_
_
_
_
Universos paralelos
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los psiconautas de Harvard

La idea de la expansión química de la consciencia partió de la universidad más rica del planeta

Timothy Leary en Millbrook, Nueva York, el 14 de junio de 1967, lugar donde vivía junto a algunos de sus seguidores.
Timothy Leary en Millbrook, Nueva York, el 14 de junio de 1967, lugar donde vivía junto a algunos de sus seguidores.Alvis Upitis (Getty Images)
Diego A. Manrique

Comenzó con una venganza. En el Harvard de los primeros sesenta, los profesores Timothy Leary y Richard Alpert repartían LSD y otras drogas alucinógenas, técnicamente legales, pero difíciles de conseguir. Por alguna razón, rechazaron a Andrew Weil, un estudiante de medicina que colaboraba con el diario de la universidad. Allí publicó una denuncia de los experimentos de Alpert y Leary, que desembocaría en su expulsión en 1963. Se libró de cualquier censura Huston Smith, un teólogo cómplice que enseñaba en el cercano Massachusetts Institute of Technology.

Esos cuatro personajes forman el núcleo de El Club Psicodélico de Harvard, libro del periodista Don Lattin que edita Errata Naturae. No es precisamente un gran modelo narrativo pero parte de una historia irresistible. El LSD, descubierto en 1943, ya circulaba por el mundo académico de Estados Unidos. A instancias de la CIA se estudiaron sus posibilidades bélicas y un eventual uso en interrogatorios. Entre la bohemia, el novelista Aldous Huxley popularizaba las exploraciones internas en su ensayo Las puertas de la percepción (1954); Huxley y un amigo incluso inventaron la palabra “psicodélico”.

Aquí se desarrollan las biografías de los cuatro más allá del choque con la administración de Harvard; el incidente liberó a todos los implicados. Asombrosamente, Weil se convertiría en experto en drogas y (con matices) en defensor de su uso. Fino oportunista, dejó los psicotrópicos para promocionar la alimentación saludable y los suplementos vitamínicos. Aunque multimillonario, Lattin le presenta culpabilizado por su denuncia de 1963: consiguió que Leary le perdonara pero Richard Alpert se negó a recibir sus excusas. O habría que decir Ram Dass, nombre que adoptó tras viajar a la India, de donde volvió convertido en un yogui.

Pero el gran protagonista de El Club Psicodélico de Harvard es Timothy Leary: las aventuras de los granujas tienen más chicha que las de los prudentes. Leary sabía manejar a los medios con lemas tentadores como aquello de “conecta, sintoniza, déjalo todo”. Seguía los consejos del comunicólogo Marshall McLuhan, que también le sugirió no dejar de sonreír, incluso en circunstancias adversas o ante oyentes escépticos. Su carisma impresionó negativamente al presidente Nixon, que lo declaró “el hombre más peligroso de América”.

Su trayectoria retrata las paradojas de una contracultura entre el hedonismo y el activismo. Condenado por tenencia de marihuana a ¡20 años de cárcel!, se escapó en una fuga organizada por el grupo radical los Weathermen y financiada por la Hermandad del Amor Eterno, distribuidores de LSD y hierba. En Estados Unidos, tal alianza era factible. Pero no en Argelia.

Y es que tras su huida recaló en Argel, entonces refugio para abundantes movimientos de liberación. Allí, los Panteras Negras le convencieron para que proclamara que la única opción para cambiar EEUU era la lucha armada. En realidad, seguía tomando ácidos. Eldridge Cleaver, cabecilla de los Panteras en el exilio, ordenó que Leary fuera sometido a “arresto revolucionario”. Ninguna broma: Cleaver fue capaz de matar a Clinton Robert Smith, uno de sus camaradas, por el pecado de flirtear con su esposa Kathleen. Las autoridades argelinas respiraron aliviadas cuando Leary se trasladó a Suiza, país renuente a las extradiciones.

Y todo esto ocurrió en menos de un año. Para sus siguientes andanzas, aún más escandalosas, consulten El Club Psicodélico de Harvard.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_