Cerco al mariscador furtivo
La policía ha detenido este año en Galicia a más personas que nunca (97) por recolectar marisco de forma ilegal. La entrada en vigor del nuevo Código Penal endurece las penas
Del marisqueo furtivo de los años ochenta, cuando esta práctica clandestina se realizaba a mansalva en las rías y playas gallegas, solo queda el recuerdo. Las decenas de embarcaciones que cada noche salían a surcar las aguas de la zona sur de la ría de Arousa en busca de vieiras, percebes, navajas y otras perlas del mar aún están en la memoria de Víctor Prieto, inspector jefe de la cofradía de pescadores de San Martiño (O Grove). “Los tiempos han cambiado. Ahora, a los grupos organizados que quedan aquí los tenemos localizados. Los hemos cogido infinidad de veces porque siempre van a las mismas zonas, donde hay mucho marisco”, dice Prieto, que cuenta con el apoyo de otros seis guardas. Tras la entrada en vigor el pasado julio del nuevo Código Penal, que endurece las penas sobre esta práctica, el número de personas detenidas o imputadas por delitos de furtivismo ha alcanzado este año en Galicia una cifra histórica: 97, seis más que en 2014, cuando todavía quedan por contabilizar los casos de la campaña de Navidad.
El nuevo Código Penal tipifica por primera vez como delito el marisqueo furtivo. En el texto se señala que pueden llegar a dictarse penas de prisión de hasta 24 meses e inhabilitaciones para mariscar de dos a cinco años. Aunque aún no se han producido sentencias que califiquen como delito esta práctica clandestina, el cerco sobre los mariscadores furtivos ha crecido en los últimos años. “No hay sentencias porque ha pasado poco tiempo y por el calendario de las vedas”, explica Álvaro García, fiscal delegado del área de medio ambiente en Galicia.
El cerco creció en 2010 cuando la policía autonómica comenzó a colaborar con la Guardia Civil y los inspectores de las cofradías de mariscadores. Ese año los agentes empezaron de cero: eran solo 19 y no tenían medios para combatir el frío y la humedad de las rías ni para competir con los equipos de comunicación y transporte de las organizaciones clandestinas de mariscadores. En los 12 meses solo hubo cuatro detenidos o imputados por delitos relacionados con el furtivismo. Cinco años después, sin embargo, son 34 agentes y el número de detenidos hasta noviembre es de casi un centenar. “Con el nuevo Código Penal ha habido 41 detenidos por furtivismo desde julio [los otros 56 fueron por delitos relacionados con esta práctica, como la falsificación, estafa o salud pública]. Estamos más avanzados que antes, más especializados, y la cifra de este año todavía crecerá más con la Navidad”, explica Fernando Molina, inspector jefe de la unidad de la ERPOL de la policía autonómica gallega.
El marisqueo furtivo, cuenta Lino Sexto, subdirector del servicio de guardacostas de Galicia, ha bajado en casi todas las rías. Esta práctica clandestina ya no es lo que era en la zona del Burgo, de Ferrol, de Pontevedra y de Vigo. Solo en la zona norte de la ría de Arousa resiste un punto rojo: entre las playas cerradas y los acantilados escarpados de Cabo de Cruz y Rianxo (A Coruña) varios grupos organizados van a mariscar almejas con las mareas vivas. En Cabo de Cruz tienen entre 15 y 20 mariscadores clandestinos al día, pero solo son seis vigilantes en tierra y dos por mar. “Cada semana tenemos, mínimo, unas 20 denuncias administrativas [una multa que fluctúa entre los 90 y los 300 euros en la primera sanción]”, dice José María Martínez, el inspector jefe de la cofradía.
Más detenidos que nunca
El número de detenidos o imputados por delitos contra el furtivismo ya ha alcanzado este año una cifra histórica (97), cuando todavía queda la campaña de Navidad, una época en la que el número de operaciones contra esta práctica clandestina es elevado.
2010. La policía autonómica gallega comienza de cero a combatir el marisqueo furtivo. Eran 19 agentes y el número de detenidos en todo el año es de cuatro.
Cuando Martínez y el resto de vigilantes quisieron salir con el coche una noche de octubre, en plena marea viva, se encontraron con pegamento en las puertas del automóvil y no lo pudieron usar. Otro día, haciendo una ronda por donde los furtivos suelen faenar, escucharon una explosión, un “boom”, y dieron media vuelta: “Teníamos el coche ardiendo”.
Un poco más al oeste, en Rianxo, solo cinco vigilantes se reparten —entre flota y a pie— tres millones y medio de metros cuadrados. Hasta noviembre, los inspectores de la cofradía han puesto 572 sanciones administrativas, cuando el año pasado solo contaron 346. El patrón mayor, Miguel Ángel Iglesias, dice que trabajan con la ayuda de la policía local y de la Guardia Civil, pero que no siempre es suficiente: “Ahora los furtivos van a plena luz del día. La semana pasada un vigilante tuvo un forcejeo con uno porque quería decomisarle el marisco y él no le dejaba”.
Esa misma semana, los vigilantes de Rianxo cogieron a un grupo de tres personas —normalmente suelen ser más— con 50 kilos de almejas, cuando el cupo diario para los mariscadores con licencia es de un kilo o dos en función de la especie. “Están jodiendo la almeja del año que viene. Arrasan con todo, les da igual si son pequeñas o grandes”, dice Iglesias. Sandro García, responsable de litoral de la Asociación para a Defensa Ecolóxica de Galiza (Adega), cree que se debería investigar más el destino final de ese marisco: “Muchas veces, y es vox populi, acaba en restaurantes y depuradoras y es un peligro para la salud. Además, la sobreexplotación del medio marino causa problemas económicos y ecológicos”.
Los mariscadores furtivos se han convertido en una preocupación casi residual fuera de estos puntos. En la zona norte, en los alrededores de A Coruña, los problemas con el percebe tampoco son lo que eran. En las Rías Baixas, por la zona de Cangas do Morrazo y Bueu (Pontevedra), los mariscadores clandestinos, también esporádicos, van a los centollos y a las nécoras. Pablo —nombre ficticio— lo hace desde que a los 12 años aprendió de sus amigos mayores. Cuando le apetece comer marisco coge las gafas, las aletas, los guantes, la linterna y el salabardo y va a por los crustáceos: “Es fácil, no hay que hacer un máster, pero si te joden la lías”. Muchos de los mariscadores furtivos que se acercan a esta zona, cuenta el patrón mayor de la cofradía de Bueu, José Manuel Rosas, son drogadictos que quieren su dosis: “Van a por unas centollas y unas nécoras para venderlas. Yo casi prefiero eso a que anden a hacer cosas peores para sacar dinero”.
A pesar del cerco sobre esta práctica clandestina, casi todas las cofradías esperan que en los próximos meses se dicte una sentencia que por primera vez califique como delito el marisqueo furtivo. “Entendemos que a un drogadicto o a uno cualquiera no se le debe castigar así, pero a una organización que hemos detenido 100 veces, sí”, dice Prieto. Para el subdirector de guardacostas de Galicia esta práctica es, sobre todo, un tema de educación: “Suena a contrabando, a estraperlo, a los años cuarenta. El furtivismo no es una actividad romántica para luchar contra el sistema. Mucha gente sigue pensando que el mar es de todos, pero es de todos para algunas cosas. Igual que otros sectores, este también tiene que estar regulado”.
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