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TRIBUNA
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La Europa fea y desorientada después de Merkel

La UE se ha quedado sin un líder político de la talla de la excanciller que pueda inspirar tranquilidad y confianza

La herencia envenenada de Angela Merkel. Aurora Mínguez
Eulogia Merle

El mundo salta de crisis en crisis, las tormentas políticas se suceden, se espera con enorme preocupación la llegada de Trump a la Casa Blanca… Y, mientras, una mujer alemana de 70 años prepara cada día el desayuno a su marido, cocina su Kartoffelsuppe y hornea tartas. Pasa su tiempo libre escuchando música clásica, paseando y haciendo senderismo por los alrededores de su casa de campo, en el distrito de Uckermark, al norte de Berlín. Ha estado muy ocupada en los últimos meses dándole los últimos toques a sus memorias, tituladas Libertad, que este martes salen a la venta en más de 20 países. Abandonó la política activa de forma voluntaria en 2021, dice que no quiere volver, “porque Libertad significa abrir un nuevo capítulo en mi vida”.

La llamaron la mujer más poderosa del mundo, la canciller de las crisis, la Weltdiplomatin (diplomática mundial). Desde su despedida, Europa anda como un pollo sin cabeza o, mejor dicho, con muchos pollos cacareando cada uno por su lado. Dividida, desorientada, preocupada por un ataque ruso. Asustada ante una supuesta, pero no comprobada invasión de migrantes que algunos piensan que ella puso en marcha en 2015 al abrir las fronteras alemanas al grito de “¡Lo lograremos¡”. “Lo hice por una cuestión de dignidad humana, de solidaridad (...) no porque mi intención fuera traer a todos los refugiados del mundo a Alemania”, escribe ahora en sus memorias.

Lo cierto es que nos hemos quedado sin un líder comunitario de la talla de Angela Merkel que inspire tranquilidad y confianza. Europa está lejos de ser el jugador global que desearía, y menos aún ahora, con la brecha abierta entre quienes quieren preservar la tradición de una Europa abierta y respetuosa de los derechos humanos y quienes están dispuestos a romper tabúes y poner en peligro la democracia y esa Libertad tan apreciada por la excanciller. Para complicar más las cosas, el eje franco-alemán —que funcionó durante momentos muy difíciles, como la crisis económica mundial, la crisis del euro, los rescates a los países del Sur o la pandemia— es hoy un muerto en vida. La actualidad política en París y Berlín es demasiado complicada y convulsa. Francia y Alemania no caminan juntas, cosa que sí fue posible entre Merkel, Nicolas Sarkozy, François Hollande y Emmanuel Macron. Y, encima, Alemania se ha atrevido a poner en suspenso el tratado de Schengen durante seis meses sin que haya habido ni una invasión de inmigrantes ni una causa mayor como fue la covid. Cada uno a lo suyo e intentando que no crezca más la bancada ultra. Sin ese eje franco-alemán bien engrasado, Europa no avanza. Y así vamos a seguir, en impasse. Consecuencia: los europeos pintamos menos de lo que nos gustaría en la esfera internacional y ahora nos tenemos que poner las pilas para desarrollar un pilar de defensa de verdad. En este momento de confusión general y de egoísmos particulares se agradecería tener una figura supranacional que representara lo mejor de nosotros, un presidente o una presidenta au-dessus de la mêlée. Alguien en quien confiar e incluso admirar. Alguien que pudiera plantar cara a cualquier atorrante sin inmutarse ni acabar con el rabo entre las piernas. Alguien con principios. Alguien parecido a la política alemana que hoy presenta sus memorias en el Deutsches Theater de Berlín.

Desde que Merkel nos dejó, las cosas han ido de mal en peor en Alemania, abocada a unos comicios anticipados después de tres años de guerra interna en el Gobierno, con la economía en recesión, causada en parte por no haber llevado a cabo las reformas que la canciller exigía a los demás. Pero también las aguas avanzan turbias en un continente donde la extrema derecha está sacando mucho provecho del hartazgo popular de los políticos tradicionales. Es evidente que la antigua primera ministra alemana no fue siempre eficaz ni perfecta en todas sus decisiones, y ella misma admite en su libro varios errores. El más garrafal, sin duda, fue impulsar el gasoducto Nord Stream que hacía a la RFA dependiente de Rusia, a pesar de las advertencias de Washington. Ella explica: uno, el proyecto fue clasificado por la UE “de interés europeo”; dos, la energía debe ser asequible en un país industrial como es Alemania; y, tres, para detener el Nord Stream2 hubiera sido necesaria una normativa jurídica especial a nivel europeo, ya que estaban implicadas también empresas francesas, holandesas y austríacas. Finalmente, el sucesor de Merkel, Olaf Scholz, detuvo el famoso gasoducto. “Una inversión ruinosa”, admite ahora la autora.

Escribe Merkel que abandonó la Cancillería, “con alegría en el corazón”, con la sensación luterana de haber cumplido con su obligación tras 16 años en el cargo. Muchos líderes internacionales y hasta sus enemigos más acérrimos han puesto en valor su manera de actuar prudente —quizá en exceso, como ella misma reconoce— y su autoridad sin gritos ni puñetazos sobre la mesa. Incluso en las fases más turbulentas, cuando los sondeos indicaban un descenso de popularidad, los alemanes y muchos europeos se sentían en buenas manos. Merkel jamás protagonizó un escándalo. Tal vez es eso lo que Europa necesitaría en estos momentos de inquietud: un o una líder sin estridencias, respetado y respetable. Ya hemos abandonado la esperanza de que Scholz o Macron vayan a resucitar el liderazgo de Europa en el mundo. Ambos están luchando por su propia supervivencia.

Merkel se fue tranquila sabiendo que dejaba a su amiga Ursula von der Leyen al frente de la Comisión Europea, tras constatar su eficacia como ministra de Familia, de Trabajo y de Defensa. Ahora Von der Leyen está a punto de asumir su segundo mandato en Bruselas con mucha más experiencia y con la piel más dura. Ya nadie la sentará aparte en un sofá, como hizo el entonces presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, hace tres años en una reunión con Recep Tayyip Erdogan. Esta asertividad de Von der Leyen se está viendo acompañada de dos elementos: una Comisión Europea mucho más a la derecha y un extraño idilio con la primera ministra italiana, Georgia Meloni, heredera de unos principios fascistas (el Movimiento Social italiano) ahora camuflados y aggiornatos, bastante alejados de los diseñados por los padres de la Unión Europea. ¿Qué pensará Merkel de esta transformación? ¿Se puede de verdad cooperar con las fuerzas más oscuras del continente haciendo el juego a Marine Le Pen, Geert Wilders y otros de su calaña que crean centros de detención —o de concentración— fuera de Europa y sin control democrático?

Merkel defiende en Libertad el acuerdo de la UE con Turquía para que, a cambio de mucho dinero, sirva de país tampón de inmigrantes de Oriente Próximo. Entretanto, ha quedado claro que Turquía no es suficiente. En los próximos meses, los 27 seguirán buscando alternativas a cómo gestionar la llegada de inmigrantes y demandantes de asilo. Sólo queda preguntarse si Von der Leyen corregirá el rumbo y si sabrá combinar las “soluciones imaginativas” de Meloni con la Europa de los Valores de la que tanto presumimos.

Al final y, a pesar de los pesares, tal vez echaremos de menos, con sus luces y sus sombras, a esa discreta y nada arrogante Angela Merkel que se permitió ser “emocional” ante una crisis humana internacional sin precedentes. Lo pagó muy caro, eso sí. De hecho, le sigue sorprendiendo que hasta hoy le sigan reprochando lo de Wir schaffen das! (“¡Lo conseguiremos!”). Ella siempre definió su modo de actuar como el de “lo posible” y como ”una política de la proporción, el centro y la sensatez práctica”. De centro, no de extrema derecha.

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