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La mordida del mar se siente en África

En parte de las costas de cuatro países africanos desaparecen casi dos metros de playa al año. En el norte de Senegal, 2.600 personas han perdido su hogar en los últimos meses

En la ciudad senegalesa de Saint Louis, las casas más cercanas a la costa han quedado destruidas por el embate de las olas. El nivel del mar no cesa de aumentar desde hace años.
En la ciudad senegalesa de Saint Louis, las casas más cercanas a la costa han quedado destruidas por el embate de las olas. El nivel del mar no cesa de aumentar desde hace años. Marta Moreiras
José Naranjo
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El 19 de agosto de 2017, la comerciante Ndeye Seinabou Fall vio cómo el mar se tragaba su casa. “Es un día que no podré olvidar jamás”, asegura con semblante triste. Sus cuatro hijos y ella fueron trasladados a una escuela, donde permanecieron dos meses. Para Lena Diop, de 28 años, ese recuerdo es como una herida abierta. “Las olas eran cada vez más grandes, de hasta seis metros, así que seguimos el consejo del prefecto y nos marchamos a la escuela Cheikh Touré. Al día siguiente solo quedaban muros destrozados de lo que fue nuestro hogar. Perdimos todo, únicamente pudimos salvar nuestra ropa”, asegura.

La franja costera de la ciudad senegalesa de Saint Louis, en el norte de Senegal, parece haber sufrido un bombardeo. Los restos de paredes de las casas destruidas emergen entre la arena con su galería de hierros oxidados, piedras inservibles y techos arrumbados; esqueletos de cuando la vida de carreras infantiles y el olor de la comida recién hecha inundaban el lugar. Bombardeo hubo, sin duda. El de las recurrentes marejadas que, en los últimos cuatro años, han golpeado, ola a ola, contra los barrios de pescadores de Guet Ndar, Ndar Toute, Santhiaba y Goxu Mbathie, provocando que 258 familias, unas 2.600 personas, hayan perdido ya sus viviendas. En total, unos 10.000 vecinos tendrán que marcharse por vivir en la llamada zona de riesgo.

Ndeye Seinabou Fall y Lena Diop ya se fueron. No tenían otra opción. En 2017 se instalaron junto a sus familias y otras 580 personas en el descampado de Khar Yalla, a las afueras de Saint Louis, lejos del mar, en una frágiles tiendas ubicadas en un descampado que se inundaba en la estación húmeda, sin saneamiento ni agua potable, ni electricidad. Un auténtico lodazal. Hace dos meses, al fin, los desplazados de Khar Yalla se trasladaron a una nueva ubicación en Diougop, donde han sido alojados en 160 casetas de plástico duro, las llamadas unidades móviles, en un espacio dotado con letrinas, puntos de agua y paneles solares. “Ahora estamos muchísimo mejor”, revela Lena Diop, que acaba de ser madre por segunda vez. “Pero lo que queremos son casas de verdad”.

Ndeye Seinabou Fall, a la derecha, se sienta junto a sus hermanas y parte de su familia a tomar café a la sombra de sus nuevas casas en Diougop.
Ndeye Seinabou Fall, a la derecha, se sienta junto a sus hermanas y parte de su familia a tomar café a la sombra de sus nuevas casas en Diougop.José Naranjo

No siempre fue así. Thierno Gueye, de 63 años, lleva toda la vida en Goxu Mbathie, uno de los cuatro barrios afectados. “Antes la playa era enorme, cientos de metros”, asegura señalando al mar con su brazo derecho. La arquitecta residente en Saint Louis Suzanne Hirschi lo confirma: “Hay fotos antiguas de soldados coloniales desfilando por una enorme extensión de arena, imagínate”. En la actualidad, sin embargo, las olas llegan con facilidad a la primera fila de casas y la exigua playa desaparece con cada marea alta. Un informe preliminar del Banco Mundial, el organismo encargado del proyecto de emergencia para la población afectada con una financiación de 27,2 millones de euros, asegura que cada año se pierden de cinco a seis metros de playa.

¿Por qué? El propio Banco Mundial ha encargado un amplio estudio de la desembocadura del río Senegal, donde se asienta la ciudad de Saint Louis, para comprender un fenómeno complejo. Los técnicos apuntan a dos factores provocados por el ser humano: en primer lugar, la construcción intensiva sobre la Lengua de Berbería, la península de arena sobre la que se asienta una parte de la ciudad, que intensifica el efecto de arrastre de arena provocado por las olas; en segundo lugar, la apertura de una brecha de tres metros en dicha península en el año 2003 para salvar a Saint Louis de una grave inundación fluvial. En la actualidad, dicha abertura mide más de seis kilómetros, se ha desplazado hacia el sur y ha modificado toda la dinámica del delta.

Unos 10.000 vecinos tendrán que marcharse próximamente de la costa de Saint Louis por vivir en la llamada zona de riesgo

Sin embargo, el citado informe señala, sin dejar lugar a dudas, que “los efectos del cambio climático, como la subida del nivel del mar y la modificación de las tormentas, han acelerado el problema de la erosión”. No es de extrañar. La costa atlántica africana sufre ya las consecuencias del aumento del nivel del océano. Un estudio elaborado el pasado mes de marzo por el Banco Mundial dentro del Programa de Gestión de las Áreas Costeras en África Occidental (WACA), revela que el 56% de la línea costera de cuatro países, Benín, Costa de Marfil, Senegal y Togo, está perdiendo una media de 1,8 metros de playa a causa de la erosión (solo en Benín desaparecen cuatro metros de playa anuales en el 65% de su litoral). El coste de este fenómeno, sumado a las inundaciones y al deterioro ambiental, es de 3.450 millones de euros anuales. Una factura demasiado alta para países en vías de desarrollo.

Hasta hace tan solo un año, los habitantes de este trozo de la Lengua de Berbería de apenas cuatro kilómetros de largo y unos 200 metros de ancho, unos 80.000 según el último censo de 2017, aún se resistían a marchar. El 18 de noviembre de 2018, el viejo pescador Abdoulaye Fall, de 71 años, dormía en su casa a la orilla de la playa de Guet Ndar cuando una ola derribó el muro de su habitación, lo que le provocó la muerte. En Santhiaba, un poco más al norte, la empresa Eiffage construye un pequeño dique sobre la arena gracias a una financiación francesa de 15 millones. Los trabajos avanzan, pero todos coinciden es que este muro de roca de apenas metro y medio de alto no será obstáculo para la furia de un mar cada vez más envalentonado.

Lena Diop y su bebé, en el interior de la unidad móvil en la que viven después de haber perdido su casa por la erosión costera.
Lena Diop y su bebé, en el interior de la unidad móvil en la que viven después de haber perdido su casa por la erosión costera.José Naranjo

En la actualidad, la población parece haber aceptado su suerte. Al menos los 10.000 que viven en la franja de 20 metros a partir de la línea de mar establecida como zona de riesgo y que serán trasladados en los próximos tres años. El proyecto Saint Louis Emergency Recovery and Resilience (SERRP) del Banco Mundial prevé que en junio de 2020 ya estén instaladas 660 unidades móviles para familias de cinco personas como máximo. En 2023 se estima que tendrá lugar la entrega de las viviendas definitivas, también en Diougop, un asentamiento que se encuentra 10 kilómetros tierra adentro.

Allí, entre las casetas de plástico duro, los desplazados se enfrentan a nuevos desafíos. “Nos piden paciencia, pero es difícil esperar tanto tiempo, aquí tenemos muchos problemas: de transporte, salud, etc. Y luego está el tema del trabajo”, enumera Mamadou Thiam, portavoz de los vecinos. Pese a la lejanía, en Diougop, todos viven del mar. “Para los pescadores es muy difícil, se levantan a las dos de la madrugada para ir hasta la carretera y allí cogen un taxi entre varios. Pero es muy caro”. Mustaphá Tahirou, responsable local de la agencia de Naciones Unidas que se encarga de los alojamientos temporales, asegura que han hablado con los servicios de transporte para reforzar las líneas.

A unos 30 kilómetros al sur de Saint Louis, otros pueblos como Gandiol y Tassinere también están afectados por la erosión costera. El desplazamiento de la brecha abierta en la Lengua de Berbería hacia el sur ha dejado expuestas a las olas a miles de personas. Al igual que en Guet Ndar o Goxu Mbathie, los vecinos que han construido sobre la arena colocan ahora sacos de tierra a modo de improvisado dique de contención para intentar frenar la furia del mar. Cada uno tiene su propia versión y echa la culpa a la brecha, a la extracción de arena o al río, “que viene cargado”. Michelle Gueye, de 47 años, desplazada en Diugop, cierra la discusión: “Todo es culpa de la nieve, que se derrite e infla el mar”.

Este texto es parte del proyecto 'Un año en Saint Louis', de la sección Planeta Futuro.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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