En Gaza han muerto más niños que hombres
La sociedad israelí vive un colapso moral y está ciega ante la deshumanización de los palestinos
Volver a lo básico. Volver a comprender que la deshumanización, la privación del carácter humano del otro, implica el colapso moral de la sociedad entera en la que arraiga. Deshumanizar es el primer objetivo del racismo, el primer objetivo de las tiranías frente a sus enemigos, el elemento básico de cualquier guerra de exterminio, la columna vertebral del nazismo, y el ropaje con el que se abrigan ciertos populismos convencidos de que deshumanizar al otro por su color o su religión le dará el apoyo electoral que busca. Volver a lo básico es comprender que la deshumanización del otro implica el mayor colapso moral posible de una sociedad. El colapso moral en el que es posible que caiga Estados Unidos si Donald Trump accede dentro de 72 horas a la Casa Blanca y comienza sus prometidas deportaciones masivas. El colapso moral que ya se ha producido en la sociedad israelí, imperdonablemente ciega ante la deshumanización del palestino, hasta el extremo de ignorar el masivo asesinato de niños, los “civiles” por excelencia.
Volver a lo básico. No dejar de hablar. No ser capaces de dejar de ver lo que los alemanes dejaron de ver en los años treinta. Reclamemos lo básico: respeto por los tratados internacionales.
Israel firmó en 2007 la Convención de los Derechos del Niño, cuyos Estados miembros nombran cada cuatro años un comité, integrado por 18 expertos en derecho internacional. Actualmente, lo preside la profesora sudafricana Ann Skelton. El vicepresidente es el islandés Bragi Gudbrandsson. El pasado mes de septiembre dicho comité hizo público un informe sobre la situación en Gaza. A esa fecha, informó, 16.775 niños palestinos habían muerto, 21.000 estaban dados por desaparecidos (muchos probablemente enterrados bajo los escombros), más de 6.000 estaban gravemente heridos y 17.000 estaban solos, separados de sus familias, quizá desaparecidas en su totalidad. La cifra, a 3 de noviembre, no ha hecho más que aumentar.
“Han muerto más niños en esta guerra que mujeres y hombres”, dijo la señora Skelton. Bragi Gudbrandsson fue extremadamente claro: “No creo que hayamos visto antes una violación tan masiva de los derechos de los niños como la que hemos visto en Gaza. De las seis violaciones más graves, hay tres sobre las que no queda duda de que Israel está cometiendo: matar y mutilar a niños, atacar hospitales y escuelas y denegar el acceso humanitario a esos niños, es algo casi único en la historia. Este es un momento extremadamente oscuro en la historia”.
Es muy probable que este informe no haya hecho la menor mella en el Gobierno israelí, presidido por Benjamín Netanyahu, pero debería haberlo hecho en la sociedad israelí en su conjunto, por mucho que esté conmocionada por los terribles y feroces asesinatos de 1.200 compatriotas y el secuestro de otros 250, ocurridos en octubre de 2023. Parte de la responsabilidad por esa falta de reacción recae en los medios de comunicación israelíes que, con la valiente excepción del diario Haaretz, ocultan esas informaciones, pero aun así es una ceguera incomprensible, porque esa sociedad dispone de multitud de medios tecnológicos para acceder a información fiable y porque son precisamente los pocos supervivientes del Holocausto judío quienes más están alzando su voz horrorizada contra la acción del ejército israelí.
Hace mucho tiempo que Israel mantiene una relación distante con Naciones Unidas, pero ha empeorado sustancialmente en el último año y va a empeorar aún más si lleva a cabo la prohibición de que la UNRWA tenga actividad en su territorio. La antigua ministra francesa de Asuntos Exteriores Catherine Colonna escribió ya en un informe encargado por la propia Naciones Unidas que “en estos críticos momentos, UNRWA tiene un papel vital en la prestación de ayuda humanitaria en Gaza”. Prohibir la acción de UNRWA es convertir Gaza en un campo de exterminio. Hay que recordar que el mismo ejército israelí destruyó el intento de Estados Unidos de crear una segunda vía a través de la organización World Central Kitchen, que preside el español José Andrés. El cocinero negó que el ataque y asesinato de sus siete cooperantes hubiera sido un error: “El Gobierno israelí estaba informado de nuestros movimientos. Debe poner fin a esta matanza indiscriminada. Dejar de restringir la ayuda humanitaria, dejar de matar a civiles y cooperantes y dejar de utilizar los alimentos como arma”.
La aparición de algunas voces exigiendo que Israel sea suspendido como miembro de la ONU no servirá de nada, porque esa decisión corresponde al Consejo de Seguridad donde Estados Unidos dispone de veto. Pero quizás la Asamblea General pueda aprobar la retirada de credenciales a los integrantes de la delegación israelí, como se hizo en septiembre de 1974, cuando se les retiró a los diplomáticos sudafricanos “hasta la desaparición del apartheid”.
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