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TRIBUNA
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Pedro Sánchez golpea al independentismo desde dentro

El presidente ha encontrado en el perdón a los líderes del ‘procés’ el precio a pagar para que no se cronificase un sentimiento de agravio en Cataluña

Pedro Sanchez
Pedro Sánchez recibía en julio de 2022 a Pere Aragonés en La Moncloa.Andrea Comas
Estefanía Molina

La última vez que un joven independentista de 18 años salió a protestar en Cataluña, muy probablemente ni llevaba el lazo amarillo ni lo hizo contra el malvado Estado español. Salió a increpar al Govern de la Generalitat tras haber sustituido la deriva unilateral por la mesa de diálogo. Y si otros jóvenes tampoco tendrán en adelante muchos más mártires que jalear bajo el mantra de la “represión” es porque Pedro Sánchez ha golpeado al procés desde dentro, en su mayor fortaleza civil: la capacidad de socializar a más generaciones en el rencor contra una España terrible.

Es el efecto clave de los indultos o de la reforma de los delitos de sedición y malversación: desaparecen los símbolos que corrían riesgo de educar las mentes en el resentimiento durante décadas. Era el espacio público plagado de pancartas con las caras de los políticos presos, las peregrinaciones a la cárcel o las abuelas tejiendo bufandas amarillas. Era el debate mediático copado por más condenas graves contra cargos del antiguo Govern, y todo ello, ante la mirada de esa juventud que serán los adultos del mañana.

No es casual que la generación que más se ha movilizado por la independencia en los últimos años sea la que no tiene recuerdo de aquella Cataluña de Jordi Pujol. Es decir, la de la entente tácita del nacionalismo con el Gobierno central. Desde 2010 hasta 2018 muchos chavales solo crecieron con el relato de una España hostil, del recorte del Estatut o la negación del “derecho a decidir” hasta las cargas policiales del 1-O y la aplicación del artículo 155, o la huida de Carles Puigdemont con la entrada en prisión de Oriol Junqueras junto al resto de dirigentes.

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Sánchez ha encontrado en ese perdón a los líderes del procés el precio a pagar por noquear la cronificación futura de un sentimiento de agravio. La democracia no solo son las leyes, sino también la fuerza de los imaginarios y los procesos de socialización política. Si el problema en Cataluña solo fuera de devolver a sus instituciones a la senda de la legalidad, no quedarían votantes independentistas. La otra fortaleza del procés residía en su tejido social, cuyas lógicas de comprensión van incluso más allá de las élites.

Precisamente, el momento para intervenir esos imaginarios era ahora, cuando se ha roto la correa de transmisión que había unido al independentismo institucional con el civil. Una mayoría de ciudadanos asumen hoy que sus líderes no seguirán por la vía unilateral debido a su temor a mayores penas de prisión, por mucho que la calle presione como lo hizo hasta 2017. Ya en tiempos de Quim Torra surgió en redes juveniles el chascarrillo de tildarlo de “Govern de Vichy”, de la “colaboración”, porque las élites mantenían el falso relato de una ruptura que no pensaban llevar a cabo, como se ha comprobado desde 2018.

Sánchez retrata además a la cúpula política del independentismo ante sus bases. La victimización de los líderes del procés juzgados sirvió durante cinco años para alimentar una especie de secuestro emocional de sus votantes, impidiendo que estos fiscalizaran nada que no fuera relativo a la independencia. El Estado siempre era “peor” en el imaginario colectivo. Ese mismo votante ha visto ahora cómo sus partidos han logrado el perdón desde el Gobierno, reinstaurando el marco de la negociación normal entre ambos Ejecutivos.

El resultado es que hoy existe en Cataluña un cóctel de frustración, desidia y nihilismo entre quienes llegaron a ilusionarse con un Estado propio. La calle está desmovilizada, pese a que una parte de Junts intente vender escenarios fantasiosos o Puigdemont permanezca como un hilo irresuelto. Siguen existiendo los partidarios de la independencia, pero se ha rebajado la creencia intensa de que ello pueda ser alguna vez cierto, incluso a largo plazo. El procés es ya un elemento más folclórico que realista de facto, donde la principal pretensión vuelve a ser un referéndum pactado.

ERC ha sabido leer esa nueva pantalla. Pere Aragonès ha dejado de supeditar la gobernabilidad a las veleidades de sus socios, y asume que hoy la sanidad, la economía o la educación están por delante del procesismo. Se abre una ventana de oportunidad para que algunos votantes se muevan hacia otras opciones, como pretende el PSC. Parte del auge del independentismo entre 2010 y 2015 fue instrumental, bajo la idea de que un Estado propio dotaría de más instrumentos para mejoras socioeconómicas.

A la postre, el error de Pedro Sánchez quizás sea no haber hecho mayores esfuerzos porque ese mosaico se entienda fuera de Cataluña. Anunciar a cuentagotas las reformas del Código Penal ha servido para desdibujar su objetivo último de resetear el conflicto territorial. Muestra de ello es el empeño de la oposición por negar que el Estado siga disponiendo de recursos legales para combatir cualquier pulsión rupturista, o incluso por poner el foco exclusivamente en otros eventuales efectos de reformar la malversación.

Del procés sabemos que la democracia no solo son sus leyes, sino también la fuerza de sus imaginarios colectivos. Sánchez golpea al independentismo desde dentro, pero también debe entenderse desde fuera, desde la España constitucionalista.

Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).

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