Menos muertos, más pobres en el enésimo año de guerra siria
Siria cierra el octavo año de contienda con más de 370.000 muertos y el 83% de la población en la pobreza extrema
Siria entró el viernes en su noveno año de contienda y, como cada 15 de marzo, el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos se ha erigido como contador de la muerte elevando las víctimas humanas a 371.222 vidas segadas, de las cuales 112.623 son civiles. Los frentes de guerra se reducen en Siria para concentrarse en sus fronteras donde la media docena de actores externos que intervienen en la guerra libran sus luchas de intereses. Menos combates se traduce en menos entierros, con 6.233 civiles muertos en 2018 frente a los 10.204 del año anterior. Señal de que se avecina una era de posguerra, son los frigoríficos vacíos los que preocupan hoy a una población exhausta. La pobreza extrema se abate sobre ocho de cada 10 sirios, en una población donde el 50% se ha visto obligado a abandonar su hogar huyendo de la violencia. En 2019 son menos los muertos, pero más los pobres.
“El 30% de los 18 millones de personas que quedan en Siria no sabe cuándo podrán permitirse su próximo almuerzo”, cuenta en conversación telefónica Marwa Awad, portavoz del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en Siria. El PMA asiste a 3,5 millones de personas que a su vez forman parte de los 6,2 millones de desplazados internos contabilizados en Siria por la ONU. “Conforme pasa el tiempo, estos desplazados que dejaron todos sus bienes atrás han agotado sus magros recursos por lo que cada día que pasa son más vulnerables”, agrega Awad.
Es el caso de Diala, de 31 años y madre de cuatro niños. Una es la pequeña Rama, enferma de leucemia a sus cinco años. Desplazada de Guta, en la periferia de Damasco, malvive desde hace un año en el barrio de Yaramana, también en las afueras de la capital siria y donde han ido a parar decenas de miles de desplazados llegados de las cuatro esquinas del país. Al lastre de tener que hacer frente al coste del alquiler y a unos precios de productos básicos desorbitados, hace tres meses que no logra juntar para pagar el tratamiento de su pequeña, relata angustiada en mensajes de voz. Durante los primeros seis años de guerra, el Banco Mundial contabilizó 200.000 enfermos crónicos muertos por falta de tratamientos.
El Gobierno de Damasco se ha proclamado vencedor de la Guerra Civil tras hacerse con el control del 65% del territorio nacional. Al noreste, EE UU y las milicias aliadas se preparan para anunciar la victoria contra el ISIS en el 25% del tablero sirio que controlan. En la frontera occidental con Turquía es Hayat Tahrir al Sham —HTS, y paraguas de facciones yihadistas afines a Al Qaeda— quien canta victoria tras disputar el control de Idlib, y última provincia siria insurrecta, al resto de milicias rivales. El viernes, miles de los 2,5 millones de civiles que aún habitan esta comarca salieron por enésima vez a manifestarse al grito de zaura (revolución, en árabe) como lo hicieron sus conciudadanos de la sureña provincia de Deraa, bautizada como cuna de la revolución.
En 2011 protestaron contra el Gobierno de Bachar el Asad clamando justicia y reformas. “Ayer nos bombardeaban los cazas rusos, hoy salimos a las calles para protestar contra ambas: la opresión del régimen y la de HTS”, grita el joven activista sirio Abu Alaa en mensajes de voz desde Idlib capital. Los soldados regulares sirios se han apostado en los confines de Idlib y amenazan con expulsar a los yihadistas, haciendo temer nuevos desplazamientos de civiles.
En cuanto a la factura económica, ha sido el Banco Mundial el encargado de poner los ceros al coste de la guerra que cifra en más de 300.000 millones de euros. No obstante, la fractura socioeconómica es desigual. Docenas de bares y restaurantes han abierto sus puertas en el barrio cristiano de Damasco y en las regiones costeras donde la copa de vodka se paga a dos dólares. "El 83% de la población interna en Siria vive con menos de dos dólares diarios", asevera la portavoz del PMA.
A sus 14 años, Rabih es el menor de 12 hermanos nacidos en Manbij, al norte de Siria. Trabaja en un pequeño café de un barrio de Beirut para poder enviar remesas a casa, explica mientras calcula la cuenta de sus clientes con los dedos porque no sabe "ni leer, ni escribir". Ninguno de sus hermanos fue a la escuela ni antes, ni durante la contienda. Desde 2011, tres millones de menores han quedado fuera de las escuelas. “'En la guerra y en la paz, los pobres seguiremos siendo pobres', dice mi madre”, suelta entre sonoras carcajadas este adolescente que ha vivido más años de contienda que de concordia.
El 27% de los hogares sirios ha sido destrozado por los bombardeos y combates y la mitad de las infraestructuras del país diezmadas, reza un informe del Banco Mundial. Con unas arcas estatales vacías por la maquinaria de guerra, las sanciones y la falta de inversores, los ciudadanos están solos y sin recursos para hacer frente a la reconstrucción de sus hogares. Regresar a una casa sin paredes en un pueblo sin hospital ni escuela "no es una opción", cuentan los refugiados en Líbano, quienes aun guardan esperanzas de poder viajar a Europa. Y ello, a pesar de las políticas impulsadas por el Gobierno de Beirut para incentivar y acelerar su retorno a Siria.
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