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Estudiar sin internet: la escuela en cuarentena profundiza la desigualdad en Argentina

En papel, la radio y la televisión pública reemplazan a la educación digital en amplias regiones sin acceso a internet

Federico Rivas Molina
Un niño posa con su pelota en la puerta de su casa en la villa de Fraga, un asentamiento precario ubicado en la ciudad de Buenos Aires, el 6 de junio de 2020.
Un niño posa con su pelota en la puerta de su casa en la villa de Fraga, un asentamiento precario ubicado en la ciudad de Buenos Aires, el 6 de junio de 2020.Natacha Pisarenko (AP)

En Alto Río Senguer, un pueblo de 1.600 habitantes que sigue la cuarentena en medio de la Patagonia, un niño que vive con su padre en el campo recibe lecciones por radio. Algo más al norte, en Añelo, una pequeña comunidad que sufre la fiebre del petrolero de Vaca Muerta, hay solo seis computadoras para los 60 estudiantes que cursan la secundaria. La maestra de 26 niños de cinco años en La Rioja perdió contacto con uno de ellos porque el móvil de la madre, el único que hay en la familia, se reserva para los dos mayores. “En Argentina hay lugares que están en la década del cuarenta, con una agenda analógica. Ahí no se puede dar una clase por Zoom”, advierte el ministro de Educación, Nicolás Trotta, en una conversación con corresponsales. La cuarentena ha puesto en evidencia las debilidades estructurales del país sudamericano y las tensiones de una sociedad que no logra superar la desigualdad.

Un informe reciente de Unicef estableció que el 81% de los hogares con niños, niñas y adolescentes está en contacto con el sistema educativo y recibe tareas escolares durante el aislamiento social contra la covid-19. Pero advierte que el 37% de esos mismos hogares no tiene una computadora para realizar las tareas. Los problemas se acentúan cuando se pone la lupa sobre familias de bajos recursos. “Allí la brecha se profundiza”, dice el informe de Unicef, “porque el 28% no tiene Internet y el 53% estudia sin computadora”. Si se hace un análisis detallado por regiones, la ratio de hogares en contacto con la escuela baja a menos del 60% en el norte del país, donde se registran los mayores índices de pobreza. En Argentina hay al menos seis millones de niños que viven en situación de marginalidad.

El maestro Carlos Luna da clases en una escuela rural ubicada a 85 kilómetros al sur de Bariloche, en la cordillera patagónica, en un paraje con muy mala conectividad. Los alumnos estudian en sus casas con los cuadernillos que el ministerio de Educación ha repartido en zonas vulnerables (ha distribuido 18 millones de ejemplares) y consumen el contenido audiovisual y radial que difunden los medios públicos. En el día a día, sin embargo, el instrumento más importante es el teléfono móvil de los padres. “Hemos trabajado mucho con los audios. Le pedimos a nuestros estudiantes, por ejemplo, que contaran su vida diaria, cómo se sienten, cómo están llevando esto de no poder salir y qué extrañan. Luego editamos los audios y los pasamos por radio nacional de Bariloche”, dice Luna.

La cuarentena también expuso las desigualdades sociales en comunidades que muestran buenas estadísticas generales. En una escuela pública de Palermo, uno de los barrios más acomodados de Buenos Aires, el 10% de los alumnos recibe un bolsón de comida comprado con el aporte de todos los padres. La escasez de computadoras en lo que se supone es un barrio de clase media sorprende a las autoridades de la escuela. La situación se agrava cuando uno se aleja del norte de la capital y se adentra en el extrarradio.

Ingrid Catalán vive en Virrey del Pino, partido de La Matanza, y tiene siete hijos, tres de ellos en primaria. “Los tres usan mi celular. Se complica mucho, porque en nuestra zona no hay wifi y descargar los contenidos que manda la escuela se complica. Hay días que estamos cuatro o cinco horas sentados haciendo diferentes tareas”, dice. La cuarentena empezó junto con el ciclo lectivo y la hija pequeña de Catalán conoce a su maestra solo por vídeo. En una escuela de Liniers, ubicada en el límite entre la ciudad de Buenos Aires y la provincia, la maestra Ayelén Pesce destaca el desafío que es contener a los alumnos más pequeños. “Lo primero que hicimos fue tratar de establecer el vínculo con la familia por WhatsApp y bajar la ansiedad de las familias que estaban empezando. Ahora hacemos videollamadas para que los padres vean a los maestros, porque es muy importante el rol de la familia”, dice.

El ministro Trotta coincide en la importancia de la familia, que variará según “la trayectoria educativa de los adultos del hogar”. “Eso es más condicionante que el acceso a la tecnología. Y tiene más trascendencia la trayectoria educativa de la madre, que es la que asume las tareas de seguimiento pedagógico”, dice. A mayor educación de los padres, mejor seguimiento de los contenidos de la escuela. No es un dato para festejar. “En el hogar se consolidan las desigualdades”, advierte Trotta, que ve como el confinamiento limita el papel igualador que imagina para la escuela pública. “Estamos seguros, y lo he hablado con ministros latinoamericanos, que nuestro sistema educativo va a ser más desigual a partir de esta pandemia. Vamos a tener que desplegar, además, una política de búsqueda de todos los estudiantes que no van a regresar a la escuela. Cada día que pasa es un alumno menos”, dice el ministro. Las autoridades argentinas no esperan el regreso a las aulas al menos hasta septiembre, evidencia de los problemas que se avecinan.

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Sobre la firma

Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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