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Columna
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Un mapa de ti mismo

Algún día estaremos de pie contemplando el mapa de nuestro propio cerebro, con sus 86.000 millones de neuronas y todas las sinapsis entre ellas, y nos preguntaremos como en la parábola de la pecera: ¿dónde estoy yo?

Mapa del cerebro de la larva de la mosca de la fruta, con 3.016 neuronas y más de medio millón de conexiones.
Mapa del cerebro de la larva de la mosca de la fruta, con 3.016 neuronas y más de medio millón de conexiones.Universidades de Cambridge y Johns Hopkins
Javier Sampedro

¿Dónde estás? No me refiero a en qué ciudad o en qué línea de metro, sino a dónde está eso que llamas yo, a qué lugar ocupa en tu cuerpo tu sentido de existir, de percibir el mundo, de pensar sobre él. Déjame adivinarlo: está en algún lugar detrás de tus ojos y entre tus dos orejas. Así lo sentimos todos. Pero eso es solo porque la luz nos entra por los ojos y el sonido por las orejas. Imagina ahora que un cirujano maligno te extrae el cerebro y lo mete en una pecera conservando todas sus conexiones con tus ojos, tus oídos y demás. Puestos a imaginar, supón que estás ahí de pie, mirando tu propio cerebro sumergido en la pecera. ¿Dónde está ahora tu yo? Seguramente estará en la pecera, ¿no? Eso es lo que te dice todo lo que sabes de neurología, sea mucho o poco. Pero no es lo que tú sientes. Tú crees seguir estando detrás de tus ojos y entre tus dos orejas. ¿O no? El filósofo Daniel Dennett planteó algo parecido en los años noventa, pero no lo encuentro.

Estos días hemos conocido un avance asombroso de la neurociencia, el mapa completo del cerebro de una larva de mosca, con sus 3.016 neuronas y las 548.000 conexiones (sinapsis) que forman entre ellas. Eso es 30 millones de veces menos que un cerebro humano, pero con toda su modestia debe ser capaz de permitir a la larva orientarse hacia la luz, guiarse por el olor hacia un alimento y recordar dónde está cuando tiene que volver a él, o para evitar un peligro. No es una pieza suelta de software, sino un sistema integrado y autoconsistente que organiza el comportamiento de un individuo autónomo. Toda esa complejidad vital debe forzosamente estar ahí, en el mapa completo de las neuronas y sus sinapsis (el conectoma) que han dibujado los científicos de Cambridge.

La mala noticia es que todavía no sabemos leer el mapa. Es muy probable que todos los datos necesarios para entender el comportamiento de la larva estén ya ahí, delante de nuestros ojos. Pero la información no basta. Necesitamos convertirla en conocimiento. Leer el genoma humano, decía Sydney Brenner, es un logro comparable a llevar un hombre a la Luna, pero falta lo más difícil, que es traerle de vuelta. En su metáfora, traerle de vuelta significa entender el genoma, capturarlo, aprender a leerlo. Lo que ocurría con el genoma vuelve a ocurrir con el conectoma: que necesitamos convertir la información en conocimiento.

Pero Brenner era radical. Lo cierto es que entenderlo todo hasta su mismísimo núcleo lógico no es necesario para empezar a utilizarlo. Y el tamaño del organismo investigado crecerá con seguridad en el futuro, porque no hay ningún problema de principio. Es cuestión de inversión. Cartografiar el cerebro del ratón puede llevar 15 años y mil millones de dólares, y para la especie humana habría que multiplicar esas cifras por algún factor desconocido.

Pero algún día estaremos de pie contemplando el mapa de nuestro propio cerebro, con sus 86.000 millones de neuronas y todas las sinapsis entre ellas, y nos volveremos a preguntar como en la parábola de la pecera: ¿dónde estoy yo? La razón te dirá que tú eres ese mapa inextricable de neuronas y sinapsis, nodos y nexos, pero tú seguirás estando detrás de tus ojos y entre tus dos orejas, ¿no?

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