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Quim Torra, el aislado títere de Puigdemont

Con su mentor lejos, sin partido detrás, el 'president' incita la escalada de tensión política

Luis Grañena

Quim Torra (Blanes, Girona, 1962) ha transitado vertiginosamente del anonimato a la popularidad sin haberse despojado de la sombra de su mentor. Carles Puigdemont lo escogió como su expresión corpórea en Cataluña en mayo de 2018, lo ungió como presidente títere de la Generalitat. Y todavía lo utiliza desde el exilio como argumento incendiario, convulsivo, en la escalada de la tensión política. Lo demuestra el énfasis con que Torra invocó la vía eslovena como remedio al laberinto del independentismo, pero también lo acredita el fervor con que fomenta la kale borroka de los CDR (Comités de Defensa de la República), un movimiento subversivo cuya insólita peculiaridad consiste en combatir el sistema desde el sistema: es el president quien los estimula y quien incluso los ha preservado de la represalia de los Mossos d’Esquadra. No pudo decirlo más claro Quim Torra cuando los incitó a asediar el Parlament en las conmemoraciones del 1 de octubre: “Apretáis y hacéis bien en apretar”.

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El riesgo de una anarquía inducida desde el palacio y la ocurrencia de la vía eslovena tanto han provocado la reacción corpulenta del Gobierno, como han ensimismado a Torra en Cataluña. Los partidos soberanistas de más peso institucional, ERC y el PDeCAT, se han propuesto aislar al president, no porque discrepen del objetivo final de la independencia, sino porque recelan de los atajos, porque abjuran del ejemplo balcánico y socavan la debilidad de Torra. No tiene un partido detrás. Y su mejor aliado, Puigdemont, opera demasiado lejos y ha perdido peso, aunque trata de recuperar actualidad y espacio intermediando en el camino de la tensión, de la confrontación.

Impresionan las coincidencias entre Torra y Puigdemont, hasta el extremo de que nacieron el mismo año (1962) y casi el mismo día. Torra el 28 de diciembre, y Puigdemont, el 29. Ambos son Capricornio. Y responden al estereotipo zodiacal: determinantes, pacientes, leales, pero también autocráticos, suspicaces y vanidosos.

En un plano más específico, los allegados de Torra lo definen como tímido, sentimental y pesimista. Católico practicante, casado, padre de tres hijos, abogado de formación y editor de vocación, se dedicó prosaicamente a los seguros en la compañía Winterthur. Militó en ella durante 20 años (1987-2007), casi siempre residiendo en Suiza. Una experiencia que reanimó la nostalgia de la tierra catalana y cuyas contradicciones recogió en un exorcismo literario y autobiográfico que denunciaba el capitalismo despiadado: Cuchilladas suizas se titula inequívocamente el manual expiatorio.

Acreditaba Torra sus inquietudes intelectuales. Y les daba sentido con la fundación de una editorial, Acontreavent, concebida a la gloria del victimismo catalán y de la mitología de la resistencia. No solo haciendo inventario de los autores y periodistas de la II República, sino perseverando en la ensayística contemporánea y en la propaganda contra el Estado opresor.

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Mucho menos sofisticados se antojan los tuits que reverdecieron cuando Torra adquirió los galones de molt honorable president desde su escaño de Junts per Catalunya. No llegó a tiempo de borrarlos porque tampoco estuvo nunca entre los aspirantes al cargo supremo, pero trascendieron inevitablemente como expresión de supremacismo: “Vergüenza es una palabra que los españoles hace años que han eliminado de su vocabulario”. “Fuera bromas. Señores, si seguimos aquí algunos años más corremos el riesgo de acabar tan locos como los mismos españoles”. “Los españoles solo saben expoliar”. “Los del PSC, pobres, hablan el español como los españoles”.

Semejante munición la conocía Puigdemont. Y la había desarrollado Torra en su itinerancia y provisionalidad en la segunda o tercera línea de política. Estuvo tan cerca de Unió Democràtica como de Convergència, se adhirió al ala derecha de Esquerra Republicana —Reagrupament se llamó el efímero experimento— y ha sobrevolado todas las instituciones paralelas del independentismo en la expectativa de la secesión: Òmnium Cultural, la Asamblea Nacional de Cataluña y, más recientemente, la Crida Nacional de la República.

Es la metaestructura desde la que Puigdemont quiere proyectar la victoria en unos hipotéticos comicios. Se trata de subordinar las ideologías y los partidos al tótem común de la independencia. De provocar al Gobierno de Madrid con la tentación “opresora” del 155. Y de aprovechar el estado de psicosis emocional que va a precipitar el juicio a los artífices del procés.

Torra no solo fue a visitarlos a prisión. Quiso solidarizarse hace unos días con una pintoresca huelga de hambre de 48 horas en el monasterio de Montserrat. Nación y religión comulgaban en el método Stanislavski del president. Experimentaba en sus carnes la disciplina del ayuno. Y divulgaba imágenes que lo exponían con los servicios médicos, como si hubiera estado cerca de un colapso, o de un proceso catártico de iluminación.

La patria catalana para Torra es una cuestión de fe y de sentimientos, hasta el punto de que su credo trasciende la política para instalarse en la mística del maniqueísmo: “Ya no es más catalanismo de derechas o de izquierdas, ni liberalismo o democracia, ni tan siquiera democracia cristiana o socialismo, hoy la batalla es unionismo o independentismo”.

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