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Columna
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Lula tendrá que afrontar Belo Monte

La decisión sobre la hidroeléctrica puede ser la oportunidad del presidente de cambiar su legado en la Amazonia

Vuelta Grande del Xingú, la región más afectada por la hidroeléctrica de Belo Monte.
Vuelta Grande del Xingú, la región más afectada por la hidroeléctrica de Belo Monte.FÁBIO ERDOS (THE GUARDIAN)
Eliane Brum

A un líder se le mide en la historia por sus grandes aciertos o sus grandes errores. Los 13 años del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil se hicieron conocidos por los millones de brasileños que salieron de la pobreza para constituir lo que se llamó la “nueva clase media”, un logro social que convirtió a Luiz Inácio Lula da Silva en uno de los presidentes más populares del mundo en 2010. Este fue el gran acierto. Pero hubo un gran error, más allá de la corrupción demostrada que resultó en la prisión de varios dirigentes del partido. El gran error del PT, con el ADN inequívoco de Lula, se llama Central Hidroeléctrica de Belo Monte, toneladas de acero y hormigón en el río Xingú, en la Amazonia. Como un bumerán gigante, la central todavía persigue a quienes preferirían olvidarla: el extremista de derecha Jair Bolsonaro dejó en manos de Lula la decisión de renovar la licencia de funcionamiento de Belo Monte, que se arrastra desde 2021.

Lula y parte del PT tienen dificultad en admitir el monumental error socioambiental que, en los próximos años, podría calificarse formalmente de “crimen”, con la sentencia definitiva de parte de las 29 demandas que ha presentado el Ministerio Público Federal por ilegalidades en la construcción y el funcionamiento de la central. Ahora mismo, al utilizar uno de los ríos más importantes de la Amazonia como su cisterna particular, Belo Monte está secando una región de 130 kilómetros llamada la Vuelta Grande del Xingú, hogar de tres pueblos indígenas y otras comunidades tradicionales de la selva, así como de miles de especies, algunas de las cuales solo existen allí. Impuesta a los pueblos de la selva, Belo Monte ha expulsado a 55.000 personas y ha sido decisiva para que Altamira se haya convertido en una de las ciudades más violentas de Brasil. La población ribereña tradicional, que hasta la fecha no ha sido reasentada a orillas del río, se vio arrojada a periferias dominadas por el crimen organizado y una generación de niños de la selva se han hecho adolescentes en medio de la violencia urbana.

Este es solo un pequeño resumen de los impactos de Belo Monte, planeada y subastada en los dos primeros mandatos de Lula y construida en los de Dilma Rousseff. La corrupción de una parte del PT en el poder no es el pasado que teme un líder que ha asumido su tercer mandato con el peso de la esperanza de la mayoría de los brasileños, tras cuatro años de fascismo. El pasado que teme es una hidroeléctrica construida en plena selva amazónica a fuerza de vulnerar los derechos humanos y de la naturaleza. Este es el espejo más duro para un partido y un icono de la izquierda. Ahora Lula tendrá que afrontarlo. Los pueblos de la selva esperan que el presidente se dé cuenta de que con esta decisión tiene la oportunidad de salvar su legado en la Amazonia.

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