Abuelas de Plaza de Mayo, una historia de lucha que cumple 40 años
La organización que ya encontró 125 nietos secuestrados o nacidos en cautiverio durante la dictadura
“Las Abuelas se dieron cuenta que una ausencia es una ausencia de todos y por eso hay un pueblo que las declara soberanas de la memoria”. Así describió Mario Bravo, uno de los nietos nacidos en cuativerio, el trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo (APM) durante la noche del 40 aniversario de una organización que todavía lleva adelante una incesante búsqueda que comenzó en plena dictadura y ya restituyó 125 identidades. La última fue anunciada en pleno festejo en la sala conocida como la Ballena Azul, en el Centro Cultural Kirchner (CCK) donde, como escribiera alguna vez el uruguayo Eduardo Galeano, exhibieron el “mar de fueguitos” que mantiene viva su lucha. Hijos, nietos y bisnietos rindieron homenaje a un grupo de mujeres que de tan grandes apenas pueden caminar, y que ahora dejan la responsabilidad de continuar un trabajo respetado en el mundo entero.
Rosa Tarlovsky de Roisinblit tiene 89 años y se mueve en una silla de ruedas. Pero es la vicepresidenta de APM y todavía concurre todos los martes a las reuniones de comisión directiva. Se vale de ayuda pero sobre todo de su fuerza. La misma que emplea para encontrar a los nietos de sus compañeras, dado que ella ya encontró al suyo, Guillermo Pérez Roisinblit. “Los primeros años fueron muy difíciles porque no sabíamos como hacer para encontrar a nuestros hijos y finalmente nos dimos cuenta que también se llevaban a nuestros nietos. Teníamos todas en contra. Estábamos frente a una dictadura feroz que no se fijaba en nada y de algunos de los nietos ni siquiera sabíamos el sexo, porque habían nacido en un campo de concentración. Tampoco sabíamos si nuestras hijas secuestradas llegaron a completar el embarazo, por las torturas y los castigos”, recuerda Rosa.
“Se llegó a la conclusión de que con la sangre de los familiares se podía conocer la identidad de nuestros nietos”, evoca. El dato hoy resulta natural, pero que en aquella época fue toda una novedad. Sin embargo, faltaba la otra punta del ovillo: hurgar en el ADN de aquellos que circulan por la vida sin conocer su origen. Los que están en las plazas, en el metro, en la calle. Los que votan, trabajan y estudian. Correr el velo de cientos de personas que no se permiten ver más allá de la comodidad, picar como un tábano hasta encontrar la duda sobre la propia identidad. O como dice Ignacio Montoya Carlotto, el nieto de la presidenta, Estela de Carlotto: “Las abuelas son personas que trabajan de hacerse encontrar”.
Con toda esa sangre se creó el Banco Nacional de Datos Genéticos, gracias a un decreto del expresidente Raúl Alfonsín. “Cuantos más familiares se presentaban, más posibilidades había de identificar a una persona”, explica Rosinblit. “No son recuperados, son nietos que pudimos identificar y que aceptaron su nueva pero verdadera identidad. De esa manera, recién pueden conocer realmente su verdad”, completa. “Mientras haya una abuela, ella va a hacer lo que hay que hacer, pero tenemos un grupo de gente joven a la que estamos enseñando y cuando ya no queden abuelas, ellos se van a hacer cargo. Esto no termina hasta que no se encuentre el último nieto y el banco de datos genéticos va a existir hasta 2050 o más”, desafía Rosa.
Como sucede en Córdoba con Sonia Torres, la última de las abuelas que queda en la segunda provincia más importante de Argentina. “A mí me secuestran a mi hija Silvina Parodi y a su marido dos días después del golpe, porque integraba una lista hecha por los militares sobre ‘jóvenes revoltosos’. Ella estaba con un embarazo de seis meses, y llegué a recorrer sola todas las cárceles del país para encontrarla. Cuando vine a Buenos Aires conocí a las otras abuelas y nunca me separé de ellas”, rememora la mujer de 88 años. Y se promete antes de meterse en el auditorio: “A mi nieto lo voy a encontrar antes de partir”.
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