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Así me criaron mis padres, así marcaré yo a mis hijos

¿Quieres repetir los patrones de crianza que te han hecho ser como eres?

Nos educan dos veces. Primero los padres y después los hijos. Aprendemos de las carencias de los primeros, que vemos con ternura desde la madurez, y luego nos esforzamos por hacerlo mucho más cuando cambiamos de papel. "Son los hijos quienes ponen en evidencia todo aquello que no sabemos (o sí) hacer", explica Mila Cahue, doctora en Psicología y divulgadora científica. Volvemos a mirar a nuestros padres y nos preguntamos: ¿Qué influencia tuvo en nosotros su estilo de crianza? ¿Queremos y, sobre todo, podemos superar su trabajo?

Fernando Sarráis, psiquiatra y autor de Familia en armonía, entre otros títulos, opina que, a pesar de cómo ha ido disminuyendo el tiempo que pasan los padres con sus hijos y del peso de otros factores, la crianza influye mucho en nuestra personalidad. "No es tanto por lo que se diga como por el trato humano, los hábitos que se adquieren en el hogar y el amor que recibimos. La educación familiar es importante y de ella depender en buena parte lo que somos en el futuro", destaca.

Se han hecho diversas clasificaciones en los estilos de crianza, pero Sarráis aclara que las fronteras que separan los grupos son difusas y que la variabilidad dentro de cada uno puede ser muy grande. Todo parte, en cualquier caso, del abordaje el complejo equilibrio entre amor y exigencia: "Por un lado, está el cariño, el juego, la comunicación y la confianza. Por otro, la búsqueda del bien permitiendo que desarrolle su autonomía en un mundo en el que hay reglas". Sobre esta base, el psiquiatra marca cuatro estilos que marcan para siempre.

Autoritativo: mucho control, mucha calidez

Es el más recomendable, a juicio del psiquiatra. "Combina el control y la autoridad con un trato afectuoso y cercano. Hay amor entre los miembros de la familia y, por eso, las personas son lo primero. Las normas, aunque importantes, son un medio con un fin, la felicidad de los hijos. Son flexibles, adaptables a las circunstancias. Si se ama al hijo tal como es, se desea estimular su libertad y su responsabilidad, por lo que las reglas irán suavizándose con el tiempo. A la hora de reprimir las malas conductas, el cariño de verdad impide los castigos severos".

En general, el padre autoritativo tiene una buena comunicación con su hijo y razona con él. Las cosas no se hacen "porque me da la gana" o "porque yo lo mando", sino porque buscan un objetivo. El hijo puede estar de acuerdo o no, pero sabe que no se trata de un capricho. Cuando no comparta esas razones, podrá discutirlas y quizá convencerle para cambiarlas.

Si este es el estilo que recibiste (cálido y exigente), seguramente fuiste un niño con mayor adaptación y fácil en el trato. "Amigable -continúa Sarráis- y cooperativo con los adultos; menos sumiso, más resuelto y orientado al logro. Este modelo de crianza aporta más confianza en uno mismo, buena autoestima y mejor control personal. Hace personas más competentes, tanto social como académicamente". Es el resultado del ambiente equilibrado en el que el niño se siente querido y respetado, a la vez que se le enseña a comportarse, no solo comunicándole verbalmente lo que está bien o mal sino educando sus hábitos.

Autoritario: mucho control, poca calidez

Si tu padre es autoritario, habrá ejercido el control y la disciplina de un modo frío y distante. "Un progenitor así establece reglas -añade el psiquiatra- que son un fin en sí mismas y orientadas a la idea que tiene del hijo perfecto. Le quiere en la medida en que se acerque al ideal que espera de él". Tu libertad, tu individualidad y personalidad no contaron para nada.

"El padre autoritario intenta educar en la responsabilidad, pero olvidando que esta es imposible sin la libertad. El castigo, por su parte, tiende a ser demasiado duro, porque considera la mala conducta como una afrenta contra las normas y contra la familia, y también porque no existe el freno del amor". Las normas son absolutas, ni se razonan ni se justifican. Tampoco hay motivos para modificarlas, matizarlas o buscar excepciones. "La autoridad -añade Cahue- es necesaria para educar, pero cuando se sobrepasa un límite y comienza a ser dañina o irracional, hay que corregirla antes de que se convierta en despotismo o crueldad".

Si tu padre te educó así, es posible que seas una persona dependiente, temeraria, retraída, irritable y apocada. Según Sarráis, en este modelo la agresividad se puede encontrar inhibida o que se manifieste hacia uno mismo, debido a la presión soportada. "Es lógica igualmente la dependencia, ya que el individuo no aprendió a vivir por sí mismo, sino bajo la protección y las decisiones de sus padres".

Permisivo: poco control, mucha calidez

Es un padre que exige poco a sus hijos, que les deja actuar a su arbitrio, sin ponerles restricciones. Combina un control laxo con un trato cálido. "No pone reglas, o pone pocas y poco exigentes, sin ni siquiera vigilar su cumplimiento. No es porque no se preocupe por ellos, sino que les quiere tanto que no quiere negarles nada". Como les ama, piensa que son ya bastante buenos o listos. Un progenitor permisivo opone amor y exigencia y al no entender que ambos son compatibles, abandona el control.

Cahue destaca la importancia de cierta flexibilidad para permitir que los niños vayan tomando sus propias decisiones, se equivoquen y puedan madurar, pero lanza una advertencia. "Cuando esa permisividad se convierte en manipulación y falta de respeto a los padres, hay que corregirla. Este estilo democrático es muy saludable y divertido, pero alguien debe tener la última palabra y la responsabilidad final, y esa es la figura parental".

Cuando un hijo ha vivido en la permisividad se vuelve socialmente incompetente, actúa por impulsos incontrolados y es conformista e indulgente consigo mismo. Es muy posible que, si te criaste en la permisividad, seas también permisivo contigo mismo por esa falta de aprendizaje en el control, la adaptación y la exigencia.

Indiferente: poco control, poca calidez

Son las familias que no dictan normas por falta de preocupación. Ni controlan a los hijos ni son afectuosos con ellos. "No son laxos -explica el psiquiatra- para mostrar a sus hijos una aceptación total, sino por falta de implicación. En algunos casos no tienen interés, ni están preocupados por ellos. En otros, sí desean ocuparse, pero no tienen tiempo ni energías, probablemente por otras obligaciones. Acaban desentendiéndose de su cuidado".

En este estilo de crianza no aparece un conflicto entre amor y control. Según Cahue, la negligencia tendría que ver con la falta de autoridad y la falta de responsabilidad respecto a los compromisos adquiridos cuando se tiene un hijo. Como consecuencia, los peores resultados educativos son para los padres indiferentes. Crean personas que actúan según sus impulsos, incluso los más destructivos, especialmente si la frialdad paterna ha llegado al extremo de la hostilidad.

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