El regreso triunfal de los Roca
Joan, Josep y Jordi Roca vuelven para su primer servicio en El Celler de Can Roca tras ser proclamado en Londres el mejor restaurante del mundo por la revista 'Restaurant' Montse Fontané y Josep Roca celebran emocionados el logro de sus hijos
Un mar de flashes, bengalas y cohetes, más una banda sonora de aplausos y vítores, dieron la bienvenida en la noche del martes a los triunfales hermanos Roca. Cuando faltaba poco para las 23.00, Joan, Josep y Jordi, acompañados por sus parejas, llegaron al jardín del mejor restaurante del mundo, El Celler de Can Roca. Allí les esperaban ilusionados desde hacía horas un centenar de personas, entre familiares, amigos, los primeros espadas de la cocina gerundense, el alcalde de Girona y varios ediles y multitud de periodistas.
Los primeros abrazos, cariñosos y emocionados, de los tres hermanos fueron para sus hijos. De nuevo la familia Roca hizo muestra de su unión y todos ellos se fundieron en un gran abrazo, que puso la piel de gallina. Uno tras otro, todos los presentes felicitaron, abrazaron y besaron a los triunfadores. Los padres del genial trío de cocineros, Montserrat Fontané y Josep Roca, se mantenían en un segundo plano, pero pronto sus hijos les reclamaron. Más abrazos y más besos para unos orgullosos progenitores (y maestros desde su humilde casa de comidas). Durante 24 horas, Montse y Josep habían hecho de anfitriones, al pie del cañón, de las decenas y decenas de periodistas y amigos que acudieron a Can Roca, el bar restaurante familiar que regentan desde hace casi medio siglo.
Montserrat, asegurando que nunca se podía haber imaginado que sus hijos llegaran donde están, se emocionaba con los recuerdos: "Joan, Josep y Jordi crecieron, jugaron, hicieron los deberes, aprendieron los olores en mi cocina, pero la han transformado y la han convertido en otro mundo”. La maestra de todos ellos tiene claro que “el secreto es su inteligencia”, y confiesa su admiración: "Estos platos que inventan tan buenos y bonitos no sé de dónde los sacan”. Ella y su marido Josep recibieron la catarata de felicitaciones y atendieron estoicamente a las decenas de periodistas que invadieron su casa de comidas. Sonrientes y pacientes, ni por un segundo impidieron que sus clientes pudieran disfrutar del menú de 10 euros: una butifarra con judías, una ensalada con calamares, o unos macarrones.
En Can Roca estuvo reunida parte de la familia que no viajó a Londres. Entre ellos Marc y Marina, los hijos de Joan Roca. “Estoy orgullosísimo de mi padre, de la familia y de lo que representa para la cocina catalana”, decía Marc, a quien su abuela besaba, contenta de ver una puerta abierta más a la tradición familiar. La pequeña Marina, tiene claro que, “en El Celler se come muy bien” y también apunta maneras culinarias, en la línea de su tío Jordi: los postres.
A su regreso al restaurante, además del intenso menú de encuentros familiares, los tres grandes de la cocina gerundense también reclamaron la presencia de quienes definieron como “un equipo fantástico, con ganas, comprometido”: el medio centenar de jóvenes ilusionados con su trabajo en El Celler de Can Roca, que poco a poco fueron saliendo al jardín del restaurante: camareros, cocineros, responsables de reservas... Uno a uno se acercaron todos a abrazar a sus jefes. Joan Roca, seguido de sus hermanos, entró a la cocina por la puerta del jardín a buscar a sus "chicos" y les hizo dejar por un momento los fogones, de los que no se habían separado ni por un instante durante el día, mientras los Roca vivían en Londres la resaca triunfal de su éxito internacional y viajaban de "vuelta a casa". Una multitud de gorros blancos ilustró las fotografías con las estrellas de la jornada. Gritos de “Oe, oe, oe”, señales de la victoria y una ola para los campeones aderezaron el ensamblaje entre los hermanos Roca y su personal. No faltaron brindis con cava de El Celler y, como sorpresa, el equipo del restaurante preparó a sus jefes de cocina un pastel. Era el colofón de una jornada larga, intensa y emocionante que "pasará a la historia", comentaban.
Joan Roca aseguró que tanto él como sus hermanos Jordi y Josep (el triángulo creativo de El Celler en la cocina salada, la dulce, los vinos y la sala) se sentían “muy honrados” por este reconocimiento internacional. "Ha sido gracias a este equipo, gracias a la ciudad de Girona, que nos han apoyado con la sensibilidad por la cultura gastronómica, y gracias a que hay productos extraordinarios que han hecho posible volver a poner el foco de la gastronomía internacional en nuestra tierra”, insistió el chef. “Me siento muy ilusionado", añadió, "de representar a la cocina de aquí. Nos sentimos como embajadores de la ciudad y del país. Hay mucha gente que nos hace quedar bien gastronómicamente hablando”. Según Roca, “que en pocos años dos restaurantes a 50 kilómetros de distancia [elBulli y El Celler] hayan sido los mejores del mundo quiere decir que aquí pasan cosas importantes”. El chef gerundense destacó el talento de los cocineros catalanes, así como, “de los payeses que miman sus productos, los ganaderos que los miman sus animales, los pescadores que pescan con cuidado, los viticultores que hacen vino de gran calidad". "Tenemos al alcance una industria alimentaría de grandísimo nivel y esto tenemos que saberlo potenciar y exportar”, advirtió.
El Celler de Can Roca vivió en la jornada del martes un día sin igual,“una locura”, según las tres personas se tuvieron que dedicar exclusivamente a la recepción. La centralita estuvo colapsada y también la web, no pudieron ni abrir los más de 2.000 e-mails que saturaban el servidor. Han recibido más de 600 llamadas de todo el mundo solicitando mesa: Japón, Singapur, Suecia, México, Estados Unidos…Al otro lado del teléfono algún disgusto se ha llevado quien pensaba poder reservar mesa para la semana que viene. A última hora de la noche del martes, solo se podía reservar entre semana para finales de noviembre y si la intención era poder degustar la exquisita comida de los hermanos Roca en fin de semana, la cita se posponía hasta finales de abril de 2014.
Para el primer servicio ya como el mejor restaurante del mundo, en la cocina y la sala de El Celler todo funcionó como un reloj. La maquinaria se puso en marcha sobre las 20.00 y, a pesar que la cena empieza a las 21.00, media hora antes habían llegado los primeros comensales expectantes. Catalanes, australianos, estadounidenses y belgas se sentaron en la salita de espera bajo una tenue luz a disfrutar de la velada. Para suavizar la espera, una degustación de cava del Celler y las aceitunas verdes caramelizadas rellenas de anchoas de l’Escala, que colgaban de las ramas de un bonsai transformado por el Celler. Una delicia visual y gustativa al alcance de comensales privilegiados.
Mientras el jardín era una fiesta de bienvenida, emocionante, cálida, llena de ilusión y sentimiento, el medio centenar de comensales que disfrutaba de su cena en el mejor restaurante del mundo degustaba sus platos ajenos a la celebración. “Ahora estamos aquí celebrándolo y la cocina está funcionando como un reloj y esto tiene mérito”, confesaba Joan, firme como una verdadera roca en el competitivo mundo de la gastronomía.
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