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Lecturas internacionales
Tribuna
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Mano a mano a costa de Ucrania

Trump no es un mediador neutral, sino el socio de Putin en un trato bilateral a espaldas de Kiev que ignora a la UE

Vladímir Putin y Donald Trump, en la cumbre del G-20 en Osaka en junio de 2019.
Lluís Bassets

La cumbre parió un ratón. Nada de alto el fuego inmediato e incondicional de 30 días. Zelenski lo había aceptado, pero Putin se las sabe todas y hace con Trump lo que Trump no le permite a Zelenski: dilatar la decisión y exigir unas condiciones que significarían la derrota de Ucrania. A Trump y a Putin les importa poco la tregua. Los dos presidentes imperiales están en cosas más trascendentes. La guerra es lo más parecido a un pretexto, porque lo sustancial es el carácter histórico de la reanudación de relaciones entre Washington y Moscú y el encuentro personal que seguirá, quizás en Riad, con las correspondientes fotos para la posteridad. Ucrania es un punto más en la vasta agenda mundial, junto a Oriente Próximo, la bomba nuclear que Irán tiene a su alcance o las futuras negociaciones sobre reducción de armas estratégicas, y así lo reflejan los comunicados del Kremlin y la Casa Blanca.

Son la pareja de moda de la nueva era. Como De Gaulle y Adenauer, que reconciliaron a Francia y Alemania, Nixon y Mao, que abrieron China al mundo, o Reagan y Gorbachov, que terminaron con la Guerra Fría, Trump y Putin van a organizar el orden mundial a partir de la amistad recién inaugurada a costa de Ucrania. A diferencia de otras reconciliaciones entre países enemistados o incluso en guerra, este matrimonio difícilmente traerá paz y estabilidad a un mundo repartido en áreas de influencia y guiado por la fuerza en vez de por las reglas de juego.

Trump se ha anotado dos éxitos preliminares. Ni los ucranios ni sus dirigentes estaban preparados para aceptar la pérdida de los territorios ahora ocupados por Rusia. Tampoco la Unión Europea y los gobiernos democráticos se sentían autorizados a decidir por Ucrania y ni tan solo a presionar o insinuarlo. Con el trato brutal que recibió Zelenski en el Despacho Oval, la nueva Casa Blanca resolvió ambos problemas de una tacada: ahora Ucrania acepta sin apenas chistar la merma territorial y se resigna a una participación indirecta en la negociación a través de Estados Unidos. De momento, el Gobierno de Kiev se mantiene al corriente a través de la Casa Blanca, en un esquema descaradamente inclinado a favor de Rusia. Habituado al trato educado e incluso deferente de sus pares europeos, Zelenski no tenía conciencia de que Trump no soporta que le lleven la contraria y demanda, en cambio, halagos sin medida y agradecimientos reiterados.

Washington se sitúa así en el mismo plano que Moscú en la negociación, relega a Kiev a un papel subordinado y deja en la cuneta a Bruselas. No es un mediador equidistante entre dos partes, sino el socio de Moscú en un deal o trato bilateral. Contribuye con el talento negociador de Trump y, paradójicamente, con los beneficios que obtenga de la explotación de las tierras raras ucranias o la propiedad de la central nuclear de Zaporiyia, bajo el increíble disfraz de que son una garantía para evitar una nueva invasión rusa.

Los éxitos de Trump lo son también de Putin, que considera irrenunciables “los hechos sobre el terreno”, siguiendo la misma pauta que Israel. Las concesiones que pueda hacer cada parte están predeterminadas por la asimetría entre las palancas punitivas a las que Trump ha renunciado para convencer a Putin y las numerosas que ha utilizado contra Zelenski; entre los premios que tiene para Putin, el más destacado es el reconocimiento y la normalización internacional, y el único premio para Zelenski, que es mantener abierto el grifo de la ayuda y la inteligencia militar, en vez de cerrarlo como hizo para torcerle el brazo.

En ningún caso Ucrania ingresará en la OTAN, una baza que Trump ha regalado a Putin. Fue y ya no es una garantía suficiente para tranquilizar a Ucrania ante una cesión forzada del 20% de su territorio. El artículo 5 del Tratado Atlántico sobre la solidaridad en la defensa colectiva ha perdido su valor disuasivo, y la propia OTAN ha entrado en una crisis existencial que la inhabilita para apoyar a las fuerzas europeas en la vigilancia del alto el fuego.

La soberanía ucrania, sus fronteras y su independencia, su reconstrucción y su sistema político, o su ingreso en la Unión Europea son para Trump detalles sin importancia por los que no se va a pelear. Los dejará en manos de los europeos, como todo lo que afecte al futuro del continente, incluyendo la seguridad y la disuasión frente a Rusia. De la guerra solo le interesa la imagen de pacificador que pueda labrarse si súbitamente callan las armas. Si no sucede rápidamente, puede cambiar de opinión y concentrarse en la cuestión sustancial, que es la nueva amistad con Rusia y la gloria bajo los focos en el plató mundial donde quiere repartirse el pastel con Putin y Xi Jinping.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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