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El poderoso potencial de la dieta en el cáncer: puede alimentarlo, privarlo de nutrientes o modular el sistema inmune para combatirlo

La ciencia estudia el papel de la nutrición como una herramienta terapéutica para prevenir tumores u optimizar la respuesta a los tratamientos oncológicos

Un hombre hace la compra en un supermercado de Madrid.
Un hombre hace la compra en un supermercado de Madrid.Claudio Álvarez
Jessica Mouzo

La alimentación puede ser un arma de doble filo que juegue a favor o en contra de la progresión del cáncer. Está claro, por ejemplo, que las células tumorales tienen especial apetencia por la glucosa. O que una dieta sana y equilibrada contribuye a prevenir un tercio de los tumores más frecuentes. Pero la ciencia todavía no ha terminado de desenredar esa enrevesada telaraña de encuentros y desencuentros que une la alimentación y el cáncer. Los hallazgos de los últimos años, eso sí, esbozan cada vez con más nitidez el poderoso potencial de la dieta como estrategia para ayudar a combatir los tumores y los científicos se afanan en descifrar ese rompecabezas: la nutrición no va a curar la enfermedad, pero sí puede ayudar a optimizar la respuesta a los tratamientos, auguran los expertos.

La dieta influye en el metabolismo del cáncer, pero también impacta en otras áreas claves para la supervivencia y progresión del tumor, cuenta Nabil Djouder, director del grupo de Factores de Crecimiento, Nutrientes y Cáncer del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO): “Influye en el metabolismo de las células tumorales de manera positiva y negativa porque mantener el crecimiento exagerado de la célula requiere una gran cantidad de necesidades energéticas. Pero también hay diferentes dietas que pueden influir en otras partes del microambiente tumoral, como la inflamación o el sistema inmune”. Los investigadores están intentando poner orden a todo el puzle metabólico y entender qué moléculas interfieren, positiva o negativamente, en cada caso y cómo lo hacen, para buscar potenciales estrategias que jueguen a favor del paciente.

De entrada, y a propósito del metabolismo del propio cáncer, las células tumorales, como las sanas, necesitan nutrientes para alimentarse y sobrevivir. Miguel Quintela, director del Programa de Investigación Clínica del CNIO e impulsor de una spin-off de nutrición oncológica personalizada, cuenta que “no se ha encontrado ningún nutriente que solo lo consuma el tumor”, pero sí es cierto que las células malas tienen sus particularidades: “Tienen una gran adaptabilidad. Lo que se creían desechos para otras células, a las tumorales les vale. Captan todo, aunque tienen más dependencia de glucosa que el tejido sano”, apunta.

Una de las líneas de investigación en las que se vuelcan los científicos es en intentar entender cómo se alimentan las células tumorales y de qué manera se pueden traducir todos esos procesos metabólicos que se ven a escala molecular, en recomendaciones dietéticas a pie de consulta. Pero no es una tarea sencilla, avanza Gary Patti, investigador experto en metabolismo del cáncer de la Universidad de Washington en Sant Louis (EE UU): “Los tumores necesitan ciertos nutrientes para crecer. Es interesante imaginar que se podría mitigar la progresión de la enfermedad limitando el acceso del tumor a uno o más de ellos y una forma de hacerlo podría ser a través de la dieta. La complicación es que la conexión entre la dieta y el cáncer aún no se entiende bien. Es probable que dependa de una serie de factores complejos, como la genética, el tipo de cáncer, el tratamiento farmacológico, etc. Se necesita mucha más investigación”.

Precisamente, este científico acaba de publicar en la revista Nature una investigación en la que describe, en modelos animales, cómo el hígado convierte la fructosa en lípidos que sirven de combustible a las células tumorales. Esto revela que, aunque por sí solas las células malignas no puedan metabolizar bien un nutriente, como les sucede con la fructosa, podrían acabar aprovechándose de él igualmente a través de otros mecanismos del cuerpo. “Involucrar un órgano a millones de células de distancia de este proceso es llamativo. Un proceso fisiológico normal del hígado condiciona el comportamiento del tumor y lo provee de energía”, valora Alejo Efeyán, jefe del Grupo de Metabolismo y Señalización Celular del CNIO, que no ha participado en este estudio.

El hallazgo, lejos de tener una traducción clara en la práctica clínica, desvela otro grado más de complejidad en los mecanismos de las células tumorales para alimentarse. “Se puede pensar que las células tumorales quieren el nutriente x, por lo que un paciente con cáncer no debería comerlo. O que las células tumorales no pueden utilizar el nutriente y, por lo que está bien que los pacientes con cáncer lo coman. Pero nuestros hallazgos subrayan que esta forma de pensar es demasiado simplista. Las células tumorales no pueden utilizar la fructosa directamente, pero cuando los ratones la consumen en su dieta, sigue promoviendo el crecimiento del tumor porque el hígado convierte la fructosa en otros nutrientes que el tumor necesita”, explica Patti en una respuesta por correo electrónico.

El científico matiza que sus investigaciones entran dentro de la categoría de ciencia básica. Son estudios en modelos animales y de ahí a los humanos hay un trecho antes de poder hacer recomendaciones definitivas a los pacientes.

Nutrición de precisión

La alimentación de los humanos es mucho más compleja, coincide Quintela: “Lo que se ve en un estudio en ratones no quiere decir que sea exactamente igual en humanos. Y las intervenciones nutricionales, en la vida real, tampoco van a estar nunca aisladas porque el humano toma comida, no nutrientes por separado. Los planes dietéticos requieren precisión y deben ser personalizados para cada paciente y su tumor”. De hecho, si bien el consumo excesivo de fructosa se ha relacionado con el desarrollo de numerosas enfermedades y los estudios de Patti respaldan que el cáncer también es una de ellas, no se puede interpretar de estos datos que haya que eliminar completamente la fructosa de la dieta, apunta el investigador de la Universidad de Washington: “La fructosa está presente de forma natural en alimentos como frutas y verduras. Pero es poco probable que esta pequeña cantidad suponga un gran problema. Lo que estudiamos en nuestro trabajo son dietas con cantidades excesivas de fructosa”.

La ciencia está avanzando, pero la interacción entre dieta y cáncer todavía no se comprende con precisión, admite Efeyán: “El objetivo es intentar entender las necesidades metabólicas de cada tumor para poder intervenir. Son procesos complejos, pero si podemos diseccionar molecularmente qué está pasando, podemos ir poniéndole freno”. Los investigadores también saben que, aparte de la nutrición celular, hay otros mecanismos, como la resistencia a la insulina o la respuesta al estrés oxidativo, que están influenciados por la dieta. Y también hay vías vinculadas con el crecimiento del cáncer que están moduladas por hormonas sensibles a determinados nutrientes.

Por lo pronto, en la práctica, de toda esa investigación a escala molecular, una evidencia que subyace es que las recomendaciones dietéticas que se dan en la prevención del cáncer valen también cuando ya hay un diagnóstico de cáncer, apunta Joan Albanell, jefe de Oncología del Hospital del Mar de Barcelona: “Lo que se recomienda es una dieta lo más mediterránea posible. En tumores precoces, recomendamos dieta saludable porque podría ayudar a reducir el riesgo de recaída en determinados tumores. Una dieta sana reduce el estrés metabólico y la producción de residuos potencialmente tóxicos para la célula”.

Las dietas ricas en grasas pueden promocionar la proliferación tumoral”
Nabil Djouder, director del grupo de Factores de Crecimiento, Nutrientes y Cáncer del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas

La epidemióloga Marta Crous, de la Unidad de Nutrición y Cáncer del Instituto Catalán de Oncología (ICO), coincide en este extremo: “Hay componentes de la dieta que puede mejorar el pronóstico, determinados patrones de dieta que mejoran la supervivencia de algunos tumores, por ejemplo, en cáncer de mama, colon, endometrio o gastrointestinales”. De la misma manera, hay otras dietas que son completamente desfavorables, abunda Nabil Djouder, del CNIO: “Las dietas ricas en grasas pueden promocionar la proliferación tumoral. También hay teorías que señalan que una dieta baja en azúcares priva a las células tumorales de energía, pero yo no lo creo porque las células malignas tienen formas de adaptarse y buscar otras maneras de encontrar combustible”, ejemplifica.

Djouder destaca que la dieta cetogénica (baja en carbohidratos, moderada en proteínas y alta en grasas), el ayuno intermitente (acotar el horario de comida) y la restricción calórica (limitar las calorías que se ingieren) son estrategias que podrían mediar de forma favorable en la evolución del cáncer, pero admite que los mecanismos de acción precisos que generan este efecto todavía no se entienden con claridad. “La inmunoterapia funciona mejor con dieta cetogénica y el ayuno intermitente protege las células sanas de la inmunoterapia. Está ampliamente estudiado en animales, pero en humanos hay pocos datos”, apunta el científico. En este sentido, una revisión de investigadores españoles publicada el pasado abril concluyó que el ayuno y estrategias similares “pueden matar células cancerosas o sensibilizarlas a la actividad antitumoral de los medicamentos estándar, al tiempo que protegen a las células normales contra sus efectos secundarios tóxicos”.

¿Matar el tumor de hambre?

Con algunos tipos de dieta, como el ayuno, pulula la idea teórica de matar de hambre al tumor, pero llevar eso a la práctica es difícil, admite Patti: “En primer lugar, tenemos que averiguar cómo matar de hambre al tumor pero no a otros tejidos sanos del cuerpo. En segundo lugar, el hecho de que no consumamos un nutriente no significa que el tumor no tenga acceso a él. Como demuestra nuestro estudio, una sustancia química de la dieta puede ser convertida en otros nutrientes por los tejidos sanos, que posteriormente pueden alimentar a los tumores”. Crous defiende que, más que matar de hambre al tumor, lo que hay que hacer es “no dar combustible” de más: “Lo que hay que hacer es darle menos excusas para crecer, que no tenga lo que necesita para crecer”.

Una revisión científica de Djouner y su equipo concluye que algunas intervenciones dietéticas tienen “una poderosa capacidad para alterar el metabolismo y el crecimiento, desarrollo y respuesta terapéutica del tumor”, pero la comprensión limitada de los mecanismos que explican el efecto de dietas como el ayuno intermitente o la cetogénica, complican su traslación a la vida real. Tampoco ayuda que los estudios, a menudo, incluyan pacientes con perfiles metabólicos y tumores heterogéneos, una diversidad que puede “oscurecer”, dice la revisión, la eficacia de las terapias nutricionales.

“Estamos estudiando cómo la dieta puede influir en la metástasis, pero es importante entender los mecanismos de acción para poder actuar porque decirle a un paciente que haga ayuno o dieta cetogénica es difícil. Yo no creo que [el efecto positivo] sea porque se trate de dietas bajas en azúcares o por privación de glucosa. Creo que influye el sistema inmune. Hay un denominador común que actúa de forma similar en estas tres dietas y hay metabolitos que están influyendo”, reflexiona Djouner.

La clave del microbioma

Efeyán coincide en el papel fundamental de la dieta para modular el sistema inmune y agrega un actor más en este complejo entramado: el microbioma, que es ese ecosistema de microorganismos que puebla el intestino y ayuda a regular numerosas funciones orgánicas: “La dieta influye de forma determinante sobre el sistema inmune a través de la modulación del microbioma y la producción de determinados metabolitos en bacterias que tienen efectos en el sistema inmune”. Ya hay estudios que apuntan a que el microbioma puede, por ejemplo, influir en la eficacia de la inmunoterapia.

Crous pone también el foco en nuestro universo microbiano y recuerda que “cuanto más variado mejor”: “La dieta puede ayudarnos a tener esa biodiversidad adecuada. El microbioma puede tener efectos sobre el riesgo, progresión y respuesta en el cáncer. Por ejemplo, al absorber carcinógenos o al modular reacciones inflamatorias y de estrés oxidativo”. La investigadora del ICO añade otra variable más a la maraña de hilos que enlazan dieta y cáncer: la crononutrición, el cuándo se come. “La dieta baja en calorías actúa de forma diferente por la noche y por el día. Hay que entender cuál es el mejor momento, por ejemplo, para hacer ayuno intermitente. Puede ser más eficiente si respetamos los cronotipos”.

Si en algo coinciden los científicos consultados es en la enorme complejidad de las interacciones entre dieta y cáncer. Pero tampoco dudan del potencial de la nutrición como una parte fundamental en el abordaje de los tumores. “Nos falta saber quiénes son los principales actores y qué papel juegan en la progresión de la enfermedad”, asume Crous. Efeyán señala los retos: “A nivel terapéutico, estamos lejos de una dieta personalizada para el cáncer. Tenemos que encontrar fármacos selectivos que no dañen las células normales, pero sí tengan efectos metabólicos contundentes contra las células tumorales. La dieta no va a ser la medicina, pero va a ayudar a la medicina”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.
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