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LA COLUMNA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El eterno retorno de los pactos

¿Es posible un gran pacto de Estado?¿Es deseable? De momento, no parece que los principales partidos políticos estén por la labor

Josep Ramoneda

La democracia española vive en el eterno retorno del mito de los Pactos de la Moncloa. Cada vez que las turbulencias arrecian, resurge la melancolía de aquel acuerdo económico, social y político que apuntaló la Transición. Y desde posiciones muy diferentes se apela a los partidos y a los agentes sociales a recuperar la senda del consenso y del gran pacto nacional. Estamos en uno de estos momentos: ¿es posible un gran pacto de Estado? ¿Es deseable?

Para que sea posible es condición necesaria que los principales actores lo quieran o por lo menos que se vean forzados a quererlo. De momento, no parece que estén por la labor. El PSOE lo pide, aunque más bien con la boca pequeña. Pero el PP no parece en absoluto interesado. Las señales que Rajoy ha dado, al salir del escondite, son más bien contrarias. Su principal empeño ha sido recordar y repetir que tiene una amplia mayoría absoluta, como modo de despejar las dudas sobre su autoridad. Su método preferido para comunicarse con la sociedad son las reuniones de partido, para dejar que el PP es el único mediador con la sociedad. Su discurso se articula sobre tres sentencias inefables: “Tengo las ideas claras”, “Tengo plan y rumbo”, “No hay alternativa”. ¿Qué se puede pactar desde esta posición? Nada que no sea la adhesión incondicional de la oposición a sus propuestas. No sería un pacto, sería una aceleración de la demoesclerosis, que nos está llevando directamente a la posdemocracia.

Los sindicatos piden acuerdos y las patronales no tienen ningún interés en ellos. Confían más en el PP, que ha demostrado de qué lado está con la reforma laboral

Por el lado de los agentes sociales, estamos en las mismas. Los sindicatos piden acuerdos y las patronales no tienen ningún interés en ellos, confían mucho más en el PP, que ha demostrado claramente de qué lado está con la reforma laboral. Queda la presión ciudadana. ¿Realmente hay en la sociedad un deseo de amplio entendimiento entre las fuerzas políticas y sociales o es más bien una cuestión de voluntarismo de una parte de los medios de comunicación? Los sentimientos más visibles en la ciudadanía son la desconfianza y el miedo. Unos pactos basados en el miedo harían a la población más cautiva de la casta dirigente.

Los pactos parecen, pues, poco posibles por la escasa disposición de los actores, pero ¿son deseables? Desde luego, no lo son si han de servir para consagrar la idea de que no hay alternativa. Y más en un momento en que crecen las voces que afirman que Europa se ha metido en una ortodoxia sin sentido y que austeridad y recuperación son factores perfectamente incompatibles. La idea “No hay alternativa”, además de ser un insulto a la inteligencia de los ciudadanos, es un germen imparable de degradación de la democracia. Unos pactos para convencer al país de que no hay otra vía que la obediencia ciega a los poderes exteriores y extrapolíticos que condicionan la toma de decisiones solo servirían para agrandar la distancia entre las élites dirigentes y la ciudadanía. Todos confundidos en la gran sopa del consenso, sin voces para la discrepancia. Si este debe ser el resultado, mejor olvidarse de los acuerdos nacionales. Que la oposición se esmere en renovarse para estar en condiciones de tomar el relevo si el Gobierno se quema más rápido de lo previsible y que los agentes sociales diriman sus diferencias de modo abierto y público.

En mi opinión, el gran pacto de Estado solo tendría sentido con un objetivo: plantar cara a las exigencias externas y defender la dignidad democrática del país. Evitar que se consolide lo que Jurgen Habermas llama el “federalismo ejecutivo”, pactado por Merkel y Sarkozy, que pretende, en palabras del filósofo alemán, “transferir los imperativos de los mercados a los presupuestos nacionales sin ninguna legitimación democrática propia”. Un pacto que lleva al proyecto europeo al desastre: “La primera comunidad transnacional democrática se convertiría en un arreglo particularmente efectivo, en tanto que velado, de ejercicio de una dominación posdemocrática”.

Un consenso activo, contra el autoritarismo posdemocrático, requeriría coraje, riesgo y capacidad de buscar complicidades en el resto de Europa. Pero, después de ver durante los últimos meses a Zapatero y a Rajoy corriendo despavoridos para hacer méritos detrás de los señuelos de los mercados, dudo de que los dos principales partidos estén por la labor. Y más si, como dice De Guindos, lo que está haciendo el PP es por convicción. La primera batalla conjunta debería ser para aplazar los objetivos de déficit. Ni siquiera en esto veo la sintonía básica para el acuerdo.

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