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José Enrique Ruiz-Domènec: “La mayoría de los catalanes nunca han sido antiespañoles”

El reputado medievalista elabora en su último ensayo un análisis que rebate el regreso al pasado del catalanismo político

Guillermo Altares
José Enrique Ruiz-Domènec.
José Enrique Ruiz-Domènec.Jaime Villanueva

Historiador José Enrique Ruiz-Domènec (Granada, 1948) es uno de los más prestigiosos medievalistas españoles, discípulo (y amigo) de los maestros de la Escuela de los Annales Georges Duby y Jacques Le Goff, que acercaron la historia a la vida cotidiana. Catalán de adopción, catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, es ante todo un ciudadano europeo, que ha dado clases durante muchos años en París. Su libro Europa. Las claves de su historia es una referencia y le ha convertido en uno de los sabios de la historia del continente. Es autor de muchos otros ensayos y también desempeña una importante labor de divulgación como editor de National Geographic Historia. Ha publicado este otoño en la editorial Taurus Informe sobre Cataluña. Una historia de rebeldía (777-2017), que pretende ser algo más que un libro histórico para convertirse en un auténtico informe, un análisis del pasado que marca el presente.

PREGUNTA. ¿Por qué resume Cataluña como la historia de una rebeldía?

RESPUESTA. El libro no es de historia, sino que utiliza la historia para resolver un problema: si lo que está sucediendo en la actualidad tiene o no raíces en el pasado o es una cuestión reciente. En los llamados Papeles de Palamós, Carlos V le dice a su hijo, el futuro rey Felipe II: “Vigila y cuida de Cataluña, porque es un pueblo difícil”. Después de trabajarlos en profundidad, pensé que mi interlocutor no debía ser el príncipe, sino la opinión pública, que es el auténtico príncipe del siglo XXI. Al elaborar el relato, emerge una categoría que marca todas las demás: ese espíritu de rebeldía del pueblo catalán, antes incluso de alcanzar su propia identidad política. Es un espíritu de oposición a las decisiones del poder, con independencia de quién lo ostente.

P. En su texto aparece una idea recurrente: el peso que el nacionalismo catalán le otorga al pasado para querer construir su futuro.

“El franquismo aplasta la democracia en España, pero lo mismo en Cataluña que en Extremadura”

R. Todo esto del procés está dominado por una teoría que se llama el “catalanismo político”, que no se entiende sin ese regreso al pasado, esa historización que necesita la alta burguesía y la burguesía barcelonesa de lo que fue Cataluña en diversos momentos de su historia. No tienen muy claro cuál es el momento crucial y lo ven siempre en plural. El gótico es lo que más les gusta y por eso crean el neogótico. En Cataluña es muy poderoso, porque de ahí sale el modernismo.

P. Siempre que se hace historia es muy difícil separar el mito de la realidad y siempre se escribe desde el presente. ¿Resulta más difícil en el caso catalán? ¿Cualquier afirmación que se haga puede tener una carga política insospechada?

R. Lo más difícil cuando haces historia en el caso catalán, y esto me lo han dicho muchos historiadores de todo el espectro, es que el pasado está tan vivo que entra en el debate ciudadano, aunque luego esté distorsionado y medio falsificado. En otros países, la historia ya está superada. Te vas a Inglaterra y nadie discute si eres partidario o detractor de Cromwell, es un hecho del pasado que ya tiene poco que ver con la realidad actual. Mientras, en Cataluña los segadors o el 11 de septiembre de 1714 son sucesos que no solo se rememoran o se recrean, sino que están vivos, al menos se sospecha que están vivos, con el agravante de que no los conocen muy bien y son fácilmente falsificables.

P. ¿No se conocen bien? ¿La visión que se reconstruye es muy diferente de la que arroja la historia?

R. El romanticismo cree en la historia catastrófica. El devenir de la historia concebido como un conjunto de contradicciones no gustaba en la época. Se construye la idea de que en fechas como 1714 se destruye Cataluña por potencias foráneas, principalmente castellanas, y que eso lo que crea es un caldo de cultivo para favorecer este movimiento, que por un lado es de independencia y soberanismo, que no tiene por qué estar mal, pero por otro es un movimiento antiespañol. Eso ya no lo puedo entender. Tienen que trufar con mentiras para unir esas dos ideas, una de las cuales es legítima, pero la otra no. El soberanismo puede ser legítimo, pero no se puede sustentar basándose en que su ideario es antiespañol: es un error histórico, porque la mayoría de los catalanes nunca han sido antiespañoles.

P. En esas fechas manipuladas también se puede introducir 1939, cuando en realidad hubo catalanes en los dos bandos en la Guerra Civil…

R. Sin duda. Ante la actual catástrofe que se sitúa en 1939, con el franquismo que aplasta Cataluña, hay que decir: cuidado, el franquismo aplasta la democracia en España, pero lo mismo en Cataluña que en Extremadura o en Andalucía. Entonces se recurre a la idea de que sí que existen diferencias, porque nosotros teníamos una identidad que perdimos. ¿Qué es la identidad? ¿Una lengua? También podían ser los movimientos libertarios que existían en Andalucía. No es viable que un país se sacrifique por un individuo, y ahora mismo en Cataluña hay muchos individuos que preferirían sacrificar a un país con tal de que se les dé la razón. Cuando España decide ser España, algo que se produce en el siglo XVIII, Cataluña sabe que ese es su destino.

“Te vas a Inglaterra y nadie discute si eres partidario de Cromwell o detractor, es un hecho del pasado”

P. Como historiador de la Edad Media y de Europa, ¿no cree que esa integración es el destino de todas las nacionalidades europeas?

R. El procés se ha equivocado de época, el siglo XXI va en otra dirección: hacia que los sentimientos nacionales se mitiguen, porque si no ocurrirá lo que está pasando en los países del Este, donde se está exacerbando un nacionalismo que atentará contra lo que hemos deseado siempre, que en Europa no haya fronteras y que tenga una identidad y una historia propias que acaben con siglos de animadversión. La dirección es buscar un espacio donde los pueblos puedan coexistir, y es fácil coexistir sobre todo en la España actual, no en la España del franquismo.

P. En su libro describe un par de veces los caminos que llevan a una guerra civil. ¿Se trata de una advertencia sobre el presente?

R. Hace poco un individuo de cuyo nombre no quiero acordarme dijo que el problema del procés es que se necesitaba sangre. El camino, la lógica, desgraciadamente en la historia ha terminado siempre así. Eso sí, puede que no ocurra, puede haber mutaciones en la historia. ¿Cuál es el carácter insensato de un movimiento que tiene un tanto por ciento elevado de posibilidades de acabar ahí? Eso lo tienen que pensar muy críticamente. Uno de los motivos por los que estamos en el procés es por ignorancia de la historia, por eso el libro es un informe, para recuperar la historia en el debate, pero una veraz, no estas historias fragmentadas, medio inventadas, que terminan en el sainete.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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