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palos de ciego
Columna
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El momento en que empiezas a corromperte

Es verdad que el Gobierno catalán está haciendo trampas con la democracia; pero eso no autoriza al Gobierno español a cometer el menor abuso o desmán

Javier Cercas
Pablo Amargo

Albert Sánchez Piñol es ahora mismo, junto con Jaume Cabré, el escritor más internacional de la literatura catalana. Su última novela se titula Victus y en ella narra, con humor, desparpajo y aliento épico, la guerra de sucesión española y la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714. No sé si es la mejor novela de su autor, pero sí que, a pesar de que se centra en el punto donde convergen todos los demonios históricos del nacionalismo catalán, no es una novela que se resigne a los clichés del nacionalismo: baste recordar que, aunque Sánchez Piñol escribe sus novelas en catalán, ésta la ha escrito en castellano, y que el héroe de la historia es Antonio de Villarroel y Peláez, militar castellano aunque nacido en Barcelona.

El jueves 4 de septiembre fue de improviso cancelada en Utrecht, sede del Instituto Cervantes de Holanda, la presentación de la traducción holandesa de Victus. Teniendo en cuenta que faltaban sólo 7 días para la gran manifestación del 11 de septiembre, Día Nacional de Cataluña, es asombroso que la decisión no fuera tomada por un independentista radical infiltrado en el Ministerio de Asuntos Exteriores con el fin de alimentar el independentismo catalán dando argumentos a quienes denuncian la ilusoria opresión de la cultura catalana y los tics autoritarios reales del Gobierno español; pero no: por mucho que cueste creerlo, la decisión fue adoptada por el Gobierno. El motivo alegado para hacerlo es que el día anterior se había producido en Ámsterdam, en un acto público celebrado en la sede de Diplocat –el organismo diplomático del Gobierno catalán–, un rifirrafe verbal a cuenta de la veracidad del libro, y el Gobierno español temió que el acto de Utretch “se politizase”. Se trata de una excusa sin sentido, que delata una ignorancia alarmante sobre lo que es una novela y no consigue enmascarar un acto intolerable de censura (ni un alarde de torpeza política): una ficción no es un libro de historia, pero, si la interpretación de la historia que ofrece no nos convence, lo que hay que hacer es refutarla con datos y razones, no acallarla; por lo demás, no hay literatura digna de tal nombre que sea sólo un entretenimiento inofensivo para gente ociosa: la verdadera literatura es –lo dijo Vargas Llosa hace 50 años– fuego, insumisión, dinamita, provocación moral y política, y por eso todo acto literario de verdad es también un acto político.

La verdadera literatura es fuego, insumisión, provocación moral y política

No comparto las ideas de Sánchez Piñol sobre la independencia de Cataluña, pero mucho antes que la independencia o la dependencia está la democracia, y no hay democracia que valga sin libertad de expresión. El hecho, sin embargo, es que, hasta donde alcanzo, quienes han protestado por este atropello han sido sobre todo independentistas, mientras que los no independentistas apenas lo han hecho (o han hablado tan bajito que casi no se les ha oído); me parece un error. Es verdad que el Gobierno catalán está haciendo trampas con la democracia; pero eso no autoriza al Gobierno español a cometer el menor abuso o desmán. Más aún: en el momento en que empiezas a justificar los errores y abusos de los tuyos porque son de los tuyos (o porque parece o dicen que lo son), empiezas a corromperte; es decir, empiezas a perder la razón. Esto no lo escribió George Orwell, pero pudo hacerlo, porque nadie como él nos enseñó que la izquierda empezó a corromperse y a perder la batalla cuando empezó a justificar los abusos y errores de los suyos. Nunca más: un error o un abuso son un abuso o un error lo cometa quien lo cometa, y casi estamos más obligados a denunciar los de los nuestros que los de los demás. Para no corrompernos. Para no perder la razón.

Pero sobre todo para no perder la decencia. Así que, si un escritor no independentista tuviera previsto un acto público en Holanda organizado por la Embajada española e, incapaz de tomar la palabra donde acaban de arrebatársela a un conciudadano suyo, hubiera decidido cancelar dicho acto, no debería interpretarse este gesto de protesta como una reacción gremialista, sino como un acto de defensa propia: solidarizándose con Sánchez Piñol, el escritor estaría solidarizándose consigo mismo, porque, si a un ciudadano con los mismos derechos que nosotros le quitan derechos, también nos los quitan a nosotros. Seguro. elpaissemanal@elpais.es

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