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El problema de la obesidad infantil: “Reducir los ultraprocesados es un mensaje de salud pública”

La enfermedad crónica afecta ya a casi cuatro de cada diez niños en España, pero la ciencia demuestra que las intervenciones basadas en la dieta mediterránea pueden revertir la dolencia

Obesidad infantil
Un niño en la cama de su habitación, usando una tableta digital y comiendo una hamburguesa.Dejan Dundjerski (Getty Images)

Alberto —nombre ficticio— es un niño de 11 años que vive en Vigo. Entrena a baloncesto dos veces por semana y compite los domingos. Juega de pívot. Dice que intenta comer de todo, pero que detesta las verduras cocidas y las lentejas. Confiesa que su comida favorita es la fideuá que hace su madre, pero que por el trabajo no siempre tiene tiempo para preparársela. De merienda en el colegio a veces lleva una manzana o un plátano, pero a él le gustan más las galletas de chocolate, que ya van empaquetadas “y nunca se esmagan [aplastan] en la mochila”. Cerca de su casa casi toda la oferta de restaurantes son de comida rápida, sean multinacionales o bares del barrio. El joven padece una enfermedad que afecta ya a más de uno de cada tres menores en España: la obesidad infantil.

La suya es la tercera enfermedad crónica que más sufren los más pequeños, detrás del asma y del TDAH, según un estudio de la Asociación Española de Pediatría. Pero el problema es cada vez peor: en los últimos 20 años ha aumentado un 8,3%. La obesidad infantil es la epidemia que persigue a los menores en España, el país con los datos más preocupantes junto a Grecia e Italia de toda Europa, según alerta la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Padecerla incrementa las posibilidades de desarrollar enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2, la hipertensión y problemas respiratorios. Pero la obesidad infantil y el sobrepeso influyen más allá del peso y del bienestar físico. Daña también el bienestar emocional. “Los niños con sobrepeso son más propensos a sufrir de baja autoestima, aislamiento social y acoso escolar, lo que puede agravar aún más su salud mental”, alerta la investigadora Joima Panisello, especialista en medicina Interna y Presidenta de la Fundación para el Fomento de la Salud Cofounder & coCEO de DigimEvo.

Comer una ensalada con verduras de temporada o una pizza precocinada. Detrás de esta elección, mantenida en el tiempo, podría haber una mayor probabilidad de sufrir obesidad. Pero no es tan fácil y sería injusto reducir una enfermedad a una decisión. La obesidad, avisan los expertos consultados, es de causa multifactorial. Por ejemplo, ser de clase baja y no tener la capacidad económica ni el tiempo para preparar recetas con alimentos frescos es una de sus causas. A más pobreza, más posibilidades hay de sufrirla.

También afectan los hábitos: los jóvenes hacen menos ejercicio físico, sseis horas de pantallas frente a 46 minutos de actividades deportivas, argumenta la Fundación Gasol. Solo el 36,4% de los niños y adolescentes cumple con las recomendaciones de la OMS de realizar al menos 60 minutos de actividad física al día.

La falta y calidad del sueño, ciertos medicamentos, la salud mental y la propia alimentación son solo otras causas de la enfermedad. “Aunque los factores conductuales tienen un rol bastante relevante, responsabilizar al 100% a una persona de tener obesidad [en este caso a un niño o adolescente], carece de ningún sentido”, detalla José Francisco López-Gil, nutricionista e investigador en obesidad en la Universidad de las Américas. “Uno no elige su clase social, la educación de su familia o su ADN”. Conclusión: uno no escoge padecer una enfermedad crónica y responsabilizar a la persona perjudicada es un error.

La obesidad infantil es un problema de salud pública a nivel mundial. Así lo determinan diferentes asociaciones y grupos investigadores. En 2022, el Gobierno presentó el Plan Estratégico Nacional para la Reducción de la Obesidad Infantil, con más de 200 medidas, pero el Ministerio de Sanidad pidió hace unos meses un “enfoque general y coordinado”. Sin embargo, la ciencia está avanzando para conseguir soluciones al problema.

Puede parecer obvio, pero nunca se había demostrado científicamente en niños: la dieta mediterránea sirve como tratamiento para la obesidad en menores de edad. Precisamente, López-Gil, ha demostrado en un estudio pionero que comer más legumbres, frutas y verduras y reducir las carnes rojas y alimentos ultraprocesados sirve para atender a los pacientes de obesidad infantil. El mismo investigador ya había demostrado que esta forma de alimentarse reduce la prevalencia de obesidad infantil, ahora ha podido determinar que este patrón alimentario sirve para revertir la propia enfermedad.

En la investigación que lidera ha agrupado las evidencias científicas existentes en cuanto a intervenciones con la dieta mediterránea en menores en países de todo el mundo. “Los beneficios no son siempre significativos, pero sí que vemos que son siempre positivos”, declara López-Gil en llamada telefónica. Se mejora la salud cardiometabólica de los niños. Pero la clave no está en dejar de consumir alimentos o en hacer déficit calórico, sino de equilibrar: “No se deben hacer restricciones calóricas en los niños. Están en edad de crecimiento. Se trata de priorizar las legumbres y verduras a otros alimentos menos nutritivos. Hay que dejar menos espacio a los alimentos ultraprocesados en nuestra dieta”. Y los beneficios van más allá de revertir la obesidad: “Mejora la salud cardiometabólica, el hígado graso no alcohólico y hay asociaciones que indican que mejora el asma, aunque aun no es tan rotundo”.

La dieta mediterránea “promueve un balance energético más saludable y contribuye a la prevención de enfermedades metabólicas en la infancia”, responde Panisello, preguntada en específico sobre esta forma de comer. Y destaca que tiene un alto contenido de fibra y nutrientes esenciales, reduce el consumo de los ultraprocesados, contiene grasas saludables —como el aceite de oliva y frutos secos—, equilibra los carbohidratos y proteínas y promueve hábitos alimenticios sostenibles también con el medio ambiente.

Esto recuerda a lo que defendió el ya ex ministro de Consumo Alberto Garzón de comer menos carne y que fue desautorizado por Sánchez. “Te guste más o menos su color político lo que dijo está científicamente demostrado”, aclara López-Gil al respecto. “Comer menos carne y ultraprocesados para estar más sano no es un posicionamiento político, es un posicionamiento científico”, añade.

Paradójicamente, en España, Grecia e Italia las tasas de obesidad infantil son las más altas de Europa, pero a ser los países más mediterráneos. “Solo dos de cada 10 niños cumplen con esta dieta”, alerta López-Gil. Pero esto responde también al nivel socioeconómico: “El patrón de alimentación es a consumir cada vez más ultraprocesados. Si los padres tienen estrés laboral, es más fácil preparar algo precocinado que un plato elaborado”. “Y la industria alimenticia se aprovecha mucho de estas necesidades”, subraya. En este sentido, destaca la publicidad agresiva de los productos ultraprocesados dirigida hacia los niños, como los colores llamativos o dibujos animados en los paquetes.

Identificar los alimentos saludables

Si quien lee este reportaje quiere saber identificar alimentos más o menos saludables, el investigador acerca ciertas claves. “Hay que priorizar los alimentos frescos, pero no todos los alimentos procesados son malos”, explica. De tres a cinco ingredientes puede ser un buen alimento procesado. “Por ejemplo, los garbanzos de bote o las verduras congeladas tienen algo de procesamiento pero siguen siendo una opción saludable y más rápida que hacerlos en casa”, detalla. Y las alertas encendidas: “Ante el glutamato monosódico y otros potenciadores del sabor. Generan alteraciones que causan que no puedas dejar de comer el alimento”.

Entonces, ¿deberían los comedores escolares cambiar sus menús? “No tenemos información de todos los comedores en España, habría que verlo, pero tampoco podemos recargar la responsabilidad solo en los colegios. En casa también se come”, responde el investigador. En este sentido, destaca que hay que mejorar la información y educación hacia las familias y “gestionar mejor” la publicidad de la industria alimentaria. “La promoción de hábitos saludables, tanto en el hogar como en la escuela, será crucial para revertir esta tendencia y garantizar que los niños y adolescentes tengan un futuro más saludable”, opina en esta línea Panisello. Minimizar el consumo de ultraprocesados ya es un mensaje de salud pública.

Tampoco hay momentos mejores o peores para comer. “La dieta debe adaptarse a cada persona”, establece López-Gil. “La dieta mediterránea sirve para establecer unas bases alimentarias saludables, pero no debe haber una dicotomía de “alimentos buenos” o “alimentos malos”, resalta. “Hay a gente que le sienta mejor desayunar más cantidad de comida que la del mediodía y están bien ambas”, decreta. Y también subraya aquí la importancia de la salud mental: “Si un día te comes un dónut no pasa nada. Lo importante es tener la información al respecto y saber que no tiene que ser la base de tu alimentación”.

La paradoja de la dieta mediterránea

Las dietas que la ciencia prueba que son saludables es algo que la industria alimentaria sabe aprovechar. Muchas galletas tienen el nombre “digestive” o “integral” para parecer más saludables y así venderse más fácil, aunque tengan mayor cantidad de azúcar de las recomendada. Con la dieta mediterránea pasa igual. Por ejemplo, existen marcas de ginebra que tienen un modelo mediterráneo, resaltando sus cualidades mediterráneas en la descripción del producto. “Intentan subirse al carro de los beneficios de esta dieta, pero no todo vale. Hay publicidad engañosa, no se pueden agregar beneficios saludables a algo que no lo tiene”, opina el experto.

López-Gil es consciente de que la dieta mediterránea genera ciertas polémicas. Una de ellas es que incluye el vino en sus alimentos definitorios, algo que según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), si una dieta incluye más de un 1,2% de alcohol en su composición, no puede ser sana. En el PREDIMED; el instrumento de adhesión a la dieta mediterránea se incluye el vino. No tomarlo resta puntos a una mayor adherencia. “Creo que está mal planteado. No creo que beber alcohol sea bueno en ninguna dieta”, se posiciona López-Gil. Sin embargo, al ser su estudio enfocado en niños, “ya se establece que en menores la ingesta de alcohol debe ser del 0%, por lo que en las intervenciones analizadas ni se plantea ”, defiende. La idea para estar más sanos es la misma para todos: comer más fresco, con menos procesos industriales y no beber alcohol.

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