El “rearme” europeo es poco europeo
Las propuestas para reforzar la defensa de la UE muestran una abrumadora dimensión nacional


Los planes de reforzamiento defensivo europeo —”rearme”, en vulgata―, exhiben una escasa densidad europea y una abrumadora dimensión nacional. Lo más ambicioso es el borrador del Reglamento número 122, de Acción para la Seguridad Europea, SAFE (“seguro”, por sus siglas en inglés), propuesto por la Comisión y bien acogido por el Consejo Europeo del jueves. Es el paquete de 150.000 millones de euros más paneuropeos: los conseguirá la Comisión mediante un empréstito avalado por el presupuesto común. Y los dispensará por fascículos a los Estados miembros, según sus peticiones. Al modo de los fondos Next Generation, pero sin preasignaciones previas.
La propuesta es redonda. Busca promover compras comunes de armamento y mejorar la efectividad de la producción propia, intentando coordinarla. ¿Cómo? Incentivando las colaboraciones entre los 27, y sometiéndolos al ejercicio de comparaciones para propiciar las mejores soluciones. Y sentando ―como se hizo con la Agenda Verde y el pacto digital— unas prioridades claras y necesarias, con fuerte sesgo tecnológico: misiles, drones, defensa antiaérea, ciberseguridad, inteligencia artificial aplicada, guerra electrónica...
Su eslabón débil es la gobernanza de este plan, centrada en la propia Comisión, que aprobará los proyectos nacionales. Pero en una materia tan delicada y en la que a Bruselas le falta experiencia convendría un refuerzo técnico importante, al menos la asesoría de un esbozo de cadena de mando o esquema de Estado Mayor militar, aunque fuese en ciernes.
El problema de SAFE no es su solidez, sino la endeblez de su tamaño comparativo. Supone solo una quinta parte de los 800.000 millones de inversión securitaria estimados como necesarios por Bruselas. La parte del león, 650.000 millones, financiaría un gasto gubernamental en esquema intergubernamental, facilitados por la suspensión parcial del Pacto de Estabilidad (la política de austeridad en el endeudamiento comunitario). Matizado, como máximo, por un barniz de intercambios voluntarios de intenciones.
El tono escasamente europeo se percibe en otro papel oficial, el nuevo Libro Blanco sobre el futuro de la defensa europea. Contiene análisis y propuestas muy sensatas: rellenar carencias de suministro, priorizar la compra de productos europeos seguros frente a otros terceros, una lista de prioridades, algún mecanismo de coordinación… Pero también un tremendo sesgo en favor de la prioridad del protagonismo gubernamental por encima del planteamiento mancomunado europeo. Prima lo nacional sobre lo comunitario.
El triple problema de este gasto es su duplicidad (que todos fabriquen lo mismo y nadie haga lo nuevo necesario), la interoperabilidad (el mismo problema, en grande, que el de la diversidad de cargadores de los móviles, o de los enchufes eléctricos continental y británico) y su nula inclusión en un esquema de fuerza militar homogénea.
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