Palabras para resucitar un fantasma
La Albertine de Francisco Goldman es Aura, la esposa mexicana que es corneada por una ola vieja en una playa de Oaxaca
¿Por qué fascinan tanto las historias de duelo y pérdida? Quizá porque es un modo de enfrentarnos a nuestra propia muerte. Proust lo hizo con la evocación de una adorable y veleidosa Albertine, sin olvidar la autopsia de los glamurosos fantasmas que preparan a Marcel para la laguna Estigia. Francisco Goldman se mueve en parecidas aguas, utilizando como puente la savia inmortal de la literatura. Su Albertine es Aura, la esposa mexicana que es corneada por una ola vieja en una playa de Oaxaca. Los fantasmas son quienes le culpan del fatal accidente, él a veces también lo hace. ¿Soy yo la ola?, se pregunta. No, la ola es la narración, su relato. Viene de lejos, ha recorrido tantos mares y recogido tantos vientos que a veces parece mítico, una cresta imponente, y otras corre el riesgo de convertirse en una acotada olla de espuma. Así es la construcción de la memoria: “Mi narrativa cuidadosamente elaborada se derrumba como una gran ola de nada”. Igual que en los versos de Wallace Stevens, “Nunca tendrá final / este sordo oleaje”, la desaparición del ser querido es algo que jamás “dejará de suceder”. Pero lo que nos interesa es menos el suceso en sí (o las emociones turbulentas que suscitó) que las palabras que lo ordenan, lo revelan, lo crean para que acabe siendo como el fusilamiento de Aureliano Buendía o la longeva ambigüedad de Orlando, asuntos que no cesan de producirse.
n su vertiente elegíaca, Di su nombre tiene una intención y una trascendencia parecidas a 'La educación' de Henry Adams
En esta original obra, Di su nombre, Francisco Goldman (Boston, 1954) se sitúa entre la realidad y su recuerdo, orquestando una suerte de prolija “ficción” que cabe considerar verídica. Llegamos a saber demasiado de Aura, de su madre y tías, de sus caprichos, de sus ambiciones, de cuántas casas ocupó, de sus viajes. Tal minuciosidad, que el narrador necesita para recuperarla de la muerte repentina y violenta, convierte a la escritora Aura Estrada en un personaje que Borges consideraría improbable. Goldman casi no nos deja imaginar a su esposa muerta. La protege con un exceso de información. Por contra, su voz, que al principio causa vergüenza ajena debido al desarme emocional, va moldeando a medida que se afianza un alter ego hondo y perfecto, el que una obra así necesita. Ese escritor de infancia desgraciada, a quien su padre propinó un sádico rodillazo cuando era adolescente, que abandona pronto el hogar y vive a salto de mata, a caballo entre el español y el inglés; que no ha conocido de veras el amor hasta que se da con él de bruces, ese personaje mestizo que se nos revela “gracias” a la muerte de Aura, resulta el gran logro de este libro. Goldman sigue la tradición norteamericana de la autobiografía dirigida a servir de experiencia provechosa para los demás. En su vertiente elegíaca, Di su nombre tiene una intención y una trascendencia parecidas a La educación de Henry Adams, también bostoniano.
El lector que busque vida y misterio, así como la poesía de los primeros tiempos del amor, será recompensado. Paco conoce a Aura y cambia su vida, así como la de ella. Se sumergen ambos en aguas peligrosas, con olas de la densidad de Juanita, la neurótica madre de Aura; las olas de la juventud y la ambición, del temor al fracaso, a despertar del sueño de estar casado con una joven hermosa y creativa. Luego todo se derrumba. A Goldman le acusan de la mortal imprudencia y se ve sometido al odio agresivo de la familia de Aura, que le arrebata hasta sus cenizas. Buscando señales de la vida, como se titula el último cuento que escribió su mujer, el narrador se derrama en las escenas compartidas, va y viene de Nueva York a México, adelante y atrás en el tiempo, el suyo, el de ella, el de ambos. Analiza la historia de las olas, los pasos de los demás, el papel de padre que Aura parecía asignarle, la similitud de sus comportamientos infantiles, la manera como ambos parecían “disculparse siempre por su existencia”. Perteneciente a “la generación de la Comprensión Vacilante”, Francisco Goldman, aún bajo el terror de la pérdida y mirando con ojos turbios “las ruinas del futuro”, ha escrito una obra llena de corazón y honestidad, en la que brilla la verdad de los relatos necesarios. Y lo ha hecho para que su felicidad y luego su dolor se diseminen, para acercarse más con cada paso al amor que la palabra y el estilo recobran.
Di su nombre. Francisco Goldman. Traducción de Roberto Frías. Sexto Piso. Barcelona, 2012. 433 páginas. 24 euros
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