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Columna
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Entender a Junts

El salto al vacío del ‘procés’ aceleró su transformación en un partido independentista, con tendencias antisistema, que arrastró a su base desde el centroderecha hasta la frontera con los anticapitalistas de la CUP

Junts
Miriam Nogueras y otros diputados de Junts llegan al Congreso, el pasado 17 de agosto en Madrid.Rodrigo Jimenez (EFE)
Oriol Bartomeus

Finalmente, los siete diputados de Junts han votado junto a la izquierda para elegir a la socialista Francina Armengol presidenta del Congreso en primera votación. Podría no haber sido así. Podrían haberse abstenido. La división en la derecha no habría modificado el resultado final, que (eso sí) habría requerido de una segunda votación. El caso es que Junts ha acabado inclinándose por el voto afirmativo, como habría podido hacerlo por la abstención. ¿Por qué han decidido hacer lo primero y no lo segundo? Lo ignoramos hasta cierto punto. Es cierto, negociaron una serie de concesiones (entre ellas, el uso de las lenguas cooficiales, la comisión de investigación de lo que ellos llaman el catalangate), pero en otras ocasiones este tipo de acuerdos no han servido para amarrar el voto de los representantes de Junts. Y, en cualquier caso, el voto del jueves de ningún modo presupone el apoyo a una eventual investidura de Pedro Sánchez.

Junts no es un socio fiable, principalmente porque Junts es una organización política en una encrucijada, que aún no ha resuelto sus contradicciones internas, representadas por un núcleo que viene de la antigua CDC, formado por dirigentes de larga trayectoria, curtidos en la Administración de Pujol y aupados a las primeras filas en los años de Artur Mas, y una amalgama de activistas nacidos de la movilización social que supuso el procés independentista, de difícil sometimiento a cualquier disciplina y con cierta inclinación a tomar decisiones de complicado retorno. La argamasa que une a estos dos universos tan distintos es la independencia de Cataluña… y el odio a ERC.

Junts es, visto así, la culminación del proceso de transformación de la antigua Convergència, iniciado por Artur Mas, mucho antes del estallido del procés. Concretamente, en 2003, hace 20 años. El partido de Pujol empezó a mutar en el momento de perder la Generalitat a manos de la coalición de partidos de izquierda encabezada por el PSC. Convergència, desde 1980, se entendía como un partido-todo articulado por dos elementos: la figura del líder y la administración autonómica. Sin el gobierno y sin la figura central de Pujol, Convergència se transformó en otra cosa. El salto al vacío del procés, entendido por los dirigentes de CDC como el salvavidas de una situación agónica para Convergència (en manos del PP en el Parlament y acosada por la corrupción), aceleró su transformación en un partido independentista, con tendencias antisistema, que arrastró a su base desde el centroderecha hasta la frontera con los anticapitalistas de la CUP. Y ahí cambió también el personal, no sólo la base, sino los cuadros. El antiguo núcleo CDC perdió el control de un proceso que pensaba que podía pilotar sin problemas. El partido se les fue de las manos.

Es en este terreno de nadie donde debe ubicarse lo que es hoy Junts. Un partido capaz de abandonar un govern de la Generalitat en el que controlaba los departamentos de mayor lucimiento y dejaba todos los problemáticos (educación, sanidad) en manos de ERC. Un partido que abandona el Gobierno de la Diputación de Barcelona porque no quiere pactar con un partido “del 155″ (pero con el que llevaba cuatro años de armoniosa coalición). Pero al mismo tiempo, un partido que es capaz de reconstruir el bloque del centroderecha en Barcelona y ganar las elecciones municipales de la mano de un convergente pata negra y con una campaña que obvió la independencia.

Para entender el posicionamiento de los diputados de Junts en esta legislatura hay que tener en cuenta que el escenario que salió del 23-J no era su preferido. La apuesta de Junts era un Gobierno PP y Vox, un escenario que les permitía coser las facciones internas, cargar contra el pactismo estéril de ERC y reforzar su discurso de que con España no hay nada que hacer y que la única solución es la independencia a cualquier precio. En cambio, se han encontrado con el regalo envenenado de tener la llave de la mayoría y lo más probable es que aún no sepan muy bien qué hacer con él.

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