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Mentes incapaces de evocar imágenes: así trabaja un cerebro con afantasía

Una revisión científica desgrana lo que se sabe sobre la característica neurológica que impide crear imágenes conscientes en la mente y que afecta al 1% de la población

Afantasía
Dos radiólogos revisan un escáner cerebral.simonkr (Getty Images)
Jessica Mouzo

Imagine un árbol de Navidad. O trate de visualizar en la mente la última comida que tomó ayer. Intente también rememorar la cara de un familiar al que hace tiempo que no ve. Seguramente, la mayoría de ustedes ha podido evocar esas imágenes mentales sin ningún tipo de problema, quizás con más o menos precisión y viveza de detalles, pero con la misma naturalidad con la que reviven visualmente cada día la forma de objetos, personas u experiencias vividas. Sin embargo, hay un porcentaje de personas, en torno al 1% de la población, que es incapaz de hacer este ejercicio: son aquellos individuos que tiene afantasía, una característica neurológica que impide crear imágenes conscientes en la mente. Una revisión científica ha profundizado recientemente en el conocimiento, todavía limitado, de este rasgo y ha concluido que se asocia con una reducción de la memoria autobiográfica y el reconocimiento facial. También es más común en personas con autismo y en individuos con tendencia a ocupaciones científicas.

El imaginario contiene toda esa experiencia de las propiedades sensoriales de objetos o actividades cuando están ausentes, como la apariencia de una naranja o el sonido de un trueno. Y a través de un intrincado proceso neurológico, las imágenes suelen venir a la mente. Sin embargo, las personas con afantasía son incapaces de construir imágenes internas, de visualizar a través del pensamiento. Aunque esto no quiere decir que no tengan imaginación, matiza Adam Zeman, profesor de la Universidad de Exeter (Reino Unido) y autor de la revisión científica. “Significa una falta de imaginario visual y, a menudo, también de otro imaginario sensorial, pero las personas con afantasía pueden ser imaginativas en el sentido de creatividad”, expone el científico, que ha publicado su artículo en la revista Trend in Cognitive Sciences.

De entrada, la afantasía no es una enfermedad. Más bien, se trata de una característica que explica cómo un individuo procesa la información y que, “ocasionalmente, puede ser un síntoma de un trastorno neurológico o psicológico”, afina Zeman. Una lesión en el cerebro o la evolución de una patología puede desencadenar una pérdida de la capacidad de evocar imágenes visuales en la mente, pero este rasgo acostumbra a ser hereditario y permanente. Y las personas sanas que lo experimentan son completamente funcionales.

En este sentido, el neuropsicólogo del Hospital Sant Pau de Barcelona, Saul Martínez-Horta, enfatiza que “la normalidad en la cognición humana es diversa” y puede funcionar de formas muy diferentes. En la afantasía, apunta, “el cómo se organizan los sistemas neurológicos dedicados a procesar la información visual probablemente sean diferentes”, pero eso no tiene por qué ser incapacitante. “Cuando algo ha sucedido desde siempre en ausencia de impacto en el día a día, no indica nada. Pero la aparición súbita de algo, como la incapacidad de proyectar imágenes en la mente, sí puede ser indicador de que algo ha ocurrido”, expone Martínez-Horta, que no ha participado en esta investigación. Los psiquiatras han reportado la aparición de la afantasia en contextos de depresión, despersonalización y psicosis, entre otros.

La revisión científica de Zeman describe que el 1% la población que experimenta una afantasía profunda, aunque hay todo un espectro muy variable y también destacan que entre el 2% y el 6% de los ciudadanos tiene un imaginario visual “vago y tenue”. Hay también, en la otra cara de la moneda, alrededor de un 3% de la población que muestra justo lo contrario, la hiperfantasía, que es la habilidad de generar imágenes hiperrealistas en la mente. “Hay todo un espectro de la capacidad de evocación, pero no hay una valoración estándar y es muy difícil cualificarlo. Probablemente, sea un patrón de nacimiento”, señala Javier Camiña, vocal de la Sociedad Española de Neurología, que no ha participado en esta investigación.

Según los científicos, la afantasía está sobrerrepresentada entre las personas que trabajan en roles matemáticos, computacionales y científicos, un fenómeno que Martínez-Horta asocia al pensamiento convergente. “En un pensamiento convergente, cuando te planteas las utilidades de un boli, el pensamiento es rígido y metódico: sirve para escribir; en cambio, el pensamiento divergente es más infantil, el boli puede ser un arma o para atarte el pelo. La afantasía se asocia a un patrón convergente, más encerrado en lo previsible”, plantea. En las industrias tradicionalmente más creativas hay más probabilidades de encontrar individuos con hiperfantasía.

Menos memoria autobiográfica

En las mediciones experimentales sobre la memoria, las personas con este rasgo neurológico también han presentado un deterioro leve a moderado. “De acuerdo con la estrecha relación entre recordar el pasado e imaginar el futuro, la riqueza de las descripciones de escenas imaginadas también se reduce en la afantasía. La afantasia reduce de manera similar el detalle del testimonio de los testigos oculares”, señala Zeman en su artículo. La memoria autobiográfica, que son los recuerdos de la vida de una persona, también se reduce en estos individuos, al punto de coexistir con un síndrome en el que quien lo padece carece de recuerdos vívidos en primera persona sobre su historia de vida, aunque es capaz de funcionar normal en su día a día.

Los científicos todavía están intentando desentrañar cómo opera un cerebro con afantasía. “La diferencia clave probablemente esté en la conectividad, con una conexión más fuerte entre las regiones de pensamiento y las regiones sensoriales en personas con imágenes más vívidas”, defiende Zeman. Camiña coincide en que, probablemente, exista “diferencias en la modulación de los procesos” que participan en la capacidad de percepción del cerebro. “En ausencia de un estímulo, se implican estructuras cerebrales como el córtex prefrontal; también el sistema límbico, porque tenemos que evocar memorias previas; y el giro fusiforme, implicado en el reconocimiento de caras. Más que zonas alteradas estructuralmente, puede haber una regulación anormal de la conectividad entre estas áreas”.

Otra particularidad de la afantasía, de hecho, es la dificultad para reconocer caras: alrededor del 40% de las personas que experimentan esta característica neurológica admiten dificultades con el reconocimiento facial, más del doble de la frecuencia que presentan personas sin este rasgo. Los estudios analizados por Zeman también recogen que la gente con afantasía tiene puntuaciones más altas en cuestionarios para medir el espectro autista.

Zeman también sugiere que la afantasía “puede ofrecer cierta protección contra algunas afecciones de salud mental”, porque algunos trabajos han apuntado que una elevada capacidad de crear imágenes en la mente puede ser un factor de riesgo de alucinaciones en esquizofrenia y párkinson, así como de intrusiones visuales en estrés postraumático. Sin embargo, los expertos consultados son prudentes y matizan esta idea. “Probablemente, si esa persona tiene esquizofrenia o párkinson, va a tener alucinaciones diferentes, posiblemente menos síntomas. Pero no es un patrón protector. Una persona con hiperfantasía de base, si sufre un estrés postraumático, tendrá una capacidad de revivir el episodio traumático y va a presentar más frecuencia, intensidad o duración de los síntomas”, valora Camiña.

Capacidad de soñar

Paradójicamente, aunque la afantasía impide evocar imágenes conscientes, las personas con esta característica neurológica sí pueden soñar. “Probablemente, se explica por el hecho de que la ruta hacia el imaginario en el cerebro es muy diferente en el imaginario voluntario en estado de vigilia frente al imaginario en los sueños”, valora Zeman. Las personas afantásicas son capaces de tener sueños con cualidades visuales, aunque en los estudios describen los sueños avisuales, “con contenido narrativo, textual, conceptual, auditivo y emocional variable” de forma más frecuente que los participantes sin este rasgo, recoge la revisión científica.

Los expertos admiten que la identificación de la afantasía es compleja porque no hay pruebas infalibles de detección y existe un alto nivel de subjetividad en la percepción. “Explicar cómo veo mi mundo interno es muy difícil. Una persona con dificultades para construir imágenes internas no lo sabe. La mayoría descubre la afantasía cuando lee sobre esto en algún medio”, apunta Martínez-Horta. Pero que sea complejo, no significa que no exista o que todo sea producto de una propia percepción. Zeman señala que ya hay datos conductuales, fisiológicos y neuronales que desgranan las diferencias entre los rasgos de este espectro. Y pone un ejemplo en el artículo: “Mientras que los participantes normales que escuchan historias extremadamente aterradoras muestran un aumento en la respuesta galvánica de la piel (¡sudan!), las personas con afantasía no lo hacen. La interpretación natural es que, en ausencia de imaginario, el impacto del lenguaje emotivo se reduce porque el imaginario suele mediar entre la descripción verbal y la respuesta emocional”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.
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