Tropieza un ‘showrunner’
Desde el primer día tras el desastre de las riadas Feijóo mostró interés por politizar el asunto. Se entiende en un jefe de oposición; lo contrario hubiera sido un rasgo de decencia inalcanzable en el mercado popular
La importancia de unos buenos asesores la conoce hasta el último de los queridos niños, esa versión infantilizada del ciudadano que sólo come turrón del suyo, es decir, que políticamente consume con gusto las mentiras que le resultan propicias y rechaza entre aspavientos las del rival. Cuando se aproxima al estudio de los asuntos públicos saborea el modo en que los asesores profesionales enfocan un conflicto. Si además tiene instinto teatral, algo que casi todos poseemos desde la primera trola que colamos en casa, degusta la sofisticación de cada maniobra para que un líder político se sacuda la responsabilidad o ponga en el punto de mira el error ajeno para excusar el propio. Pero si algo le divierte infinito es el modo en que estos habilidosos creadores del relato público dirigen la lupa hacia un lugar concreto. Hoy, antes de que uno aprenda a cortarse las uñas por sí solo ya sabe perfectamente que lo que le están contando es producto de una fabricación. Quizá hace años pudiera existir un grado de inocencia en los votantes, pero llegados al punto de cocción en el que estamos no hay comensal que no sepa distinguir los ingredientes del plato. Y los ingredientes no son ni sanos ni nutritivos, más bien ácidos y corrosivos.
Desde que se unió el vertido político a las aguas desbordadas que arrasaron parte de la Comunidad Valenciana hemos asistido a la instrumentación de los escobones, las mangueras de absorción, las palas mecánicas y hasta los inocentes pluviómetros, esos aparatos que hasta hace unos días sólo consultaban los muy implicados en la horticultura autosuficiente. Hemos acabado hasta por abrir el último cajón de los servidores públicos por quemar para sacar a algunos altos mandos militares de la reserva. Desde el primer día tras el desastre civil de las riadas Feijóo mostró interés por politizar el asunto. Se entiende en un jefe de oposición; lo contrario hubiera sido un rasgo de decencia inalcanzable en el mercado popular. Irse a dar palmaditas al presidente de la comunidad manchega en uno de los pueblos afectados por las lluvias en esa región era a todas luces un acierto en el intento de posar como un presidente futurible. Más aún si el dirigente autonómico en aquel lugar es significado opositor al presidente Sánchez dentro de su partido. Pero ese día, su malévolo recurso de señalar a la Aemet como culpable del desastre aún no se le había vuelto en contra como un bumerán.
Sabemos ahora que la Aemet dejó un hilo bastante preciso de lo que se nos venía encima, y fue en cambio la transmisión directa a los ciudadanos afectados lo que falló de manera estrepitosa. La posterior finta de Feijóo para cargarse a la ministra Teresa Ribera en su paso a comisaria europea tuvo categoría de magistral jugada de ajedrez. Pero la jugada degeneró en jugarreta y las consecuencias del embrollo no fueron que Bruselas saneara España, sino que en Bruselas se contaminaran de la insufrible atmósfera que destila Madrid. Los asesores se pasaron de frenada. Era encomiable su mala intención, pero cuando extiendes una mancha lo primero que hay que tener en cuenta es no acabar metido en el charco sin poder salir de él con los bajos limpios. Pagamos con nuestros impuestos a cientos de asesores políticos; permítannos al menos juzgarlos con la misma crudeza con que un crítico de tele juzga el desarrollo de una serie mediocre disparando contra el showrunner. Suerte que ya tenemos capítulo siguiente con el jaque del empresario Aldama.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.