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La Europa de los líderes que se convierten en ‘patos cojos’

La UE afronta meses decisivos en la guerra en Ucrania o ante el posible cambio en la Casa Blanca con los dirigentes de Francia y Alemania debilitados

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, con el canciller alemán, Olaf Scholz, el 2 de octubre en Berlín.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, con el canciller alemán, Olaf Scholz, el 2 de octubre en Berlín.HANNIBAL HANSCHKE (EFE)

Hay un vacío en el núcleo de Europa y llega en un momento crítico. Olaf Scholz y Emmanuel Macron, los líderes de los dos países más poderosos, son hoy políticos con una influencia menguante y al frente de gobiernos divididos. La supervivencia política de ambos es una incógnita. El continente afronta unos meses decisivos en la guerra en Ucrania, y la hipótesis de un regreso en Estados Unidos de Donald Trump al poder, con dos patos cojos al frente de Alemania y Francia.

Los efectos se notan dentro y fuera de las fronteras europeas. Ya hace meses que la Unión Europea se resiente de los cortocircuitos del motor franco-alemán, la relación que ha impulsado al club comunitario durante décadas, pero que lleva años averiada. Ahora, se añade, además de la debilidad de los gobiernos en los dos mayores socios, el golpe que les infligió la extrema derecha en las elecciones europeas de junio. Todo esto, con un horizonte geopolítico delicado y lo que algunos dirigentes consideran una crisis existencial.

“Europa está muy mal organizada para reaccionar a los acontecimientos en el Oeste y en el Este”, sentencia François Heisbourg, consejero del centro de análisis Fundación para la Investigación Estratégica, y autor de Un mundo sin América recién publicado en francés (editado por Odile Jacob). Heisbourg alude a las elecciones estadounidenses del 5 de noviembre y las dificultades de Ucrania ante la agresión rusa. “Hay un vínculo entre ambos”, aclara, y se refiere a la posibilidad de que Trump retire el apoyo al país agredido y busque un acuerdo con Vladímir Putin: “Si Ucrania sufre reveses mayores o si se la somete a presiones fuertes por parte de una pareja Trump-Putin, es evidente que los europeos tendrían problemas”.

Francia y Alemania no están en buena forma. Tampoco Países Bajos, con un Gobierno en coalición liderado por la extrema derecha. Y hay turbulencias en Polonia, con choques entre el Gobierno conservador de Donald Tusk y el presidente ultraconservador Andrzej Duda. Esto “ralentiza” los debates en los Veintisiete de temas como el modelo de la Europa de la defensa, y de dónde sacar financiación para desarrollarlo, señala un veterano diplomático. Y, con la potencia franco-alemana estancada, está avanzando la ultraderechista italiana Giorgia Meloni, quien lidera uno de los gobiernos más estables, se está alzando como la voz dominante en materia migratoria, y marca la agenda de un club comunitario cada vez más derechizado, sigue el diplomático.

Francia, la primera potencia geopolítica y militar de la UE, tiene un presidente sin mayoría parlamentaria desde las legislativas anticipadas del pasado junio, con una extrema derecha más fuerte que nunca y una capacidad de maniobra reducida en casa y en el extranjero. Le quedan dos años y medio de mandato hasta las próximas presidenciales, a las que no puede volver a presentarse. Esto, suponiendo que no acabe dimitiendo ante las dificultades para gobernar. Antes, en todo caso, puede haber nuevas legislativas y un nuevo cambio de Gobierno. Macron encaja con la definición, habitual en EE UU, del pato cojo: el presidente que todavía ocupa el cargo, pero con el poder reducido porque no tiene perspectivas de continuar.

En Alemania, primera potencia económica europea, el canciller socialdemócrata dirige una coalición con ecologistas y liberales a la que le queda un año de mandato, pero tampoco es del todo seguro que vaya a agotarlo, ni que vaya a seguir en el cargo. Los sondeos pronostican un batacazo para Scholz y su impopular Gobierno. La economía retrocede por segundo año consecutivo y en el Ejecutivo los diagnósticos y recetas para salir del marasmo ―una, socialdemócrata; otra, liberal― son contradictorios: no hay un mínimo denominador común.

Volatilidad y parálisis

En Francia domina la “volatilidad”, según Heisbourg; en Alemania, “la parálisis”. “Las causas de la impotencia son distintas”, resume el experto, “pero el resultado es idéntico”. Ambos países afrontan estas semanas sendos debates presupuestarios que pueden determinar el futuro de sus gobiernos. En Berlín y París hay una sensación compartida de agotamiento y espera ante las próximas elecciones o los cambios en el liderazgo.

“Ninguno de los dos gobiernos está en buena forma, esto es así”, dice el diputado alemán Nils Schmid, portavoz de política exterior del Partido Socialdemócrata de Scholz en el Bundestag. “Pero ambos gobiernos”, precisa, “todavía pueden decidir mucho”. Schmid defiende que, aunque “el ambiente no es bueno”, esto es algo habitual en las coaliciones alemanas, y añade que la actual es “estable”: “Gobernará hasta el final de la legislatura”, en septiembre de 2025. “Francia se encuentra en una situación más difícil que Alemania”, afirma Schmid, con un Gobierno sin mayoría y unas cuentas públicas con un déficit elevado. A diferencia de Macron, Scholz puede volver a presentarse, con lo que puede afirmarse que técnicamente no es un pato cojo, pues no está escrito si saldrá o no reelegido. “El Gobierno federal tiene total capacidad de maniobra”, asegura.

En Francia, los tres años que todavía faltan para las elecciones pueden hacerse muy largos para el jefe del Estado, a quien la clase política y la ciudadanía comienzan a ver como un líder amortizado. Viejos pupilos o ex primeros ministros de su confianza, como Édouard Philippe o Gabriel Attal, empiezan a postularse ya como candidatos a las elecciones de 2027; la carrera por suceder a Macron ya ha comenzado y acentúa la cojera del pato.

La disolución por sorpresa en junio de la Asamblea Nacional y el resultado de las elecciones que la acompañaron certificaron la decadencia del macronismo y del propio presidente de la República. Macron encara un final de mandato volcánico y sin una estabilidad que garantice, ni siquiera, su propia continuidad.

La configuración del Parlamento, profundamente dividido, ha terminado reforzando a la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen, así como a su partido, Reagrupamiento Nacional, que se ha convertido en el juez que determinará la suerte del Ejecutivo y, de paso, del propio Macron. Le Pen quedó lejos de la mayoría en las elecciones y, sin embargo, es hoy quien levanta o baja el pulgar en grandes decisiones.

El presidente francés ―contestado incluso en su partido por la derechización hacia la que ha inclinado el Ejecutivo ignorando la victoria de la coalición izquierdista Nuevo Frente Popular en las elecciones― ha decidido dar un paso a un lado y centrarse en las cuestiones internacionales y de Defensa. Sin embargo, incluso en esa parcela, ha habido ya algunos roces con el primer ministro, Michel Barnier, interesado en ocuparse personalmente de algunos asuntos europeos.

En esta UE con los gobiernos en sus dos grandes debilitados, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha aprovechado para reformular las estructuras de su segundo mandato y hacerse con más poder, señala una alta fuente comunitaria. En Bruselas se trabaja a un año vista, con la vista en las elecciones alemanas que pueden mantener bloqueada la Unión durante meses, en un momento en el que se tiene que avanzar en la negociación de los próximos presupuestos. Y después, en 2027, las presidenciales francesas.

¿Demasiado tiempo para un mundo acelerado? ¿Demasiado para una Europa con líderes débiles en París y Berlín? ¿Un vacío que pueden llenar dirigentes más a la derecha? “Hoy [París y Berlín] no están en condiciones de proporcionar impulsos”, resume Heisbourg. “Si Francia y Alemania están fuera de juego, Europa no funciona”.

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