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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Claroscuros económicos

Los datos de inflación y paro dibujan un panorama menos pesimista de lo esperable pero con riesgos en el horizonte

oficina de empleo
Una mujer entraba el jueves en una oficina de empleo en Madrid.Carlos Luján (Europa Press)
El País

La guerra en Ucrania ya hace mella en la economía española y en la europea, y los últimos coletazos de la covid se dejan notar en la nube de riesgos que acecha a la economía global. La economía estadounidense atisba ya un cambio de ciclo, con las primeras caídas del PIB después del giro en la política monetaria de la Reserva Federal, su banco central. La política de covid cero en Pekín supone un riesgo adicional para la cadena de suministros global. Y el conflicto en Ucrania ha disparado la inflación en Europa, con la energía y las materias primas por las nubes en los últimos meses. Con ese panorama internacional, el PIB español sufrió un brusco frenazo en el primer trimestre, según los datos del INE conocidos este viernes, y el Gobierno se ha visto obligado a rebajar drásticamente las perspectivas de crecimiento del 7% al 4,3% para este año, un recorte notable que aun así deja a la economía española con un crecimiento superior al de las principales economías avanzadas. El Ejecutivo envió este viernes a Bruselas el Plan de Estabilidad, y la validación —con el habitual suspense— por el Congreso del decreto ley anticrisis garantiza la continuidad de la política económica, en un horizonte plagado de claroscuros.

Entre los últimos datos hay buenas y malas noticias. La inflación frenó su escalada en abril, y el empleo superó el umbral de los 20 millones de activos en el primer trimestre, según la Encuesta de Población Activa. Por el contrario, el crecimiento del PIB se sitúa por debajo de las expectativas iniciales, y el desempleo creció en 70.000 personas entre enero y marzo. Eso deja una foto mixta, con nubes y claros, propia de una situación de máxima incertidumbre como la actual. Pero a pesar de algunos augures, la economía española no transmite excesivas perspectivas pesimistas, como podría haber hecho prever el impacto inmediato de la invasión de Ucrania: la guerra del gas y la inflación han desacelerado el ritmo de crecimiento de la economía sin asfixiarlo, como indican las prospecciones para España del FMI, que lo confirman como el país de mayor crecimiento de los principales socios de la UE. Los alarmismos que hace pocas semanas dibujaban un horizonte inmediato de estanflación (estancamiento con inflación) quedan por el momento fuera de foco, pues no hay estancamiento si el PIB crece a un ritmo por encima del 4%.

Tanto los organismos internacionales como el Gobierno, aun así, esperan para 2022 un crecimiento menor al esperado, pero sólido para este y los próximos años, con un ritmo de paulatina consolidación fiscal que devolvería el déficit al umbral por debajo del 3% del PIB para 2025. El Ejecutivo confía en que la inflación vuelva a caer por debajo del 2% el año próximo, a pesar de que el INE constata que el alza de precios de la energía y los alimentos empieza a filtrarse en el conjunto de la economía. Esa evolución es relevante porque sus efectos negativos en la pérdida de poder adquisitivo de los ingresos, erosión del ahorro y reducción de la competitividad de las empresas resultan muy tangibles: si la curva de precios empieza a doblegarse hacia abajo —ayudada por el pacto político alcanzado en Bruselas para rebajar los costes de la energía—, los riesgos bajarían considerablemente. En caso contrario, puede que el Gobierno se vea abocado a prorrogar el plan de ayudas convalidado por el Congreso, en aras de mantener una velocidad de crucero del PIB suficientemente elevada como para asentar definitivamente la recuperación. Tras dos crisis mayúsculas en 15 años, el pasado reciente obliga a monitorizar las cifras muy de cerca, más aún si la guerra se prolonga. Preocupación, en suma, por los riesgos que acechan. Pero no pánico.

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