El giro populista de Pedro Sánchez
El escapismo del presidente del Gobierno antes de las elecciones europeas no servirá para que España sea gobernable
Pedro Sánchez se ha echado en brazos de una táctica populista. Ante la incapacidad de aprobar los presupuestos o demás leyes en el Congreso, mientras el ciclo electoral dura, el presidente lleva días dirigiendo la atención hacia grandes temas como los bulos o la refriega con el ultraliberal Javier Milei. Son las cartas del PSOE para los comicios europeos. Aunque la realidad volverá a llamar a la puerta tras el 9 de junio, y el escapismo tampoco servirá entonces para que España sea gobernable.
Basta observar cómo Sánchez ha acentuado su personalismo para entender el objetivo. Tanto en los cinco días de reflexión, como en la retirada de la embajadora española en Buenos Aires, subyace un denominador común: los agravios contra su esposa, Begoña Gómez. El presidente ha hecho de su familia una cuestión de Estado, técnica para generar empatía. Los temas elegidos tampoco parecen casuales: desinformación, lawfare, ultraderecha… Y es que Sánchez se dispone a noquear a Sumar para los comicios europeos, movilizando el espacio de la izquierda alrededor de su propia figura, como ya hizo en las elecciones del 23 de julio. La estrategia está surtiendo efecto. Yolanda Díaz ya sobreactúa para encontrar su hueco: ahora tumbar una ley, luego prometer nuevas ayudas sociales.
Así que el presidente se está empleando en salvar al PSOE, ante la dificultad de gobernar. El reconocimiento del Estado Palestino es solo el hito que culmina definitivamente ese viaje en el que Sánchez se ha vuelto el líder moral, indiscutible, de toda la izquierda. Frente a una Díaz errática, que no manda sobre Sumar porque el partido no existe, y tras la marcha de Pablo Iglesias y con Podemos en grupo Mixto, ese espacio acusa hoy la ausencia de referentes. Parte del legado de Sánchez será haber liquidado la izquierda a la izquierda del PSOE y el proceso independentista. Cabe preguntarse si alguna vez se lo reconocerán sus mayores críticos, como Alfonso Guerra o Felipe González.
Sin embargo, el giro populista de Sánchez también habla de algunos males de nuestra democracia. Ir a las elecciones hablando de que la economía está remontando o que nuestro país hasta es invitado al G-7 seguramente no generaría la misma adhesión que el enfrentamiento con Milei o contra los bulos. El factor económico quita votos cuando un país se hunde, no se ganan los mismos adeptos cuando mejora. Esta democracia mediática se nutre de hitos, sobresaltos o relatos, pese a que en la anterior legislatura ya se hicieron demasiadas leyes, y era de esperar que esta fuera de consolidar lo logrado.
La pregunta es qué pasará cuando pasen las elecciones europeas. Acostumbrado Sánchez a que los socios se plegaran —abusando a menudo de la figura del decreto ley—, esta semana el presidente evitó someter a votación en el Congreso el proyecto de Ley del Suelo por miedo a sufrir una derrota. Toca ejercitar el músculo negociador, aunque era de esperar que Sumar pudiera apearse, en su intento desesperado de hacerse visible, pese a ser una iniciativa del propio Gobierno que se había validado en Consejo de Ministros.
En consecuencia, el único éxito legislativo hasta la fecha es el que no se ha culminado: la ley de amnistía. Asistimos a una legislatura de una sola ley de calado en casi 300 días, pero sus efectos ya son notables: Salvador Illa está hoy en disposición de gobernar en Cataluña. Es normal que Sánchez no quiera sacrificarle por Carles Puigdemont. Primero, porque este no es un candidato realista: es poco probable que la amnistía esté en vigor y haya sido aplicada por los tribunales para cuando sea el pleno de investidura, si los jueces presentan cuestiones prejudiciales al TJUE que dilaten los plazos. Segundo, porque ante las críticas de la derecha en los foros internacionales, los recursos a los tribunales, o las manifestaciones en España, hoy el PSOE puede demostrar que el fin justificó los medios.
Aunque pasado el ciclo electoral, España puede ser gobernable. La pregunta no es si habrá presupuestos, sino cuándo. Se ha instalado en Madrid el mantra de que un Illa president es incompatible con la gobernabilidad de Sánchez. Pero ello no tiene por qué ser cierto: Junts no puede permitirse ser irrelevante en Cataluña y serlo en el Congreso, ahora que el procés ha sido liquidado. El votante independentista sigue existiendo, y precisamente, sus nuevas prioridades son la gestión: de ahí, el giro a lo Convèrgencia de Puigdemont en la campaña electoral. El frente vasco no supone problema: el PNV está amarrado, y Bildu no piensa revolverse.
La única incógnita es qué hará ERC, paradójicamente. Oriol Junqueras se va unos meses, hasta el congreso del partido, dejando a los republicanos la responsabilidad de decidir si hacen president a Illa. Quizás espera volver más tarde laureado sin asumir culpa alguna por lo que el partido decida. Una repetición electoral en Cataluña o un giro de Junqueras —limitando su entreguismo al PSOE— es lo que peor le vendría a la gobernabilidad de España. Y es que ERC también aparece como izquierda a la que ha noqueado Sánchez, junto a Sumar y Podemos, pero en su caso, sin giros populistas, solo con la amnistía, el ibuprofeno y los indultos.
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