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Columna
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Junts en manos del PSOE

Cualquier escenario óptimo en, pongamos, 2027 para los de Puigdemont pasaba porque los socialistas, y sobre todo una persona de la sensibilidad nacionalista de Francina Armengol, controlaran el Congreso

Francina Armengol (en primer término), en la reunión del grupo socialista en el Congreso presidida por Pedro Sánchez, el pasado 16 de agosto.
Francina Armengol (en primer término), en la reunión del grupo socialista en el Congreso presidida por Pedro Sánchez, el pasado 16 de agosto.jesús hellín (Europa Press)
Víctor Lapuente

Para negociar con éxito no mires hacia adelante, especulando cómo las decisiones que tomas en el presente repercutirán en el futuro, sino al revés: ponte en el futuro deseado y mira hacia atrás cómo conseguirlo. La teoría económica desarrolló este método, llamado “inducción hacia atrás”, para explicar los juegos secuenciales, como el que en estos momentos sucede en España, en el que el resultado de una elección (la presidencia de la Mesa del Congreso) afecta a las subsiguientes (investidura y demás acuerdos de legislatura).

Siguiendo este razonamiento, lo lógico era esperar el apoyo de Junts al PSOE en la votación de la Mesa del Congreso. Cualquier escenario óptimo en ―pongamos― 2027 para los de Puigdemont pasaba porque los socialistas, y sobre todo una persona de la sensibilidad nacionalista de Francina Armengol, controlaran la Cámara. Con Armengol, aumenta la probabilidad de alcanzar cualquiera de sus objetivos a corto y largo plazo, del uso del catalán en el Congreso y la activación de la investigación del espionaje de Pegasus o los atentados del 17-A a la “desjudicialización” del procés, ya sea mediante una amnistía total o por fascículos. Sin Armengol (y con Cuca Gamarra en su lugar), las posibilidades de lograr alguna de esas metas se reducían a casi cero.

Resultado óptimo no quiere decir ideal. El sueño de Junts, una amalgama de fuerzas liderada por políticos más activistas que pragmáticos, es una ruptura con España, que pasa inexorablemente por una confrontación directa con el Estado. Simplemente, ese escenario anhelado dista mucho de la realidad sociológica de la Cataluña actual. La probabilidad de que, tras una Mesa presidida por el PP y unas elecciones anticipadas que llevaran a un Gobierno de derechas, el conflicto catalán volviera a una fase caliente son mínimas. No porque las ideas de Junts hayan cambiado, sino porque sus fuerzas han mermado. Es eso lo que les hace tirar la toalla.

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No es, como cantan los más optimistas del bando progresista, la vuelta del mejor catalanismo. Al menos, todavía. Ojalá llegue pronto. No es tampoco, como gimen los pesimistas del bando conservador, que el PSOE esté en manos de Junts, y que el Gobierno de España dependa de un prófugo de la justicia. Es más bien lo contrario: Junts y Puigdemont están en manos del PSOE. Y todo apunta a que más que ayer, pero menos que mañana.

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