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COLUMNA
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Hombres al mando

Los dueños de nuestro destino han conseguido transmitir que son las pérfidas mujeres quienes poco a poco se están haciendo con el poder. Es la mayor paranoia actual

Un cartel que reza "No queremos machos alfa" en una manifestación por el Día de la Mujer en Lausana, Suiza, el 8 de marzo.
Elvira Lindo

Hay padres y madres de adolescentes que observan con aprensión la dependencia que provoca el smartphone en las mentes juveniles. Hay asociaciones de progenitores que debaten hasta dónde prohibir, hasta dónde tutelar, hasta dónde es lícito controlar. Hay hombres bienintencionados que no se explican por qué el pensamiento de sus hijos no circula por la línea del progreso prevista, sino que sin salir de su asombro los ven retroceder, porque alguien, no saben quién, anda inoculando ideas conspiranoicas en esas mentes tiernas. Hay hombres que se preguntan de dónde viene el contagio de esta toxicidad cuando ellos dicen haberse librado de la vieja masculinidad en la que fueron educados. Hay hombres que no quieren ver. Hay hombres que no escuchan ese runrún continuo que reciben los chicos desde el ciberespacio que les arroja a pensar que los buenos trabajos se los llevarán ellas antes que ellos porque la política de cuota, de chiringuito, de igualdad, las favorece. Hay chicos que creen firmemente en el ya célebre porcentaje que les atormenta, ese 80/20 que dicta que un 80% de las chicas se sentirán atraídas por el 20% de varones exitosos provocando que el resto se vea a sí mismos como losers, esa odiosa palabra, debiendo conformarse con el pelotón de chicas no deseables. Una regla acientífica que les arroja a la añoranza de un tiempo en que los varones gozaban del derecho a elegir. Hay muchachos que replicarán una trasnochada virilidad para ocultar complejos de los que van a culpar a esas muchachas que los desprecian. Hay padres que les advierten del peligro de las temibles chicas denunciadoras, que con apenas un roce pueden acusarlos de abuso. Hay padres que temen a las mujeres e inoculan a sus hijos esa desconfianza rencorosa.

Hay padres que se oponen a que los conceptos de igualdad circulen en las aulas, que consideran que la educación sexual es aleccionamiento ideológico y dejan esa asignatura en manos de las empresas de porno violento. Hay quien teme que hablar abiertamente de sexualidad arroje a los chicos al cambio de sexo. Hay también mujeres temerosas de ser borradas del mapa por personas que aspiran a convertirse en mujeres de pleno derecho, y ese miedo las conduce a concentrar su odio en un mínimo sector de población en vez de observar lo que de verdad ocurre. Que haya mujeres que elijan el mismo chivo expiatorio que aquellos hombres que están decididos a relegar a las mujeres a un segundo plano es una gran paradoja. Hay mujeres y hombres ciegos. Porque lo que observas hoy si te asomas con la mirada limpia a esta actualidad amenazante es que, mientras hay hombres que están liderando la matanza de los inocentes, hay mujeres y niños que mueren bajo sus bombas, víctimas sin voz de su destino. Mientras hay hombres que se reúnen para acordar el reparto del planeta, hombres tiránicos e invasores, hombres que amenazan con apropiarse de tierras y recursos ajenos, y hombres, a veces pobres hombres, que toman las armas, hay mujeres que sortean la catástrofe y tratan de hacer un nido para hijos y ancianos entre las ruinas. Aquellos que odian las cuotas se deberían relamer con esta visión inapelable: son los hombres quienes en abrumadora mayoría deciden la deriva del mundo. Aún más, es igualmente irónico que cuando han de tratarse en público estos temas transcendentales, analizarlos, glosarlos, suelen ser hombres también los que encuentran palabras como esculpidas en mármol para alentarnos a defender las causas justas. ¿No sienten nunca algo de vergüenza por llevar siempre la voz cantante?

Los dueños de nuestro destino han conseguido de manera sibilina y eficaz transmitir la idea de que son las pérfidas mujeres quienes poco a poco se están haciendo con el mando. Es la mayor fantasía de nuestros tiempos, una paranoia de orden planetario que penetra en mentes juveniles que han encontrado en esa causa un motivo al fin para la rebelión.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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