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RND, la red neuronal en el epicentro de la creatividad humana: “Sin ella, no tendríamos ideas”

Esta red del cerebro se activa durante el pensamiento divergente. De ella surge mucho ruido mental y algunas ideas brillantes.

RND red neuronal
Vista de una artista pintando un mural en la acera.Getty Images

Es una corriente que no cesa. Un constante goteo de ideas, recuerdos, proyecciones e imágenes que va por libre, independiente de nuestra voluntad para ejecutar tareas cognitivas. Conceptualizada en 2001 por Marcus E. Raichle, la red neuronal por defecto (RND) supone un refrendo empírico al flujo de conciencia que James Joyce exprimió literariamente en El Ulises. Y como la novela del autor irlandés, la RND —o su imparable fluir— se nos aparece con frecuencia deslavazada y caótica. Según varias publicaciones aparecidas en los últimos años, aloja además una mina de enfoques inéditos y horizontes novedosos. Allí se esconde un manantial en piloto automático del que, a veces, brota la genialidad. Quizá estemos hablando del centro neurálgico de la creatividad humana.

El estudio más reciente sobre RND y pensamiento creativo vio la luz el pasado junio en Brain, la revista sobre neurología de Oxford University Press. Ben Shofty, neurocirujano y profesor de la Universidad de Utah (EE UU), puso electrodos a 13 pacientes epilépticos en determinados puntos del cerebro por los que se extiende esta red. Su intención no era estimular esas zonas, sino inhibirlas. “No sabemos cómo hacer para que el cerebro funcione mejor, pero sí podemos, aplicando corrientes eléctricas, apagar artificialmente ciertas áreas”, explica Shofty por videoconferencia. Con la RND en horas bajas, pidió a los participantes que encontraran usos divergentes para objetos cotidianos, la prueba estándar para medir la creatividad. La originalidad de las respuestas decayó considerablemente respecto a una situación de normalidad, “cuando el cerebro no está alterado”, continúa.

En 2022, Shofty ya había publicado otro estudio en Nature que apuntaba en la misma dirección. Afirma que su trabajo “ha establecido causalidad directa y no una mera correlación entre RND y creatividad”. Antes de que Shofty se decidiera a colocar electrodos en sus pacientes, otros investigadores habían concluido —utilizando la llamada imagen por resonancia magnética funcional (fMRI)— una clara asociación entre esta red y la capacidad para inventar nuevas utilidades para un zapato o un clip. “Mi principal ventaja es que puedo manipular el cerebro. La mayoría de la gente investiga las funciones cerebrales con métodos correlativos: preparan la fMRI, piden a la gente que haga una tarea y ciertas áreas se iluminan”. Ya se había comprobado de sobra la activación de la RND cuando la gente piensa más allá de lo obvio. Ahora sabemos también que, con ella mermada, nuestro potencial para discurrir desfallece.

El vínculo entre la RND y la cognición divergente parece ser también cuestión de tamaño. En 2013, Simone M. Ritter y otros autores vieron que a los individuos con más materia gris en las zonas que corresponden a esta red se les daba mejor idear usos alternativos para objetos corrientes. Desde entonces, Ritter ha investigado a fondo las circunstancias que más favorecen la creatividad. Ella compagina su faceta académica en la Universidad de Radboud (Países Bajos) con el asesoramiento a empresas. Y aúna una perspectiva social con el énfasis en la RND de cada individuo, que espolea mediante técnicas innovadoras: “Usamos, por ejemplo, la realidad virtual para que el sujeto avance por distintas etapas hasta que alcanza un estado RND”, explica.

Un hito en este campo neurocientífico se dio en 2018, cuando Roger Beaty descubrió —gracias a una investigación publicada en PNAS— que las ideas creativas emergen al producirse una comunicación entre la RND y otras dos redes cerebrales: la de prominencia (que valora la importancia de estímulos internos o externos) y la ejecutiva (que nos permite centrarnos en una tarea cognitiva específica). “Existe una relación entre el grado de conectividad entre estas tres redes y hasta qué punto la gente es capaz de divergir cognitivamente”, resume Beaty, que hoy coordina un laboratorio sobre creatividad y neurociencia en la Universidad Penn State (EE UU). A falta de certezas, Beaty especula sobre la secuencia que podría seguir, en su recorrido por el cerebro, cualquier ramalazo de brillantez súbita. “La RND generaría la idea; la red de prominencia la ignoraría o no; y, si pasa el filtro, la ejecutiva la elaboraría”.

Shofty no pone en cuestión los hallazgos de Beaty. De hecho, ambos investigadores han empezado a colaborar con el fin de diseccionar al milisegundo un proceso que “ocurre a enorme velocidad”, en palabras del segundo. Pero el neurocirujano no tiene dudas de que la RND está en el origen de todo. “Produce un flujo continuo que, en ocasiones, se sincroniza con las otras dos redes”. Beaty, por su parte, prefiere esperar a que nuevas investigaciones confirmen la hipótesis de la RND como epicentro creativo incuestionable. En principio, la considera muy probable. Aunque, matiza, “podría haber casos en las que no sea así o dinámicas adelante-atrás aún no detectadas”.

Beaty indica que algunos estudios han mostrado las “grandes dificultades para imaginar” que acarrean los individuos con lesiones en la RND, la cual “está muy relacionada con la memoria, a la que recurrimos para dar con algo nuevo”. Y, a pesar de su cautela, se expresa tajante sobre el papel capital de la RND, nos sirva para ensoñar con nuestro próximo viaje o para perfilar una teoría astrofísica que nos reportará el premio Nobel: “Sin ella, probablemente no tendríamos ideas”.

Shofty alude a un curioso fenómeno —detectado con nitidez en una investigación de 2023— que revela el potencial de nuestro cerebro para reconducir posibles adversidades. Y que pone de manifiesto la complejidad de analizar un concepto tan polimórfico y subjetivo como es la creatividad. Resulta que muchas personas aquejadas de demencia frontotemporal tienden a desarrollar una desbordante necesidad de expresión plástica: “Pintan mucho, algunos de forma obsesiva”. Esta enfermedad neurodegenerativa, subraya Shofty, “hace que se desintegren las conexiones entre los lóbulos frontal y temporal, que son nodos principales en la RND”. Con el flujo de conciencia estancado, prosigue Shofty, “la creatividad se desplaza a las partes posteriores, más visuales, del cerebro; es como un equilibrio: un área se apaga y la otra se sobreactiva”.

Perder el foco

Algunos investigadores se muestran prudentes antes de otorgar a la RND un rol tan preponderante. En especial, porque los estudios sobre el tema recurren a una técnica de medición limitada y suelen ponderar una noción de creatividad bastante estrecha. “Me inclino a pensar que Beaty y Shofty están en lo cierto, pero me parecería osado edificar toda una teoría de la creatividad a partir de una tarea de por sí algo extraña: la gente no va pensando por ahí qué podrían hacer con un ladrillo aparte de construir edificios”, sostiene John Kounios, catedrático de ciencias del cerebro en la Universidad de Drexel (EEUU) y co-autor de The Eureka Factor (sin edición en español). La obra se centra en esos instantes de revelación cognitiva en los que un problema parece quedar de pronto resuelto. O en los que, al menos, se nos ocurre una solución apetitosa y digna de ser explorada.

Kounios desglosa los pormenores del momento eureka. Cuando este surge, se da una “repentina explosión de ondas cerebrales de alta frecuencia” que viene precedida por un apagón en el cortex visual: “Por una fracción de segundo, no ves muy bien porque tu cerebro filtra elementos distractores”. Además, a la eclosión de una (en apariencia) gran idea sigue “una activación del sistema de recompensa, el mismo que se enciende cuando comes algo rico, tienes un orgasmo o tomas drogas”. Ocurrencias en principio viables propiciando un festín de dopamina. “Por eso hay quien se engancha a componer canciones o a escribir poesía, aunque no les dé mucho dinero”, sugiere Kounios con una sonrisa en los labios.

En su última publicación, aparecida el pasado marzo, Kounios se focaliza en el “estado de flow creativo” de los músicos de jazz mientras improvisan. Este se da, concluye el estudio, cuando convergen la maestría previamente adquirida y la habilidad para dejarse llevar. Kounios interpreta su hallazgo como una suerte de estadio avanzado en esa conexión entre redes neuronales —RND, de prominencia y ejecutiva— acuñada por Beaty. “Con mucha experiencia en una acción particular, por ejemplo tocar jazz, quizá esa conectividad ya no sea necesaria porque se desarrollaría una nueva red en la que la creatividad simplemente fluye”.

Si, a pesar de las zonas de sombra que aún se ciernen al desentrañar la creatividad, admitimos la importancia de la RND en la generación de ideas novedosas, los expertos aconsejan vías para que el flujo impere. “A veces hay que perder el foco para ser más creativos, aunque suene contraintuitivo”, apunta Ritter. Para ello, ayuda hacer deporte, caminar en la naturaleza o meditar. “Cualquier cosa que deje que nuestra mente vague, porque es entonces cuando llegan las mejores ideas”, sugiere Shofty.

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