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Punto de Observación
Columna
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Los inmigrantes haitianos no comen mascotas. Es la comunidad internacional la que “come haitianos”

Los traficantes de armas estadounidenses inundan el país con pistolas y rifles automáticos con los que se asesinan a miles de personas

Inmigrantes Haiti
Nicolás Aznárez
Soledad Gallego-Díaz

No hay ninguna denuncia ni prueba de que los inmigrantes haitianos en Ohio se hayan comido a ninguna mascota de sus vecinos blancos, un bulo difundido por el candidato presidencial Donald Trump y apoyado por toda la red de medios que se encargan de empujar la campaña del expresidente. Donde es posible que no queden mascotas es en el propio Haití. Según el último informe del Programa Mundial de Alimentos: “5,4 millones de personas luchan por alimentarse a sí mismas y a sus familias todos los días, lo que representa una de las proporciones más altas de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda en cualquier crisis mundial”. De ellas, dos millones se enfrentan a escasez extrema de alimentos, desnutrición y enfermedades.

Haití está sumido en el caos, sometido a la violencia de pandillas armadas que han provocado en lo que va de año 4.789 homicidios y 2.490 secuestros. Dado que en la isla no existe ninguna fábrica de armas ni de munición, todo el armamento de que disponen esas pandillas llega desde Estados Unidos, y muy específicamente, desde Florida. Por más que las organizaciones internacionales piden a Estados Unidos que impida ese tráfico, parece que nada se hace, al menos con la suficiente eficacia. Así, pues, los inmigrantes haitianos en Estados Unidos no se comen las mascotas de sus vecinos, pero algunos traficantes de armas estadounidenses inundan Haití con miles de pistolas y rifles automáticos con los que no se mata a mascotas sino a personas, miles.

Las relaciones de Estados Unidos con Haití han sido siempre desgraciadas. En 2010, el expresidente estadounidense Bill Clinton hizo algo insólito: pidió perdón por haber obligado a Haití a reducir los aranceles a la importación de arroz norteamericano, que llegaba subvencionado por Washington y que destruyó la producción nacional. “Quizás fue bueno para algunos de mis productores de arroz en Arkansas, pero no funcionó. Fue un error”. Lo fue. Haití perdió la capacidad de producir uno de los cultivos más importantes para la alimentación de su población. Solo porque el presidente de Estados Unidos quería ayudar a los productores de Arkansas a deshacerse de sus excedentes. “Debo convivir con las consecuencias de lo que hice”, dijo, compungido, Bill Clinton, pero quienes vivieron con las consecuencias fueron esos millones de haitianos a los que hundió en la miseria. Ese mismo Clinton había ayudado a reponer en el cargo de presidente democrático de Haití a Jean-Bertrand Aristide, el político y sacerdote salesiano expulsado del poder por un golpe militar. Clinton conocía bien el país. Pasó allí parte de su luna de miel, cuando en 1975 se casó con Hillary Rodham (entonces, gobernaba el hijo del dictador, Jean-Claude Duvalier). Pero nada impidió que destruyera su capacidad agrícola de un plumazo.

Todo fue muy mal con Estados Unidos muy pronto. En 1914, Washington envió una cañonera con marines para, pura y simplemente, robar el oro del Banco Nacional de la República de Haití. Ocho marines entraron en la sede del banco, robaron oro por valor de medio millón de dólares de la época y se volvieron a Estados Unidos, donde depositaron los lingotes en el National City Bank. El Banco Nacional de Haití era propiedad de accionistas norteamericanos, así que cuando necesitaron el dinero recurrieron, sin más, a la cañonera. Las relaciones de Haití con Francia tampoco fueron mejores. Como cuenta la BBC, “hace 220 años, Haití se convirtió en la primera nación independiente de América Latina, la república negra más antigua del mundo y la segunda república más antigua del hemisferio occidental después de Estados Unidos. Todo esto se logró tras la única revuelta de esclavos exitosa en la historia humana”. Sin embargo, para que se reconociera su independencia, Haití tuvo que pagar 150 millones de francos (unos 21.000 millones de hoy) a Francia en concepto de indemnización por las propiedades ¡y los esclavos! que habían perdido los franceses. Un caso único en el que el colonizado no recibe indemnización, sino al contrario. Se podría pensar que la ONU o la comunidad internacional repararían tanto desatino. Pero Duvalier padre, el sangriento dictador, se mantuvo en el poder 14 años, hasta su muerte en 1971, sin que nadie le incomodara, todos encantados con su régimen de terror frente al comunismo caribeño. Tras el terremoto de 2010, la ONU intentó ayudar a recomponer el país, pero con muy mal pie: los cascos azules llevaron consigo una feroz epidemia de cólera y fueron acusados de violaciones y abusos.

Así que, si se mira hacia atrás, no han sido los haitianos los que se han comido las mascotas de nadie, sino todos los demás quienes se han comido sus recursos.

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