El Pazo de Meirás ilustra a los turistas sobre el “genocidio de los católicos”
La Fundación Franco compara en la antigua residencia veraniega del dictador la exhumación de sus restos con el asesinato de religiosos
A los pies de un gran cristo barroco con pelo natural un enorme panel de quita y pon aguarda en la sacristía de la capilla de las Torres de Meirás. "Lo ha enviado la Fundación", explica el guía a los visitantes que cada viernes del año está obligado a recibir el pazo de la familia Franco por ser Bien de Interés Cultural. El cartel en cuestión, casi de tamaño retablo y repleto de letra, se titula El genocidio de los católicos españoles y hace medio año la Xunta anunció que informaría a la fiscalía para que determinase si se trataba de apología del franquismo. "Francisco Franco construyó y donó a la Iglesia la Basílica del Valle de los Caídos, el monumento funerario más importante levantado por la Humanidad en el siglo XX", comienza diciendo, "hoy, los continuadores del Frente Popular proponen exhumar los cuerpos de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera, lo que nos retrotrae a 1936, y a actos tan execrables como la exhumación y escarnio público de las religiosas del Convento de las Salesas de Barcelona".
Para ilustrar este texto, a la siniestra aparecen fotos de aquellos hechos en julio de 1936. A la diestra, el fusilamiento del Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles (agosto del mismo año) y la beatificación de 496 mártires en San Pedro en octubre de 2007. El panel desapareció en ocasiones señaladas, por ejemplo cuando en mayo entró una comitiva de eurodiputados, pero hace una semana volvía a estar presente para contar al turista la visión de la Fundación Franco sobre la represión: "De este genocidio fueron víctimas al menos 10.000 personas exclusivamente por su fe", "muchas fueron quemadas vivas, arrastradas por coches y terriblemente mutiladas antes de morir. Las prácticas de emasculación de los varones o la amputación de los pechos de las mujeres, la amputación de orejas o la enucleación de los ojos se cuentan por miles".
La visita al pazo que inauguró Emilia Pardo Bazán en 1910 y pasó a manos de Franco hace 80 años dura una hora que pasa volando y no hay tiempo para leer la avalancha de datos estadísticos sobre el "genocidio" del clero que aguarda a continuación. Además, el hombre que hoy hace de guía avisa al llegar de que su propósito es "hablar muchas veces de la condesa". No es Carlos Fernández Barallobre, declarado defensor del caudillo designado como guía por la Fundación desde que Carmen Franco confió la gestión a esta entidad, sino otro señor muy educado y moderado que cuenta que es boliviano y se define como "colaborador de la familia", sin más. Ahora atiende él porque Barallobre, que "es mayor", "tiene problemas de salud". Fuentes del Ayuntamiento de Sada, donde se yerguen las torres, explican que el "colaborador" está contratado, y que él y su esposa se encargan de todo el mantenimiento del pazo. A lo largo del recorrido, el guía va describiendo diversos objetos de Pardo Bazán y también algunos de tiempos del generalísimo, pero pasa con extraordinaria discreción sobre las cuestiones más comprometidas.
La ruta empieza por la capilla. El altar mayor lo puso la condesa y los laterales, Franco. El confesionario también fue cosa del dictador y, sujetas con un hierro a la pared, esperan una decisión judicial las estatuas de los profetas Isaac y Abraham, originarias de la fachada románica de la catedral de Santiago, obra del taller del Maestro Mateo, y reclamadas a la familia desde el año pasado por el Ayuntamiento de la capital gallega. Antes del año 1960 decoraban el vestíbulo del consistorio y el jefe de Estado se encaprichó con ellas. Para mostrar la convivencia armónica del legado de la primera dueña y el habitante que ocupó luego las torres, se llama la atención al visitante sobre la imagen de san Francisco que puso ella y la de la Virgen de África que mandó colocar él debajo: "Se encomendó a ella cuando tuvo un percance en la guerra y siempre le acompañó", explica el guía.
En el templo y el breve tramo de jardín que dejan recorrer se pueden hacer fotos. Allí, junto a los árboles centenarios y el césped rapado con esmero sobreviven fuentes, bancos, balaustradas, pináculos, esculturas y una larga hilera de blasones antiguos labrados en piedra, supuestos agasajos al jefe de Estado. Entre ellos, aquí y allá, están los restos de la torre y el pazo de Bendaña (Dodro, A Coruña), que fue desmontada y transportada piedra a piedra cuando la corporación municipal decidió que aquella noble construcción de los siglos XVII y XVIII luciría mejor en manos de Franco que en su propio municipio. También está O Paciño, la casa de juegos de Carmencita Franco Polo. Hay cruceros y hórreos que vinieron de Pontevedra, y un par de pilas románicas que un día de 1960 mandó ir a buscar en camión a la iglesia de Moraime (Muxía, A Coruña) la esposa del dictador.
El libro Meirás. Un pazo, un caudillo, un expolio, publicado en 2017 por Carlos Babío y Manuel Pérez Lorenzo después de años de investigación, cuenta que la prensa española en el exilio describía a Carmen Polo como "una de las aves de rapiña más despiadadas" y recoge un artículo de Mundo Obrero (1959) donde se atribuye a Meirás la función, más que de "casa solariega", de "depósito de objetos artísticos de inestimable valor, acumulados por el dictador y su esposa en previsión del porvenir, y que van saliendo al extranjero con regularidad". El rotativo denunciaba el "robo manifiesto al patrimonio cultural del pueblo gallego" perpetrado por "doña Carmen como auténtica señora feudal de horca y cuchillo". Y aseguraba que, en cuanto se anunciaba la llegada de la primera dama por vacaciones, los anticuarios se hacían los enfermos para cerrar sus negocios y no verse "despojados" de su mercancía con "presiones y chantajes".
Hoy en Meirás lo único que se dice es que muchos pazos gallegos fueron "destruidos durante la Guerra de la Independencia" y que sus propietarios quisieron donar a Franco sus viejas piedras antes que dejarlas arrumbadas. También que el terreno se duplicó hasta las "6,5 hectáreas" con el generalísimo, aunque no se explica cómo creció tanto. Y por supuesto no se cuenta, como relata el libro, que el muro se fue construyendo supuestamente sobre labradíos de los vecinos en una especie de incautación sin previo aviso por la que no se les indemnizaba. El guía comenta, sin embargo, que "había muchos canteros que tenían detalles con el jefe de Estado". "Fueron 40 años en el cargo", recuerda.
Al atravesar el umbral de la residencia estival de los Franco, el guarda de seguridad de una empresa privada que sigue vigilante todo el recorrido insiste en que dentro está prohibido hacer fotos y manda guardar los móviles. La familia propietaria apenas permite enseñar cuatro estancias, todas en la planta baja: el vestíbulo; el antiguo despacho de Pardo Bazán, decorado con el retrato de una infanta, un busto de Carmen Polo y otro de la condesa; el salón de baile y la biblioteca que montaron los Franco, a pesar de que la escritora tenía la suya, con más de 10.000 libros, en la cuarta planta de la torre más alta, la de La Quimera. Ocho mil de estos volúmenes fueron donados tras el incendio de 1978 a la Real Academia Galega.
En el vestíbulo destacan tres ánforas romanas cubiertas de excrecencias marinas. "Aparecieron durante las obras del dique de abrigo" de A Coruña, asegura el guía cuando se le pregunta con interés. Hay también armas antiguas y un incontable cementerio de seres disecados decorando las paredes. Desde faisanes a muflones; desde corzos y ciervos a la cabeza imponente de un búfalo. Por las fechas de sus placas se adivina sin problema cuáles están ahí desde la dictadura y qué cornamentas de animales, después del año 2000, trajeron a la residencia estival los "nietos y bisnietos" del caudillo. Junto a una estantería donde se acumulan raquetas y pelotas en uso, todavía aguardan futuras presas unas cuantas alcayatas vacías.
En lo alto de la "escalinata de honor" que lleva a las torres, bajo la gran vidriera con la genealogía de Emilia Pardo Bazán, sobrevive colgado el escudo franquista, con su águila de San Juan, su yugo, sus flechas y el lema "una grande libre". A sus pies, el busto en bronce de Franco, y escaleras arriba, varios óleos del militar, su señora y su hija en diferentes etapas de la vida. Bajo la escalera hay un sarcófago medieval, y entre las abundantes antigüedades y obras de arte resaltan varias tallas de vírgenes de factura medieval y el mascarón de proa de un barco. El guía habla varias veces sobre la heráldica y los lemas de la escritora y el dictador, capaces de compartir los mismos muros. "Para Franco no era nada difícil cargarse ese vitral y poner su escudo", comenta señalando la vidriera del vestíbulo. "Pero respetó toda la arquitectura de doña Emilia, y fue añadiendo sus cosas por otro lado. Así fue enriqueciendo este lugar".
Pero la sintonía con la primera moradora de las tres torres pudo no haber sido tanta. Babío y Pérez Lorenzo recogen en su libro el episodio en el que supuestamente asesorada por el párroco de Meirás Carmen Polo mandó destruir la correspondencia de la escritora, incluidas las cartas que le mandaba Pérez Galdós, el amor más fogoso de su vida. Y fue ella en persona, según relata el guía, quien, en su primera visita al pazo con Carmencita, descubrió una estancia "todavía en tierra y cemento" en la que había "cajas con libros".
Decidió entonces que esa sería la nueva biblioteca y mandó venir a los carpinteros. Entre coleccionables de periódico actuales y encuadernaciones de otros tiempos, decoran la estancia varios cuadros de Mariano Bertuchi con soldados de la Guardia Mora y una escena del paso del Estrecho, con aviones, barcos, soldados y un Franco a caballo saludando brazo en alto a las tropas. Hay también un televisor plano, un reproductor de DVD y dos deshumidificadores.
Pero el guía pide a los turistas que mejor miren arriba y traten de leer la frase que Franco mandó tallar en la madera, rodeando las cuatro paredes de la biblioteca: "El genio es don divino. Si Dios alumbró tu vida con la inteligencia, la lectura te dará el saber. Campo de sabiduría es el tesoro que aquí hallas, fruto de ingenios, experiencia de siglos. En el reparto de tu tiempo triunfa el libro sobre las amistades y pasatiempos vanos. Preciosa prenda la de la amistad, pero por sabio, generoso y leal destaca el libro como mejor amigo". "Estas frases las escribió Franco", afirma el discreto colaborador de la familia. Por un momento parece dejar escapar su admiración.
El dictador que pintaba flores mojadas de rocío
A pesar de las dificultades denunciadas desde hace años por muchos visitantes en el Ayuntamiento y la oficina de turismo de Sada (y que acabaron dando lugar a una sanción a los Franco por parte de la Xunta), concertar cita para ver Meirás como particular en estas fechas parece sencillo. La Fundación Franco facilita un móvil al que se debe llamar. Descuelga a la primera un hombre con voz de persona de edad avanzada que explica los horarios y no pone ningún impedimento siempre que se le facilite el nombre y el número de DNI. Las visitas son "todos los viernes a las 9, 10, 11 y 12; puede elegir el que viene o el siguiente porque hay muchas plazas libres", informa. Se admiten grupos de hasta 15 personas. El interlocutor recomienda incluso elegir el último turno, porque como ya no habrá gente esperando, la visita se puede extender "un poco más".
Cuando llegan el día y la hora, además del panadero que aparca y deja colgada una barra en el portalón del jardín no hay más que dos parejas de turistas esperando. A la salida, ya han entablado cierta camaradería, el vínculo que crea haber pisado juntos Meirás, y comentan una serie de detalles que durante el itinerario han preferido callar. Afloran, por ejemplo, suspicacias sobre la autoría de un cuadro firmado con las iniciales F.F. en 1947.
El lienzo está colgado en el salón de baile. Representa un jarrón desbordante de flores salpicadas de agua. El guía llama la atención acerca del preciosismo de las pinceladas: "Las gotas parecen reales". Efectivamente es así. Al fijarse en la perfección del ramo, los visitantes se sienten confusos porque no conocían esta faceta del dictador. "¿Lo pintaría él o se lo pintarían?", se preguntan recordando a aquellos vecinos de la cuenca del Ulla que dicen que a Franco le soltaban los salmones río arriba cuando iba a pescar. "Hay muchísimos más cuadros pintados por él", informa sin embargo el guía a los escépticos durante la visita. "Tenía un buen don para la pintura", aclara sin atisbo de duda.
Este delicado cuadro, como unos cuantos retratos de Franco, su esposa y su hija que aún cuelgan de las paredes de Meirás, se salvó del incendio que arrasó gran parte de las torres en la noche del 18 al 19 de febrero de 1978. Están las pinturas de Álvarez de Sotomayor, amigo de Franco y miembro de la comisión de adeptos que promovió la compra de Meirás, a través de una cuestación forzosa, para el caudillo. Las de Bertuchi, la de Prieto (un año antes de la muerte del dictador) y las de Zuloaga, que representa a un flamante jefe de Estado con boina roja de requeté, camisa de la Falange, pantalones y botas de guardia civil y una enorme bandera rojigualda que le envuelve el cuerpo. "Tanto quería Franco a España", asegura el guía, que se hizo retratar así.
Se dice que en el incendio se perdieron muchos muebles y muchas obras de arte pero, desde el mismo día en que Meirás ardió, entre el vecindario se extendieron las sospechas y los rumores. "El parte policial habla de un cortocircuito que se produjo en el comedor", responde el guía cuando se le pregunta por las causas.
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