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Un hachazo fatal directo al cráneo para entender las reyertas del Neolítico

Los restos perforados de una cabeza humana prehistórica dan claves sobre la violencia del pasado a los paleoantropólogos, que experimentan golpeando calaveras falsas en el laboratorio

Un arma de piedra impacta violentamente en un cráneo, causándole una herida mortal. Un científico ejecuta este hachazo por sorpresa, un ataque en ocasiones de frente, pero también a traición por la espalda, que perfora la cabeza de la víctima y le provoca la muerte. Una simulación en el laboratorio que se replica, como se puede ver en el vídeo, hasta comprobar cómo ocurrió exactamente durante el Neolítico. Igual que al rebobinar una película, el investigador repite la acción una y otra vez, ensayo y error, hasta dar con un modelo que se asemeje mejor a la perforación craneal real que se acometió hace miles de años en la profundidad de una cueva.

Es la recreación inédita que ha realizado el paleoantropólogo Miguel Ángel Moreno-Ibáñez, del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES). El científico diseñó modelos de cabeza, hechas de poliuretano y silicona, y luego las destrozó con hachas y azuelas —un cruce entre martillo y hacha neolítica—. Los cráneos de atrezzo simulan el grosor del esqueleto humano y la capa subcutánea de la piel, y están rellenos de gelatina balística semejantes en viscosidad al tejido blando del cerebro. El objetivo del experimento de violencia era conocerlo todo sobre la auténtica agresión del pasado, cómo actuó el atacante y qué indican los restos óseos de la víctima asesinada. “La dirección del golpe, el tipo de fractura, el hundimiento del cráneo, la posición de las fisuras y hacia dónde están dirigidas”, detalla el investigador principal. Su trabajo se publica ahora en la revista especializada Journal of Archaeological Science.

Una recreación inédita de una agresión fatal del pasado ayuda a saber cómo actuó el atacante, y es útil para conocer qué le ocurrió a la víctima
Miguel Ángel Moreno-Ibáñez, investigador del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES)
Axe neolithic
Miguel Ángel Moreno-Ibáñez, del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES), investigando en la cueva de Tarragona donde se hallaron los restos óseos.

Hace unos 5.000 años, en una cueva del noreste de España, alguien se acercó sigilosamente por detrás a un hombre mayor y le golpeó en la cabeza con un objeto contundente, causándole probablemente la muerte. Así debió ser la escaramuza entre dos individuos que ha dejado pistas en el yacimiento arqueológico catalán de Cova Foradada en Calafell, Tarragona. “Se trata de un episodio de violencia interpersonal, si nos ponemos técnicos”, ríe con la definición exacta Moreno-Ibáñez.

El investigador no puede afirmar si se trató de un caso aislado, una riña dentro de un grupo local, o una reyerta contra un clan rival, porque la víctima estaba enterrada de forma colectiva junto con otros 18 individuos, al menos.

En el Neolítico en Europa se empiezan a dar más enfrentamientos violentos, aunque no a gran escala ni de forma generalizada, irónicamente, debido a un aumento en la calidad de vida general
Miguel Ángel Moreno-Ibáñez, del IPHES y la Universidad Rovira i Virgili

El principal objetivo de la reconstrucción era discernir si el traumatismo craneoencefálico fue intencionado o accidental, puesto que una muerte tras un evento fortuito era algo común en el Neolítico. “Nuestra metodología viene de la ciencia forense y de la balística, son recursos muy utilizados para ver la entrada y salida de una bala”, sintetiza Moreno-Ibáñez: “Mismo método, pero aplicado a la arqueología prehistórica”.

Los investigadores escogieron dos armas, las más frecuentes en la época: hacha y azuela. Las dos son un cruce entre herramienta de carpintería o agricultura y un artilugio útil para herir a un enemigo. El objeto usado en este asalto dejó su impronta de superficie recta en el hueso al herir a la víctima, lo que para el científico descarta otras opciones.

Cráneo hacha
Miguel Ángel Moreno-Ibáñez, del PHES, con el cráneo perforado.

Moreno-Ibáñez señala que en la era del Neolítico tardío en Europa se empiezan a dar “enfrentamientos violentos, aunque no a gran escala ni de forma generalizada”. Pese a ello, estas escaramuzas no siempre equivalían a la muerte de los participantes, ya que se encuentran “evidencias de heridas curadas, e incluso protocirugías y cuidados médicos muy arcaicos”, aclara el autor.

El científico apunta a que esto se debió, irónicamente, a un aumento en la calidad de vida general, a una mayor producción de alimentos, ganadería y agricultura, con el consiguiente crecimiento muy importante y marcado de la población. Lo que “genera inevitablemente choques y rivalidades” entre diferentes grupos, ironiza el profesor de la Universidad Rovira i Virgili. Aunque matiza: “No hay que pensar que estaban todo el día en guerra”.

Respecto al fallecido encontrado en la cueva de Tarragona, el investigador del IPHES considera que parece un caso de violencia puntual que “se les fue de las manos”, expresa coloquialmente. Los científicos encontraron a la víctima sepultada en el yacimiento arqueológico con “tratamiento funerario”. “Igual que a los demás cadáveres hallados, no hay diferencia en el enterramiento respecto unos de otros”, concluye Moreno-Ibáñez.

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