir que el París soñado no estaba exento de pesadillas. En la faja de Con el cielo a cuestas puede leerse una advertencia: "Es peligroso asomarse al interior". Se trata de un remedo de aquellos carteles de los trenes antiguos que advertían del peligro de bajar la ventanilla y asomarse al exterior. Pues bien, tras el glamour cultural de París, bastaba asomarse a la trastienda para descubrir el horror. La acción del libro también nos retrotrae a los tiempos de la guerra de Argelia. Me temo que el contencioso argelino no sólo no esté cerrado sino que pueda volver a exacerbarse. En cualquier caso, los hechos que en aquellos años fueron camuflados contribuyeron a que París dejara de ser, para mí, la Meca soñada del arte y las letras.
P. Pero, aunque no encontrase la Meca, el libro sí es un homenaje a todos los mitos franceses, desde el Gorila de Brassens hasta Albert Camus. ¿Lo siente como una reescritura de todos sus mitos franceses?
R. Lo siento como una aventura todavía excitante, muy relacionada con las derivas imaginarias de mi infancia a partir de la biblioteca de mi padre en plena postguerra, cuando recreé en el pasillo de casa la selva africana y la viví como evasión necesaria para soportar la sordidez del entorno. Luego, cuando estuve en África, el continente verdadero seguía siendo el de mi pasillo. Algo así me pasó con París.
P. ¿Ha salido alguna vez de los mitos y de los libros que descubiró en su infancia?
R. Bueno, creo que conservo la admiración por esas personas que con su existencia, ficticia o no, me han ayudado a desayunar con ilusión. Tengo una historia maravillosa que me gustaría llevar al cine sobre una chica china que, montada en su bicicleta, pedalea a través del tiempo hasta alcanzar a Miguel de Cervantes en el viaje que hizo a Toledo dos días antes de morir para que le cuente un último relato. Esa chica china también soy yo. Aunque en la época de la globalización las imágenes y las palabras naveguen sin rumbo como chatarra por el espacio y ya no nos quede ni París, considero un privilegio irrenunciable seguir pedaleando.
P. ¿Por qué cree que ya no nos queda ni París?
R. Porque, cuando todo vale y la valoración es económica, ya no es necesario perder el tiempo en ensoñaciones no rentables. Por fortuna, los libros son el último reducto donde uno puede explayarse con un bolígrafo y un papel o recorriendo lugares y renglones con la mirada. Ese es el París intangible que nadie nos puede arrebatar. En última instancia, en un mundo de guerras y corrupción, cabría reivindicar el derecho a jugar. El juego es universal, tanto para el ser humano como para los animales. Pero el juego que tiene como único objeto jugar, es siempre una alegría. Yo juego con mi gato pero no dejaría que mi gato jugar con un jilguero.
P. ¿Siempre ha sido el juego un factor central en su literatura y en su cine?
R. Desde que vine a este mundo, comprendí que mientras pudiese jugar seguiría vivo y, mientras el juego fuera posible, me sentiría libre.
P. Escribió hace años que los escritores eran asesinos tristes. ¿Qué quiso decir?
R. Me refería a que el escritor mata la realidad, cada disparo, cada palabra, mata la realidad. Nosotros estamos ahora hablando y mientras tanto está pasando eso que llamamos realidad. Cuando escribes, suplantas la realidad, esa es la realidad. Estás cazando mariposas, estás cazando palabras. Otros prefieren copiar del natural, como determinados pintores. Yo prefiero desordenar el caos.
P. ¿Echa de menos el cine?
R. Echo de menos la acción que presupone el hacer cine. Incluso el conflicto que genera una actividad donde cada pincelada cuesta tanto dinero. El escritor es el boxeador que pelea con su sombra y, cuando el combate acaba, le alzan el brazo en señal de victoria porque ha caído sobre su sombra. Este es un relato de Trece veces trece que he utilizado en la película Epílogo, valga de muestra para poner de manifiesto la estrecha relación que existe entre la literatura y el cine. Sería muy difícil dilucidar cuales son las fronteras. El cine todavía no se ha emancipado de la literatura y, menos aún, del teatro mientras retrate a actores parlantes. Dicho esto, cuando escribo surgen las imágenes y, cuando hago cine, las imágenes liberadas cabalgan palabras. Me encuentro a gusto en ambas actividades, pero me gustaría poder escribir rodando.
P. Usted hizo mucha publicidad, como 200 anuncios. ¿Le gustaba? En realidad es como hacer cuentos y usted tiene mucha literatura de cuentos.
R. Es un ejercicio soberbio. El último que hice, para sólo 30 segundos, lo rodé en Milán y en Parma con Plácido Domingo, para la pasta Barilla. Sólo para esos 30 segundos reconstruyeron en estudio un vagón del Oriente Exprés.
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