_
_
_
_

Auschwitz-Birkenau, preguntas sin respuesta del mayor campo de exterminio del nazismo

Ochenta años después de su liberación, el lugar que simboliza el Holocausto lucha contra la trivialización y el olvido

Imagen del “Album de Auschwitz”, conservado en el Museo Yad Vashem de Jerusalén, que muestra la plataforma de llegada a Birkenau, parte del complejo de Auschwitz, tomada por dos SS en mayo de 1944.Foto: Museo Yad Vashem | Vídeo: EPV
Guillermo Altares

Intentar entender Auschwitz-Birkenau, el mayor campo de exterminio y concentración del nazismo de cuya liberación se cumplen este lunes 80 años, es asomarse a un pozo de dolor y barbarie que está más allá de lo comprensible. Durante una visita a España, en diciembre de 1992, recién llegado de Sarajevo, la capital bosnia entonces sitiada por las fuerzas ultranacionalistas serbias, el premio Nobel de la Paz, escritor y superviviente del Holocausto Elie Wiesel lo explicaba así en una entrevista con este diario: “Se queda fuera de todo entendimiento, de toda percepción. Podemos comunicar algunos retazos, algunos fragmentos; pero no la experiencia. Lo que hemos vivido nadie lo conocerá, nadie lo comprenderá”.

Preguntarse qué es Auschwitz no tiene una respuesta sencilla. Tampoco única.

Auschwitz fue un campo de concentración y exterminio nazi

Auschwitz fue el séptimo campo de concentración fundado por los nazis, abierto en mayo de 1940 en unas antiguas barracas militares en la ciudad de Oświęcim, en el territorio de Polonia anexionado por el Tercer Reich en septiembre de 1939, al principio de la II Guerra Mundial. Como explica Sybille Steinbacher en Auschwitz. Historia y posteridad (Melusina, 2016) estaba emplazado “en suelo alemán en una ciudad que iba a ser germanizada”. En torno a Auschwitz nacieron varios campos de trabajos forzados, entre ellos Monowitz, abierto en 1943 y al que fue deportado el escritor Primo Levi, que dependía de la compañía IG Farben —la relación de las grandes empresas alemanas con el Holocausto es un tema sobre el que todavía queda mucho por investigar—.

Como campo de concentración, los presos, entonces en su mayoría todavía prisioneros políticos polacos, eran obligados a trabajar hasta fallecer. Maltratados y apaleados, sobrevivían hambrientos, agotados y con el riesgo de morir en cualquier momento de inanición o por el disparo caprichoso de un SS, pero no eran asesinados sistemáticamente. Todo cambia cuando, a finales de 1941, Hitler toma la decisión de exterminar a los judíos de Europa.

Entre el otoño de 1941 —después de la invasión nazi de la URSS y la entrada en guerra de Estados Unidos tras el ataque japonés a Pearl Harbour— y el verano de 1942, los nazis crean en la Polonia ocupada o anexionada seis campos de exterminio. En todos operaban cámaras de gas. Uno de ellos fue Auschwitz II-Birkenau, un inmenso campo satélite situado a tres kilómetros del original. En Birkenau, el 80% de los prisioneros que llegaban eran gaseados con Zyklon B a las pocas horas de bajar de los vagones, tras atravesar en tren lo que se conoce hoy como la Puerta del Suplicio, después de la infame selección en los andenes. Solo unos pocos eran destinados a morir lentamente trabajando (la esperanza de vida no superaba los tres meses). En otros campos, prácticamente el 100% de los judíos eran gaseados inmediatamente. En Treblinka, un campo situado cerca de Varsovia, fueron asesinados entre 750.000 y 900.000. Solo hubo 54 supervivientes.

"Arbeit macht frei" (el trabajo os hará libres) es el lema escrito sobre la puerta de entrada de Auschwitz.
"Arbeit macht frei" (el trabajo os hará libres) es el lema escrito sobre la puerta de entrada de Auschwitz.Kacper Pempel (REUTERS)

En Auschwitz fueron asesinadas cerca de 1,1 millones de personas, 900.000 de ellas judíos, la inmensa mayoría en las cámaras de gas que funcionaron hasta noviembre de 1944, semanas antes de la liberación. Más de un tercio de esas víctimas fueron hebreos deportados desde Hungría entre mayo y julio de 1944. De los 23.000 gitanos detenidos en Auschwitz, 21.000 fueron asesinados. Los historiadores calculan que fueron deportadas a Auschwitz 1,3 millones de personas, aunque solo fueron registrados un total de 400.000 prisioneros: 195.000 no judíos y 205.000 judíos. Los destinados a morir en las cámaras de gas no pasaban por ningún proceso burocrático, ni eran tatuados (al final, ese número era la única identidad de los cautivos).

Tanto por el número de deportados y de víctimas, como por el hecho de ser a la vez un campo de concentración y de exterminio, Auschwitz-Birkenau no tuvo equivalente en el sistema nazi del horror y su nombre se ha convertido en un sinónimo del Holocausto, así como del terror y la crueldad sin límites del nazismo. En su libro KL. Historia de los campos de concentración nazis, Nikolaus Wachsmann explica que fue un campo único, pero que a la vez compartía “muchos rasgos con el resto de los centros de internamiento: eran lugares donde se vivía un terror desenfrenado, donde se gestaron y refinaron algunos de los rasgos más radicales del gobierno nazi”. Wachsmann explica también que incluso entre los prisioneros que se libraban de las cámaras de gas “la tasa de mortalidad era de lejos la más alta de todo el sistema de campos nazis”.

Auschwitz fue liberado en la tarde del sábado 27 de enero de 1945 por el 60º Cuerpo del Ejército de la URSS. Las SS habían huido, arrastrado a muchos prisioneros con ellos hacia Alemania y volado las cámaras de gas para destruir pruebas. Según los datos de Sybille Steinbacher, se encontraron 600 cadáveres; 7.000 presos más cerca de la muerte que de la vida; 837.000 vestidos, muchos de ellos de niños; 44.000 pares de zapatos; y 7,7 toneladas de pelo preparadas en fardos para ser transportadas. Entonces Auschwitz pasó a ser un lugar de memoria.

Auschwitz es un lugar de memoria y patrimonio de la Humanidad de la Unesco

Desde 1979, Auschiwtz es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco bajo el nombre oficial de Auschwitz-Birkenau Campo nazi alemán de concentración y exterminio (1940-1945). El organismo de cultura de la ONU lo incluyó en la lista “como evidencia del esfuerzo inhumano, cruel y metódico de negar la dignidad humana a grupos considerados inferiores”. El nombre actual fue adoptado en 2007, después de largas discusiones.

Auschwitz es, desde 1947, un museo, un lugar de memoria y de investigación; pero también de turismo masivo, con 1,8 millones de visitantes en 2024, 200.000 más que en 2023. Mientras queden supervivientes y pueda seguir vivo algún perpetrador —algo muy improbable, pero no imposible—, es también la inmensa evidencia de un crimen: Auschwitz sigue siendo un caso abierto. Unos 9.000 SS pasaron por el campo.

Todavía quedan muchas cosas por saber, muchos aspectos de Auschwitz por estudiar: por ejemplo, no se han realizado excavaciones cerca de las cámaras de gas porque se considera terreno sagrado. En el sádico lema que corona la puerta de entrada de Auschwitz, “Arbeit macht frei”, “El trabajo os hará libres”, la B está escrita al revés (la parte de arriba de la letra es más grande que la de abajo). Nunca se ha sabido por qué ni quién lo hizo, aunque se interpreta como un signo de rebeldía.

El campo fue convertido en un museo sobre todo gracias a la insistencia de los supervivientes, que consideraron que tenían la obligación moral de preservarlo. Actualmente es un museo estatal, dirigido desde 2006 por el historiador Piotr M. A. Cywinski, y supervisado por el Comité Internacional de Auschwitz, que agrupa a historiadores y supervivientes.

El Memorial de Auschwitz se enfrenta a la trivialización asociada al turismo masivo, a la manipulación de la historia, al negacionismo del Holocausto, pero también a un momento tremendamente delicado: conforme vayan desapareciendo los últimos supervivientes, se apagará la memoria viva del Holocausto. El Museo tiene un papel esencial en la conservación y la difusión de esta memoria. En redes sociales ejerce una gran labor didáctica, además de recordar a víctimas cada día con sus nombres y apellidos como unas Stolpersteine (piedras de la memoria) digitales.

Otra imagen del llamado Álbum de Auschwitz, fotografías tomadas por los SS en 1944 durante el exterminio de los judíos húngaros. Las personas que aparecen en esta imagen se encuentran ante las cámaras de gas y serán asesinadas en muy poco tiempo.
Otra imagen del llamado Álbum de Auschwitz, fotografías tomadas por los SS en 1944 durante el exterminio de los judíos húngaros. Las personas que aparecen en esta imagen se encuentran ante las cámaras de gas y serán asesinadas en muy poco tiempo.Yad Vashem

Sin citar a Elon Musk y el gesto que hizo durante un discurso el día de la inauguración de Trump que parecía a todas luces el saludo nazi, el Memorial de Auschwitz explicó el pasado jueves a sus 1,4 millones de seguidores en X (antes Twitter): “El infame saludo hitleriano fue uno de los símbolos visuales clave del nazismo. Este saludo, arraigado en la historia como representación de opresión, deshumanización, violencia e inimaginable sufrimiento y asesinato, es mucho más que un gesto físico; es un recuerdo de una época oscura de la humanidad, definida por el antisemitismo y otras ideologías de odio. Es un emblema del Holocausto y de otros horribles crímenes perpetrados por la Alemania nazi. La sensibilidad hacia estos contextos históricos es esencial, ya que tales gestos y símbolos, incluso utilizados de forma no intencionada, resuenan y evocan angustia, sobre todo para quienes cargan con las cicatrices de esa trágica historia”.

Pero esa labor de memoria pasa actualmente por la restauración del campo. Auschwitz se conserva congelado en el momento en que fue liberado. Nada ha sido reconstruido. Solo se cambian las alambradas cada cierto tiempo. Sin embargo, poco a poco, con el paso de las décadas, en una zona de inviernos durísimos, los materiales se van deteriorando y ahora mismo hay en marcha un proceso de restauración, observado con lupa por el Comité de Auschwitz.

En él, deben tomarse decisiones muy difíciles. Por ejemplo ¿qué hacer con la habitación llena de cabello humano? Durante mucho tiempo se conservaba con química, pero se decidió que esos restos humanos merecían algún tipo de descanso. ¿Se quemaban? De ninguna manera. ¿Se enterraban? Pero ¿con qué rito si se desconocía a quién pertenecían? Se decidió al final que no había que hacer nada, que debían, simplemente, evaporarse, convertirse en polvo. Debían ser borrados por el paso del tiempo, justo lo contrario de lo que debe ocurrir con el campo, porque Auschwitz es también una advertencia.

Auschwitz representa una advertencia para el presente y el futuro

El Holocausto no es comparable a nada, cualquier analogía con la Shoah es una manipulación. “Nunca en la historia de la humanidad se había llevado a cabo un asesinato masivo de forma industrial”, escribió Raul Hilberg en La destrucción de los judíos europeos, el gran clásico sobre los estudios del Holocausto. El exterminio de los judíos europeos entre 1941 y 1944 —aunque en realidad empezó con la llegada de Hitler al poder con las primeras leyes racistas y antisemitas de 1933— no tiene parangón.

La palabra genocidio, acuñada por el jurista judío Raphael Lemkin, nació precisamente del Holocausto. Sin embargo, desde la liberación de Auschwitz la violencia y el exterminio han continuado: se han producido tres genocidios reconocidos por la justicia penal internacional, Camboya, Ruanda y Bosnia, y muchos juristas y organizaciones de derechos humanos consideran que ha tenido lugar un genocidio en Gaza (una acusación que Israel considera antisemita y que niega rotundamente) y en Sudán. Durante la ceremonia del 80º aniversario de la liberación de Auschwitz, los discursos no hablarán de política y darán todo el protagonismo a los supervivientes que puedan asistir. Pero es inevitable mirar a Auschwitz para tratar de comprender los horrores del presente.

En sus redes sociales, el Memorial de Auschwitz ha compartido muchas veces esta frase, también inscrita en el campo: “Cuando observamos Auschwitz, vemos el final del proceso. Es importante recordar que el Holocausto en realidad no comenzó con las cámaras de gas. Este odio se desarrolló gradualmente a partir de palabras, estereotipos y prejuicios hasta llegar a la exclusión legal, la deshumanización y la violencia creciente”.

Judíos ancianos, provenientes del gueto de Beregovo, son ayudados a descender de uno de los trenes. En un lateral del vagón puede leerse: Deutsche Reichsbahn (Ferrocarriles Estatales de Alemania). La primavera de 1944 fue el momento en que el Auschwitz-Birkenau se convirtió en la mayor máquina de matar del nazismo. En torno a 400.000 judíos húngaros fueron asesinados en apenas unos meses.
Judíos ancianos, provenientes del gueto de Beregovo, son ayudados a descender de uno de los trenes. En un lateral del vagón puede leerse: Deutsche Reichsbahn (Ferrocarriles Estatales de Alemania). La primavera de 1944 fue el momento en que el Auschwitz-Birkenau se convirtió en la mayor máquina de matar del nazismo. En torno a 400.000 judíos húngaros fueron asesinados en apenas unos meses.Yad Vashem

¿Qué leer sobre Auschwitz?

Además del turismo masivo, uno de los grandes peligros a los que se enfrenta la memoria del Holocausto es su trivialización. Entre 2010 y 2024, se han publicado solo en España 85 libros con Auschwitz en el título, la mayoría obras de ficción sin ningún rigor histórico. El síndrome de El niño del pijama de rayas puede afectar a la memoria de Auschwitz. El problema no está en leer libros más o menos inexactos, sino en confundir esos relatos con la realidad.

La bibliografía sobre Auschwitz es inmensa, aunque no existen muchas monografías dedicadas solo al campo. El citado Auschwitz. Una historia (Melusina), de Sybille Steinbacher, profesora de estudios del Holocausto y directora del Instituto Fritz Baeur —el primer fiscal alemán que investigó Auschwitz cuando era un lugar casi desconocido en Alemania— es un ensayo corto y muy preciso, una guía extraordinaria para comenzar a aprender sobre el campo.

Existen tebeos magistrales como Maus, de Art Spiegelman; películas importantes como Shoah, El hijo de Sául, La lista de Schindler o La zona interés; novelas buenas como La decisión de Sophie, de William Styron, o La bibliotecaria de Auschwitz, del español Antonio Iturbe, y malas —demasiadas—; pero nada reemplaza la lectura de los libros de los testigos. Las obras de Elie Wiesel —sobre todo La noche, el alba, el día—, del premio Nobel Imre KertészSin destino o Kaddish para un hijo no nacido, entre otros—; de Edith Bruck, que todavía vive —Quién así te ama—; de Odette Elina —Sin flores ni coronas—; o de Primo Levi —su Trilogía de Auschwitz, compuesta por Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados— resultan esenciales para tratar de comprender lo incomprensible. Son lecturas inagotables, difíciles y sobrecogedoras.

Escribió Primo Levi en Si esto es un hombre: “Es hombre quien mata, es hombre quien comete o sufre injusticias; no es hombre quien, perdido todo recato, comparte la cama con un cadáver. Quien ha esperado que su vecino terminase de morir para quitarle un cuarto de pan; está, aunque sin que sea culpa suya, más lejos del hombre pensante que el sádico más atroz”. Esa es, al final, la única respuesta a la pregunta imposible de qué fue Auschwitz.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_