Donald Trump se va a vengar de todos
El presidente de EE UU, en su segundo mandato, avanza por la vía que conduce hacia la dictadura


Si en el primer mandato de Trump la actividad presidencial estuvo dominada por el caos, la venganza es un rasgo fundamental de su retorno autoritario. La verborrea es acción y se concreta en la purga contra los que le impugnaron o humillaron durante la pasada legislatura. Las víctimas van desde activistas de la universidad hasta despachos de abogados pasando por altos mandos militares. Es fascinante y pavoroso contemplar cómo el presidente de los Estados Unidos derriba cotidianamente valores y fundamentos de la democracia más poderosa del mundo. Pero nada que sorprenda. No fueron pocos los conservadores que lo advirtieron: el Trump 2.0 avanza por la vía de desolación que conduce hacia la dictadura. Esa deriva la acelera en un motor moral: el afán de venganza con el trastocamiento de valores que implica. La orden ejecutiva del jueves, que impulsa una contrarrevolución excluyente en el modo de pensar la complejidad de su país, es un ejemplo paradigmático de su desbocada pulsión autocrática. Su objetivo, según sus palabras, es la restauración de la verdad y la cordura en la historia de su país. Su causa profunda puede ser el afán de ajustar cuentas. Veamos el caso del señalamiento del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericanas.
Inaugurado en septiembre de 2016, en enero de 2017 el presidente electo Trump quiso visitarlo el Día de Martin Luther King. A Barack Obama le quedaban pocas horas en la Casa Blanca, pero tuvo tiempo para firmar una declaración invitando a sus conciudadanos a dedicar la jornada a proyectos cívicos y comunitarios para honrar la memoria del patriarca de los derechos civiles. “Al convocar a una generación a reconocer la amenaza universal de la injusticia en cualquier lugar, el ejemplo del doctor King ha demostrado que aquellos que aman a su país pueden cambiarlo”. El director del museo, que había sido su impulsor y ahora es secretario del Instituto Smithsonian, le pidió a Trump si podían buscar una fecha alternativa. Hacía pocos meses que se había inaugurado y sería la primera vez que coincidía con el MLK Day. Acudió tiempo después. Antes de esa visita oficial, Melania Trump y Sara Netanyahu lo visitaron. Ese día la primera dama hizo este comunicado: “Al recordar, con profunda humildad y reverencia, la difícil situación histórica de la esclavitud que el pueblo judío y afroamericano ha conocido demasiado bien, nos volvemos a dedicar esas poderosas palabras que ambas naciones aprecian: ¡NUNCA MÁS!‘”.
“Está de mal humor y no quiere ver cosas difíciles”, le dijeron los asesores de Trump al director Lonnie Bunch el día de la visita oficial. Aquel 21 de febrero de 2017, Trump llegó, agradeció la atención que Bunch había prestado a su mujer hacía pocos días y avanzó por las diversas salas. Se paró frente a una cartela en la sala que señalaba el papel de Holanda en el tráfico de esclavos. “¿Sabes? Me quieren en los Países Bajos”, le dijo Trump a Bunch. Lo cuenta en sus memorias, publicadas en 2019. Luego, Trump dio un discurso que incluyó un elogio del director del museo y un mensaje de unidad nacional. “Tenemos un país dividido. Ha estado dividido durante muchos, muchos años, pero vamos a unirlo”. Pero lo que el lector interioriza de esas páginas es que Trump relativizó la esclavitud. “Me decepcionó mucho su respuesta a uno de los mayores crímenes contra la humanidad de la historia”, escribe Bunch. Ahora el presidente ataca ese museo y la institución, pero lo más inquietante es la cobertura ideológica que utiliza y que permea su acción de gobierno: un revisionismo simbólico que implica la normalización del supremacismo. Es el precio de su venganza tiránica.
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