Los viernes, reformas
Hay designios políticos según los cuales las prestaciones sociales son una anomalía a eliminar
Qué alegría, señor presidente del Gobierno, cuando el domingo pasado le dijeron vamos a la casa de Esperanza, donde se clausuraba el Congreso del Partido Popular de Madrid. Eso sí que es un Congreso como Dios manda, con el 99,99% de votos a favor. Algún inconformista hubiera podido manifestar síntomas de esa clase de asfixia a la que se refería Elías Canetti cuando en 1945 escribió aquello de: “No se puede respirar. Todo está lleno de victoria”. Pero en el auditorio del Palacio Municipal de Congresos lo que había era un ambientazo de superioridad moral de quienes se sienten poseedores de las verdades reveladas, esas que los intelectuales de cabecera de la presidenta de la Comunidad de Madrid han codificado en un nuevo credo y unos nuevos artículos de la fe liberal para uso de la militancia de los madriles. Ahí están las soluciones para levantarnos de la ruina en que la izquierda, ahora instalada en la protesta, ha postrado a nuestro país.
Es cierto que los servicios de asistencia debieron multiplicarse la mañana del domingo para atender algunos casos de empacho ultraliberal, pero parece que en su mayoría pudieron ser recuperados sin necesidad de efectuar su traslado a los centros hospitalarios concertados en previsión con la empresa privada. En todo caso, qué valiente su respuesta, señor Rajoy, de más reformas todos los viernes; qué pulso el suyo, sin temblor alguno, impasible el ademán, o mejor el alemán, procediendo al desguace del Estado de bienestar, donde tantos especialistas en la ociosidad sin descanso buscaban agazaparse; qué majeza la suya al exigir silencio a quienes osan protestar de modo insolente, cuando debieran estar batiendo palmas de agradecimiento por las atenciones que se les prodigan; qué ejemplo, en fin, para los de aquí y los de toda la Unión Europea, donde se oye el llanto y el crujir de dientes de los incapaces de seguir la disciplina de Nuestra Señora Merkel, medianera de todos los recortes y de todas las austeridades.
Hay designios políticos según los cuales las prestaciones sociales son una anomalía a eliminar
Por eso, señoría, que sigan los demás con sus festines, reclamando estímulos al crecimiento, en sintonía con los europeos degenerados de latitudes varias. Pero sepa que aquí queremos seguir viéndole cada viernes, tijera en mano y en lo alto las estrellas. Manténgase inasequible al desaliento. Al que no quiera caldo, dos tazas. Después de los destrozos en el Sistema Nacional de Salud y en educación, de la renuncia al I+D+i, de la reducción de las becas, de los jubilados jubilosos de colaborar mediante el copago de médicos y fármacos, se anuncia para este próximo viernes la anhelada privatización de otros servicios públicos como el transporte. Si la señora Margarita Thatcher pulverizó aquel orgullo del National Health Service y del British Railways, en época de plétora económica del Reino Unido, aquí un Gobierno como Dios manda, parece decidido a emular sin tardanza esos logros para estar a la altura.
Porque hay medidas que parecería dictar la precariedad de la crisis, pero también hay designios políticos a tenor de los cuales las prestaciones sociales constituyen una anomalía a eliminar. Una tesis en la que comulgan todos aquellos para quienes tan solo de la propiedad privada derivan derechos económicos. Son los creadores de escasez que definió el profesor David Anisi al anticipar el trayecto que andamos recorriendo del bienestar al miedo. Cueste lo que cueste, se ha de conseguir como prueba el incremento del paro hasta una tasa del 24,4%, a la que se sumará al menos otro medio millón de desempleados antes de fin de año; la rebaja de la calificación de las agencias de rating a España y a los bancos españoles y la huida del capital extranjero de nuestra deuda, por citar algunos signos recientes del alud de confianza desencadenado por la llegada de su señoría al Gobierno, donde hubo de heredar la indeseable situación en que nos había dejado su malhadado predecesor, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero.
Hay que combinar exigencia a los sindicatos, amnistía a los defraudadores y bonus a quienes nos llevan al desastre. ¿O es que se verá privado del suyo el capitán del Costa Concordia, Francesco Schettino, que supo encallar el barco donde nadie antes lo había logrado? Ha escrito Jorge Wagensberg en su último libro de aforismos, Más árboles que ramas (Tusquets Editores. Barcelona, 2012), que “si no fuera por las crisis, aún seríamos todos bacterias”. Pero también parece sumarse a los Economistas Frente a la Crisis para señalar que “el pensamiento único significa pensamiento blindado a la realidad o blindado a cualquier otro pensamiento” y que mientras “cambiar de respuesta es evolución, cambiar de pregunta es revolución”. En todo caso, ojalá sean oídas sus rogativas escondidas y veamos el triunfo de Hollande en las presidenciales francesas.
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