El antojo de Carmen Polo
Un abogado lucha por la devolución de dos pilas medievales que la esposa de Franco usurpó en 1960 de una iglesia de Muxía
Cuentan en A Coruña que cuando Carmen Polo, la esposa de Francisco Franco, franqueaba tras su chófer los muros del pazo de Meirás para pasar el día en la ciudad, los anticuarios más avispados corrían a cerrar sus tiendas. Todos temían el ritual de la mujer del dictador: entrar, señalar, llevarse y no pagar. Ya le hubiera gustado al párroco de la iglesia románica de San Xián de Moraime, en el ayuntamiento coruñés de Muxía, haber sabido a lo que se exponía cuando “alrededor de 1960” recibió la visita de Polo al templo que regentaba, una antigua abadía benedictina levantada en el siglo XI y en la que se crió Alfonso VII.
La esposa de Franco se encandiló con dos pilones medievales de gran valor que adornaban el patio de la casa rectoral. Uno era estriado y destinado en otros tiempos a servir de pila bautismal para los nacidos en esta histórica aldea; el otro, liso y reservado para embalsar en su seno agua bendita.
Polo ordenó al cura, José Barrientos, que le enviara esas piezas a Meirás y, aunque también le dijo que solicitara los pertinentes permisos, el camión que al día siguiente llegó a la iglesia en nombre de la esposa del dictador para cargar los vestigios dejó claro que lo de las autorizaciones era solo parte del atrezzo. Alertado inmediatamente el Arzobispado de Santiago de lo ocurrido, las autoridades eclesiásticas, según relató el propio párroco, decidieron “no reclamar en aquel momento las pilas dada la identidad de la persona que las había tomado y su especial posición”.
De los pilones románicos no se ha vuelto a saber, mas ni siquiera la muerte del padre Barrientos, único testigo directo de aquella apropiación por parte de la familia Franco, ha logrado borrar del todo las huellas. El 3 de septiembre de 1980, poco antes de que el párroco falleciera, el abogado Celso Alcaina, originario de la aldea de Moraime y bautizado en la pila que el camión se llevó a Meirás, acompañó a Barrientos a la notaría del cercano municipio de Vimianzo.
Allí fueron por consejo del entonces presidente de la Real Academia Galega, Domingo García-Sabell, con la esperanza de que el papel timbrado y la incipiente democracia obligaran a los Franco a devolver los pilones a San Xián. El cura, de 80 años, cargó hasta la notaría con los libros de inventario que demostraban la existencia de los desaparecidos pilones medievales de Moraime. Y así fue cómo todo quedó registrado en un documento que, sellado cinco años después de la muerte del dictador, aún conserva el escudo franquista del “una, grande y libre”.
Pese a las pruebas documentales y a que la iglesia de Moraime es Bien de Interés Cultural (BIC), la Xunta no piensa reclamarle los pilones románicos a la familia Franco. “La iglesia de San Xián de Moraime es propiedad de la Iglesia. Por lo tanto, quienes deben reclamar la propiedad de alguna de sus partes si así lo consideran adecuado son los titulares del bien”, alegan fuentes oficiales de la Consellería de Cultura. El Arzobispado de Santiago, por su parte, se limita a señalar que “estudiará el asunto”, examinando “la documentación que pueda existir procedente de la parroquia”.
Celso Alcaina, abogado y excura de militancia socialista, no entiende por qué las instituciones no han atendido sus denuncias. Durante la dictadura, dice, “bastaba que Doña Carmen levantara un dedo para que la Administración no hiciera nada”, pero desde 1980 sus gestiones ante el Gobierno central y la Xunta para que se restituyan los pilones románicos a su emplazamiento original han naufragado.
Tras ser alertado por Alcaina, en 2010 fue el alcalde socialista de Muxía, Félix Porto, quien envió a la Consellería de Cultura, que entonces dirigía el popular Roberto Varela, una carta reclamando formalmente que se impulsasen los trámites para recuperar las piezas que se llevaron los Franco. Aunque adjuntó el acta notarial donde el párroco José Barrientos denuncia lo ocurrido, el regidor confirma que nunca recibió contestación de la Xunta. Alcaina está convencido de que los pilones medievales, unas moles de granito de un metro de altura y "difíciles de transportar", siguen en los jardines del pazo de Meirás, a la vista quizás de los turistas, diputados e inspectores de Patrimonio de la Xunta que en los últimos años han entrado en la finca de los Franco.
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