El viaje psicodélico como experimento científico tuvo su desarrollo en Harvard
En un libro de reciente aparición se nos cuenta cómo, a principios de los años sesenta, desde la Universidad de Harvard se llevó a cabo un proyecto de investigación sobre sustancias psicodélicas
La palabra psicodelia fue inventada por el psiquiatra inglés Humphry Osmond tras ejercer como guía para el escritor Aldous Huxley en su legendario viaje de mescalina ocurrido en 1953; una experiencia que daría lugar al libro Las puertas de la percepción (Edhasa, 2002), ensayo donde Huxley cuenta las sensaciones observadas tras la ingesta del alcaloide alucinógeno extraído del peyote.
Una vez de vuelta, Huxley decidió descartar la palabra “psicotomimético” para describir la experiencia. En su lugar, Huxley prefirió la palabra “fanerotime” que viene a ser algo así como lo que hace visible el alma. Sin embargo, Osmond pensaba que fanerotime no era un término sonoro a pesar de definir de manera certera una experiencia tan elevada. Se necesitaba un término más clásico, de raíz grecolatina, para decir lo mismo. De esta manera, psique —alma— se fusionó con delos —revelar—, y así nació una palabra que definiría no solo una experiencia, sino una época.
Todo esto lo cuenta el sociólogo norteamericano Don Lattin en su libro El club psicodélico de Harvard (Errata naturae, 2023). Un trabajo donde se repasan cronológicamente los hechos que llevaron a los profesores Timothy Leary, Huston Smith y Richard Alpert a cruzar sus caminos con el médico Andrew Weil para demostrar que el cerebro humano, condicionado por estructuras rígidas, filtra la realidad de tal manera que no permite que se cuelen impresiones que podrían llegar a ser peligrosas para el funcionamiento social del sistema. Llevado por esta premisa, Timothy Leary dirige un experimento psicodélico en la cárcel de Concord, entregando veinte miligramos de psilocibina a dos de los presos y a un estudiante de posgrado de Harvard de nombre Ralph Metzner que se prestó voluntario para la prueba que tuvo lugar en la enfermería. A esta primera experiencia siguieron otras durante nueve meses.
Fanerotime no definía de manera certera una experiencia tan elevada. Se necesitaba uno clásico, de raíz grecolatina: ‘psique’ —alma— se fusionó con ‘delos’ —revelar—, y así nació una palabra que definiría no solo una experiencia, sino una época
El resultado de todo aquello fue que el 75% de los presos a los que habían suministrado psilocibina, y que salían en libertad, no reincidían. Estamos en el año 1963; año en que la psicodelia llega para cambiar el mundo. Los patrones sociales que, hasta ese momento dominan los rincones occidentales, van a volverse del revés desde la Universidad de Harvard, y los experimentos científicos con sustancias que alteran consciencia van a traspasar las fronteras de la propia universidad para llegar hasta los presidios. Los resultados del experimento de Concord son políticamente peligrosos y muy pronto empiezan los problemas, las acusaciones entre los miembros del club psicodélico de Harvard, las filtraciones y los chivatazos por utilizar para sus experimentos a personal no cualificado.
Porque lo más importante de una investigación científica es la intención del investigador y más aún cuando se trabaja con sustancias recreativas, pues, va a ser la intención, es decir, la idea que se persigue en el experimento, lo que en buena medida va a determinar el resultado del experimento. Y esto lo viene a puntualizar Don Lattin en este libro de obligada lectura para todas aquellas personas a las que les guste curiosear en las sustancias que influyeron en una época. Entre sus párrafos asistimos al choque de fuertes personalidades cuyas intenciones cada vez estaban más lejos del resultado científico. Por eso el club terminaría roto, entre acusaciones y reproches.
Para terminar, baste decir que los experimentos ocurridos en Harvard durante la década de los sesenta abrieron no solo las puertas de la percepción, sino las de la tolerancia para que hoy en día la psilocibina no sea perseguida y su uso se contemple con fines terapéuticos.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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