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Red de Redes
Columna
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Coto a la Luna

Están anunciadas 100 misiones a nuestro satélite hasta 2030. ¿Puede alguien organizar todo este despiporre?

La luna, vista el 22 de julio entre los aros olímpicos colgados en la torre Eiffel.
La luna, vista el 22 de julio entre los aros olímpicos colgados en la torre Eiffel.Clive Rose (Getty)
Carmen Pérez-Lanzac

Antes de que dieran comienzo los Juegos Olímpicos, una imagen se coló en las redes: la luna llena asomando justo por el aro central del emblema olímpico de la torre Eiffel. Un amigo me dijo una vez: “Si no veo la luna es que no me hallo”. Y me carcajeé con ganas. Ahora aprecio la espiritualidad cósmica de su comentario. Esa esfera de carne luminiscente es una pista que nos da el universo para que entendamos nuestra insignificancia. Muchas veces, juego a que soy una Homo sapiens del Paleolítico que observa nuestro satélite fascinada y rebosante de preguntas.

La luna es de todos los que la observamos. Y cada vez que un país, multimillonario o empresa privada anuncia una misión espacial a nuestro satélite, siento un malestar profundo. No solo por la basura espacial que generamos (muchísima), sino también por nuestros fracasos en el intento: la sonda rusa Luna-25 acabó estrellándose contra su superficie; días después, la NASA mostró el cráter resultante.

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Me doy cuenta de los avances que puede haber tras estas iniciativas, pero la razón principal de mi malestar es que muchas de esas misiones son privadas y sus objetivos se nos ocultan en parte. Hay nada menos que 100 misiones anunciadas a la Luna de aquí a 2030. ¿No podía una comisión de científicos de todo el mundo organizar tanto entusiasmo? Ellos podrían razonar y decidir conjuntamente los objetivos colectivos y poner coto a este despiporre. Bueno, pues justo ayer descubrí que sí, que efectivamente existe algo parecido y que incluso tiene una portavoz: Aarti Holla-Maini, directora británica de la Oficina de las Naciones Unidas para Asuntos del Espacio Ultraterrestre. No es científica —es abogada y economista—, pero nos vale. Holla-Maini pidió a mediados de junio “cooperación” para no explotar la Luna como hemos hecho con la Tierra (¿es esto un sueño?). “Con la Luna tenemos la oportunidad de hacer las cosas de otra forma”, dijo durante la primera conferencia de Naciones Unidas sobre actividades lunares sostenibles. “Debemos intentar preservar la naturaleza prístina de nuestra única luna porque solo tenemos una. Podemos hacerlo mejor. No se trata de competir, sino de que colaboraremos para obtener lo mejor de ella”, abundó.

Cuando lean estas líneas, me faltarán pocos días para estar de vacaciones, pero en julio me cogí tres días libres para llegar a estas alturas del verano sin enloquecer. El destino: una aldea de Soria con vacas, árboles, un río fresco y un único bar. El paraíso. En mi objeto portátil de tortura, el móvil, hice una búsqueda: “Soria contaminación lumínica observatorio”. En esta provincia, más que en ninguna otra tiene que haber algún sitio donde poder reencontrarse con el firmamento, me dije. “Observatorio Astronómico de Borobia”, me devolvió Google. “Junto al Moncayo, una región especialmente azotada por la despoblación, con cielos limpios y oscuros”.

Reservé una sesión de observación. Las 11 personas que asistimos aquella noche nos sentamos en la pequeña cúpula en círculo alrededor del telescopio Coyote, de 42 centímetros de diámetro. No crean que es poca cosa. Ha logrado fotografiar un cuásar (una galaxia muy-muy lejana) a 5.000 millones de años luz. Me dio calorcito la vieja bóveda del observatorio. Había que darle empujoncitos para que la rajita de melón girara y nos mostrara el cielo abierto. Íbamos pasando por turnos al encuentro de nuestro ratito de intimidad con el universo. Pudimos ver Saturno, que asomaba como una chuche con su anillo, palpable; podías sostenerlo como un lacasito. Vimos también un amasijo de cientos de miles de estrellas que se apreciaba un poco borroso, el cúmulo de Hércules. Y por supuesto, vimos la luna sin Hubbles ni grandes intermediarios. Era ella en directo, ojo-luna, luna-ojo, con su mastodóntica dimensión y sus cráteres extraterrestres. Me reconfortó este encuentro con mi luna. En Borobia, y hasta que acabe el mes, organizan observaciones todos los días.

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.
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