No te obsesiones con el ritmo, el tono y la puesta en escena: así se cuenta un cuento de buenas noches
Usa las herramientas de tus ancestros, que llevan perfeccionándose desde el inicio de los tiempos. Si han llegado hasta aquí, por algo será
“Papi, ¿me cuentas un cuento?”. En las películas, el progenitor mira al infinito, sonríe, acomoda el embozo y comienza su historia. Suele haber una princesa (o un príncipe) con tribulaciones parecidas a las del crío. Este escucha el relato embelesado. Si acaso, hace una pregunta o dos que ayudan a aterrizar suavemente en el final previsto, justo antes de que sus párpados se cierren y termine la secuencia. Pero cualquiera que se haya puesto a inventar una historia infantil sobre la marcha sabe que la experiencia no suele ser tan fluida. Te metes en jardines de los que no es fácil salir, el osito pierde fuelle y no hay manera de que vuelva a importarnos y, atendiendo a las peticiones del oyente, hemos trasladado la acción de un bosque lleno de posibilidades a la casa de unos escarabajos que... vete tú a saber. La idea era que la niña se durmiera, pero se ha espabilado y quiere brincar en la cama. O peor: se aburre y hay que volver a empezar.
¿Cojo un libro o me la invento?
En muchas familias, leer cuentos forma parte de las rutinas cotidianas, aunque no es tan común hacerlo sin papel. Abrir un álbum es como levantar el telón de un teatro: los espectadores ocupan sus asientos, hay un texto con una estructura y una sonoridad que atrapan, las ilustraciones nos sumergen en la historia y como —seguramente— lo hemos leído varias veces, el niño espera con delectación su momento favorito. Es más, tienen un chiste privado sobre la araña que pende de su tela en la ventana y, al llegar a esa página, su dedito la ilumina como un foco.
No son formas de narrar excluyentes, cada una tiene su espacio: las historias sin libro pueden aparecer en un viaje en automóvil, de camino al colegio o, simplemente, las contamos para pasar el tiempo. Cada vez que lo hacemos, estamos interactuando con nuestro hijo de una manera única. “Sea con el soporte del libro o sin él, lo fundamental cuando contamos un cuento es que construimos un imaginario compartido, un mundo ficcional con sus propios códigos”, explica Ellen Duthie, autora y especialista en literatura infantil y en la práctica filosófica con niños. Comparte su pasión por la lectura en voz alta en su blog Lo leemos así.
“Una de las cosas que más me gustan [de contar estas historias] es la adquisición de ese código compartido. Muchas lecturas llevan a experiencias que se salen del libro y se adentran en otra cosa: cuando tu hijo juega contigo a ser Pippi Calzaslargas estáis inmersos en una especie de acervo cultural común según las reglas de esa ficción. Esa vivencia tiene mucho que ver con el juego y con una especie de lenguaje privado. Es algo bonito que se crea también en la narración libre”.
Ahí está la clave, en el universo común que se alza entre el narrador y su oyente. La especialista en esta práctica Alicia Bululù (Alicia Remesal), también actriz y pedagoga, lo ve así: se use o no un libro, “en ambos casos se trata de un espacio de afecto. Cuando la oralidad es más primaria, hay un contacto muy directo y muy emocional. Y, lo que lo diferencia por encima de todo, es la mirada. Cuando el soporte no está, no te queda más remedio que ser consciente de ese canal afectivo”. Quién no se ha visto alguna vez recitando El pollo Pepe con el piloto automático...
Ya lo has decidido: ¡te inventarás un precioso cuento de Navidad para el churumbel! Encontrar el hilo del que tirar no es siempre sencillo. Estamos cansados, no tenemos costumbre, nos falta imaginación, nuestros intentos previos han terminado deshinchándose como un balón de playa abandonado... Tranquilidad: nadie ha dicho que tengas que partir de cero. Usa las herramientas de tus ancestros, que llevan perfeccionándose desde el inicio de los tiempos. Si han llegado hasta aquí, por algo será.
“Por su estructura, que permite marcar un ritmo y también ordenar el caos de la vida y nombrarla, los cuentos de fórmula [narraciones populares de la tradición oral dedicadas a los pequeños, llenas de diminutivos, onomatopeyas y giros similares] son un buen recurso para empezar”, asegura Alicia Remesal. Cantinelas, retahílas, adivinanzas, pareados... Y añade un juego de cuerpo, como “la araña arañita que sube las escaleras y hace cosquillas” (no hace falta explicarlo, ¿verdad?). En definitiva, “relacionar palabra y afecto”, afina la pedagoga. Si le coges el gusto, hay grandes antologías de cuentos populares. Echa un ojo, por ejemplo, a la web del escritor y narrador Pep Bruno; o a La aventura de oír: cuentos y memorias de tradición oral, de Ana Pelegrín.
No siempre han de aparecer unicornios o brujas
En sus talleres, Remesal propone a los padres que le cuenten a sus vástagos por qué le pusieron su nombre. “Es una historia que conoce casi toda la familia, menos la persona implicada, y les encanta. Les ayuda a ubicarse y refuerza el sentimiento de pertenencia”. Y reivindica los relatos familiares. Siempre hay una anécdota divertida protagonizada por la abuela o un tío, o nuestras propias vivencias: “¿Os acordáis de cuando fuimos al campo y vimos a aquel gato que...?”. Ese tipo de narraciones sencillas, explica la pedagoga, nos ayudan a componer estructuras fundamentales para la expresión oral y a revivir momentos compartidos y contemplarlos de una manera diferente.
Vale, ya estamos un poco entrenados. Llega la hora de inventar, con mayúsculas. “Establecer unas reglas, unas limitaciones, ayuda a poder crear algo”, apunta Duthie. “Elegir, por ejemplo, cuatro objetos que tienes encima de la mesa, o una situación concreta, e incluso pedir al niño esas premisas: ‘¿Quién es el protagonista?, ¿eres tú o un niño de tu edad?, ¿dónde está?’. Ya ahí estás empezando a contarlo y a compartirlo. Y, normalmente, los menores tienen bastante claro qué quieren: es una estrategia que rara vez falla”.
Si tu hija prefiere que la protagonista sea una sirena en lugar de una astronauta, puedes cambiarlo. Si la moraleja está resultando demasiado obvia, en dos frases puedes saltar a la comedia disparatada. Ahí está el encanto. “Contar estas historias tiene mucho de leer lo que quiere el otro”, explica Duthie. “En la narración de invención espontánea, la posibilidad de creación conjunta es mayor, y el nivel de participación del niño suele ser muy alto. Puede decir: ‘¡No, ese personaje no era malo!’. Y tú lo cambias. Es una invitación a jugar. Y también una introducción a la narración propia: si tú cuentas historias de esa manera, tu hijo también te las va a transmitir a ti”.
Podemos introducir una frase que se repite y que el pequeño tiene que decir en el momento oportuno, utilizar rimas u omitir el final de una oración para que nuestro hijo la complete. O pedirle un personaje (una princesa), un espacio (el supermercado) y una acción (patinar, por ejemplo), para comenzar. Si la historia encalla, el “afortunadamente-desafortunadamente” nos puede sacar del brete. Decimos: “Afortunadamente sucedió que...”, y tienen que añadir algo maravilloso que ocurriera. O “desafortunadamente...”, y deben inventar algo horrible.
Otro recurso clásico y eficaz es convertir lo que tenemos a mano en escenografía: “Para los niños es muy fácil reproducirlo: lo que decía Gianni Rodari [escritor y pedagogo italiano que revolucionó la literatura infantil] de convertir un platito en un avión y la cuchara en su piloto. Enseguida el crío hará sus propias conexiones para dar un simbolismo fantástico a un objeto cotidiano”.
Y, por supuesto, podemos elegir una fábula que el oyente conozca muy bien e introducir variaciones. “Un cuento clásico, por ejemplo, te da una estructura que va a funcionar, en el sentido de que tiene un principio, un nudo y un desenlace. Pero el género de la narración libre también te permite romper con esto. A menudo lleva al absurdo y a infracciones de la verosimilitud. El destinatario del cuento lo entiende y es parte de la gracia: a ver cómo sales de esta”, subraya Duthie.
Los fuegos artificiales, para días señalados
Cada padre y cada madre tienen su propia gestualidad y su manera de contar, que van puliendo con la práctica. Y, luego, existen elementos de apoyo que pueden enriquecer la experiencia: añadir música, utilizar dados y cartas para construir historias, títeres, sombras chinescas... Si nos funciona, todo suma, siempre que tengamos claro que es un elemento especial, para días extraordinarios, pues el nivel de exigencia podría mermar nuestra implicación cotidiana. “Disfrutemos de lo sencillo, que es el gesto, la palabra y la cercanía a través de la mirada y el contacto corporal. Y lo demás, para días de fiesta”, insiste Alicia Remesal.
¿Dónde quedan entonces el ritmo, el tono, la estructura narrativa? “Relájate”, recomienda la autora infantil: “Cuando cuentas un cuento, lo que estáis haciendo es disfrutar de un rato de comunicación y conexión. No te obsesiones con la estructura narrativa, aquí no es lo importante. Y no te preocupes demasiado si la historia se va al garete. La oportunidad de convertirlo en un momento de cocreación, donde el poder creativo también está en el niño, es interesante y es fácil, y genera esos lazos de comunicación ficcional a los que me refería al principio”.
Remesal coincide: “Creo que lo fundamental es que haya ganas. Y, luego, que se establezca dentro de un marco de costumbre y de rutina en casa. Quizá antes de dormir, los viernes, o cuando nos vamos a tomar una pizza juntos. Pues ese será el rato de la pizza y las historias. Los asuntos técnicos, para los profesionales. Ninguna familia debería sentir que tiene una traba, o que necesita perfeccionar algo de cara a un relato de buenas noches. Porque la única manera de contar es contando. Hacerlo todos los días y con voluntad, y que la persona que escucha tenga ganas de escuchar. Se trata simplemente de convertirlo en una costumbre saludable de la familia”. Colorín, colorado...
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.